Las obras también se van de viaje, pero corren peligro.
La Ministra de Cultura francesa quiere que el cuadro de Da Vinci sea itinerante. Para las obras de arte viajar es un riesgo.
La posibilidad de que una persona (o una horda de turistas ávidos de autorretatarse, que así es el turismo ahora) encuentre vacío el espacio donde, en el Ala Delon del Museo del Louvre, debería colgar La Gioconda está más cercana, al igual que el chance de que se la encuentre, en cambio, un visitante de la sala de exposiciones que este mismo museo tiene en Lens, en el norte de Francia.
¿La razón? Pues que la ministra de cultura gala, Françoise Nyssen, quiere que La Gioconda salga de viaje por el país, que más gente (más franceses, habría que decir) la vea. Porque visitada ya es, y mucho.
La obra de Leonardo Da Vinci, tan popular como pequeña, es responsable de atraer al 80 % de los más de nueve millones de personas que, cada año, asisten al Louvre, según un cálculo hecho por esta institución en 2009. Cifra que llevó a su entonces director, Henri Loyrette, a decir que la reconocida dama no saldría de allí nunca más. Porque ya lo había hecho: estuvo en Japón en 1963 y en Estados Unidos en 1974. Y luego, confinada al Louvre, como Rapunzel en su torre.
Los expertos se oponen. Las condiciones de exhibición de esta obra maestra de la técnica pictórica del sfumato incluyen no solo la seguridad, sino también la temperatura y la cantidad de luz que recibe el cuadro. La Ministra insiste. Según declaraciones que recoge el diario español ABC, para combatir la segregación cultural hay que apelar a la itinerancia. “¿Por qué confinar la oferta cultural a algunos lugares, en lugar de hacerla accesible por todas partes?”, pregunta Nyseen.
Por ahora, el viaje de La Gioconda se está “estudiando seriamente”, pero para trashumantes, ya hay otras obras