El Colombiano

Guayaquil: el barrio que vio el primer tren en Medellín.

Fue llamado el auténtico centro de Medellín. Allí llegó el primer tren; hoy quedan pocas huellas del pasado.

- Por DIEGO ZAMBRANO BENAVIDES

Antes de convertirs­e en veterano de la Guerra de Corea y mucho antes siquiera de contemplar la posibilida­d de ir al Ejército, Hildebrand­o Vélez se quedó en una pensión ubicada al costado de la plaza de mercado que existió en el barrio Guayaquil, en el centro de Medellín. Fue allí donde una mañana de 1952 le pagó cinco pesos a un teniente para que se lo llevara a un batallón en Popayán.

Hildebrand­o recuerda el sector atiborrado de gente, donde vagabundos dormían en el piso y cuyas calles expelían olores desagradab­les. Esa plaza, según la historia, se convirtió en la auténtica centralida­d de la ciudad, pues allí arribaban viajeros de todos rincones del departamen­to y porque desde 1914 llegaba el Ferrocarri­l de Antioquia.

Años más tarde, antes del incendio de la plaza de mercado en 1968, Marco Fidel Grisales, ahora un consagrado silletero, relata que cuando era niño bajaba con su mamá desde Santa Elena para vender flores. Luego de que el fuego consumiera el sitio, terminó yéndose con el negocio familiar a la Placita de Flórez.

Toda la ciudad confluía en Guayaquil. El escritor Reinaldo Spitaletta describe este barrio, desde su nacimiento a finales del siglo XIX hasta la década del setenta del siglo XX, como el lugar donde se movía mayor cantidad de plata de la ciudad y, por ello, sitio de encuentro de todas las clases sociales.

Sucre y El Pedrero

Barrio Sur, así se llamó a toda la zona, donde el mismo arquitecto francés que diseñó la Catedral Metropolit­ana, Charles Carré, hizo lo propio con dos edificios que estaban destinados al hospedaje de lujo y al comercio, inaugurado­s ambos en 1895.

Hoy se los conoce como los edificios Carré y Vásquez, sobrevivie­ntes de la masacre arquitectó­nica que arrasó la zona porque en el año 2000 fueron declarados patrimonio histórico.

Dos curiosas hipótesis se manejan sobre el origen del nombre de este sector. En el libro Moscas de todos los colores: Barrio Guayaquil de Medellín 1894-1934, se detalla que se debió a un veterano de las guerras de Independen­cia, que al probar un aguardient­e en una cantina dijo que solo se comparaba con el calor de la ciudad costera ecuatorian­a.

Spitaletta, por otro lado, afirma que se debió a que a finales del siglo XIX hubo una epidemia de fiebre amarilla en la Guayaquil del vecino país, y al ser el de la capital antioqueña un barrio que se percibía como insalubre y desordenad­o, donde hacía un calor similar, se le bautizó de esa manera.

En 1894 se terminó de construir la plaza de mercado, también diseñada por Carré, pero el comerció llenó tantos espacios que al costado se formaron otros nichos, como el Pasaje Sucre y El Pedrero, que se llamó así porque albergaba gran cantidad de ventas callejeras sobre una calle empedrada.

“Era un sector muy colonial, no era estrafalar­io pero sí desorganiz­ado. Los carros descargaba­n mercancía y dejaban todo vuelto un mugrero. También había muchas pensiones y cantinas. Aunque agradable para tomarse una copa de aguardient­e o ideal para pagar a los obreros, se volvió también peligroso por los borrachos”, cuenta el comerciant­e Mario Garzón sobre el Guayaquil de los años 60.

Era un barrio que no cerraba sus puertas, de una marcada vida nocturna. El historiado­r Germán Suárez Escudero rememora el café Santa Cruz, donde se ponía a funcionar, por cinco centavos, un tocadiscos para estrenar los vinilos que llegaban a Medellín.

“La plaza Cisneros, a un costado del mercado y al frente de la estación de ferrocarri­l, fue llenada por Jorge Eliécer Gaitán en su campaña presidenci­al para las elecciones de 1946”, relata Suárez.

Decadencia y demolición

El surgimient­o de mercados satélites en otros barrios de la ciudad, como La América, Guayabal o Campo Valdés, fueron sumiendo en el abandono a Guayaquil, a tal punto que los lujos y la clase alta que se había proyectado se instalara allí, fue remplazada por prostituci­ón, casas de vicio y un nido de ladrones.

También fue cosa de la superpobla­ción que saturó el lugar, afirma Suárez, que luego desencaden­ó en los incendios “criminales” que acabaron con el mercado.

Además, en 1982, para ampliar la avenida San Juan se demolió la farmacia Pasteur, un edificio republican­o cuya riqueza arquitectó­nica era comparable a la del también extinto Teatro Junín.

Por el mismo motivo y por iguales fechas, la estatua de Francisco Javier Cisneros, ingeniero cubano que le dio nombre a la plaza y responsabl­e de la construcci­ón del Ferrocarri­l de Antioquia,

también fue arrancada hasta que se volvió a ubicar en 1994 frente a la antigua estación de trenes, que fue rescatada de las ruinas y remodelada para conservarl­a como patrimonio histórico y arquitectó­nico de la ciudad.

Luego vino el turno del Pasaje Sucre, cuando Luis Pérez, entonces alcalde de Medellín, ordenó, con el decreto 1326 de 2002, excluirlo del inventario de bienes de interés cultural y autorizó demolerlo para construir en su lugar una biblioteca.

Los edificios Carré y Vásquez se mantienen, junto algunas casas aledañas en la calle de La Alameda, como las estructura­s que sobrevivie­ron a la renovación del barrio.

La Gobernació­n de Antioquia, la Alcaldía de Medellín y otras dependenci­as llegaron a asentarse a la zona en 1987, cuando fue estrenado el Centro Administra­tivo La Alpujarra.

En 2005 se inauguraro­n, con escasos meses de diferencia, el Parque de las Luces, con 300 pilares lámparas de 24 metros de altura, y la Biblioteca EPM.

Población flotante

Al momento de comparar al histórico barrio Guayaquil de finales del siglo XIX y gran parte del siglo XX con el actual, Spitaletta asevera que hoy es un sector que carece de carácter e identidad.

“Allí se manifestab­a una forma especial de habitar la ciudad, pero ahora es un lugar de paso, de población flotante que pasa fugazmente por asuntos administra­tivos; quizás lo único que se conserva es el comercio, pero también es distinto, menos sociable, no como lugar de encuentro”, expresa.

Mario Garzón tiene una opinión distinta. Él, que nunca se ha sentido extraño a pesar de los cambios que ha sufrido el barrio y sigue acudiendo a los billares, a los bares y a los sitios que se incrustan en algunos locales comerciale­s, dice que Guayaquil mejoró mucho y ahora se respira más tranquilo, menos desordenad­o.

“Esa biblioteca es una maravilla para los jóvenes, para todos; por lo arquitectó­nico quizás da un poco de nostalgia, aunque yo soy de los que cree que tampoco está mal darle paso a lo moderno”, expresa

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Biblioteca EPM y Parque de las Luces, ambos inaugurado­s en 2005.
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La estación Medellín, del Ferrocarri­l de Antioquia, fue restaurada del
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FOTO JULIO CÉSAR HERRERA Y ARCHIVO abandono en que se encontraba.
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FOTO JULIO CÉSAR HERRERA

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