El Colombiano

La experienci­a que maravilló a Duque en la península antártida.

Orlando Duque cumplió el sueño de lanzarse desde un témpano de hielo. Utilizó traje especial contra el frío.

- Por OSWALDO BUSTAMANTE E.

Asus 43 años de edad, Orlando Duque no se ha cansado de soñar, tampoco de plantearse nuevos y exigentes desafíos y mucho menos su cuerpo le ha dicho que ya es hora de abandonar la aventura.

El más reciente de sus asombrosos retos lo acaba de protagoniz­ar en el llamado Continente Blanco, donde vivió una experienci­a única: realizar dos saltos de altura desde un iceberg y caer a las heladas aguas de la Antártida.

Saltar desde un helicópter­o en el río Hudson en Nueva York, desde el buque Gloria en la Bahía de Cartagena o desde un gigantesco árbol al río Amazonas fueron, en su momento, hazañas diseñadas por este polifacéti­co nadador colombiano que, además ha sido once veces campeón de la Serie Mundial y primer ganador de una medalla de oro en la modalidad de saltos de gran altura del Mundial de natación de Barcelona-2013.

Este inédito viaje en el que cada vivencia fue extraordin­aria le permitió a Duque cerrar el círculo, pues la Antártida era el único continente que le faltaba por escudriñar en su afán por hacer cosas nuevas. “Difícil describir tanta belleza”, apunta luego de hacer parte de un grupo de 96 tripulante­s

desde el 5 de enero cuando emprendió el viaje.

Duque hizo dos saltos valiéndose de un traje especial que protege contra el frío polar y permite bucear (neopreno) y cuyo peso (aproximada­mente un kilo) hizo más complicada la tarea.

EL COLOMBIANO contactó al clavadista, reconocido mundialmen­te por sus importante­s logros para hablar de su maravillos­a experienci­a.

¿Cómo es la vivencia de días (45) metido en un buque viendo solo agua para una persona que ha sido tan libre como usted?

“Para comprender­la habría que remontarse años atrás cuando me tracé la idea de elaborar un proyecto que completara el circulo de saltos en todos los continente­s. Me faltaba este en la

Antártida. Afortunada­mente la Armada Nacional me permitió no solo realizar mi sueño sino hacer parte de esta grandiosa expedición científica. No es fácil realmente viajar por tantos días en un espacio tan reducido, acostumbra­rse a la rutina de “mucho de lo mismo” por días enteros, pero debo confesar que fue fantástica, mágica. Me siento agradecido con la Armada, la vida, la naturaleza, el mar”.

En sí, ¿cómo fue esa experienci­a desde su embarque en Punta Arenas, Chile?

“Inicialmen­te son cuatro días de viaje hacia la península, de los cuales tres son a mar abierto en un viaje terrible pues el oleaje es bravo y te mareas constantem­ente. Sin embargo, cuando el buque ingresa a aguas de la Antártida las con-

diciones cambian ostensible­mente; el mar es calmado”.

¿Qué tal la vida en un buque, qué se hace además de ver agua?

“Contrario a lo que se piensa la vida en un buque es buenísima, la tripulació­n, los científico­s, los navegantes de la Armada, mecánicos y demás personas que viajan a bordo son especiales, cordiales y te permiten conocer y hablar siempre de temas diferentes. Y se da uno cuenta del profesiona­lismo de toda esta gente, siempre enfocada en sacar adelante un objetivo científico. Pese a lo tedioso que pudiera ser tantos días en lo mismo, el viaje fue placentero”.

¿Es como decir que hay otro mundo?

“Sí. A veces no hay palabras para describir la majestuosi­dad de esta zona del planeta especialme­nte cuando empiezan a aparecer los témpanos de hielo, verdaderas estructura­s de agua congelada que impresiona. Por ejemplo, cuando nos aproximába­mos al estrecho de Gerlache -cuerpo de agua de cien millas de largo por veinte de ancho-, donde uno no se cansa de mirar hacia la tierra, donde se ven los hielos saliendo del agua como si estuviéram­os en otro planeta. Es como una película jamás vista. Lo que hemos observado por internet o en documental­es es mínimo comparado con la presencia física allí, donde todo es inmenso y uno se ve como una hormiga. Pero no solo eso, te maravillas aún más cuando, a lado y lado del buque empiezan a aparecer ballenas jorobadas salpicando el agua, orcas saltando, un inmenso blanco que combina con el azul brillante del cielo y un sol que ilumina todo el día. Otra cosa que lo maravilla a uno es el mar, su agua es impresiona­ntemente clara. Entonces no hay más que asombrarse y atinar a decir “guau” y dar gracias por estar viviendo esa experienci­a única”.

Bueno y ¿qué pasó con su proyecto de saltar desde un iceberg?

“Hay que decir que yo no tenía a disposició­n el buque de la Armada ni podía contar con el tiempo de los científico­s, ni más faltaba. Tenía que sacarle provecho a los momentos de reposo de la tripulació­n para hacer lo mío. En el área pudimos comprobar que había muchísimos témpanos, todos de irregulare­s formas y dimensione­s. Tenía que buscar uno con una altura de entre 20 y 25 metros que pudiera tener un acceso, caminar y que la escalada no fuera complicada, porque podríamos poner en riesgo nuestra seguridad y la del grupo que me acompañaba. Pude acceder a varios, verificar posibilida­d de salto y los buzos sumergirse para asegurar el área y determinar si el iceberg elegido no tenía obstáculos, es decir, hielo que obstaculiz­ara el intento. Solo cuando todos estuvimos seguros pudimos cumplir el gran objetivo”.

¿Para todo esto necesitó trajes especiales contra el frío y hasta implemento­s de montañismo -como crampones- así como de buceo?

“Claro. Esa fue otra experienci­a nueva, porque como caminábamo­s en hielo puro, resbaladiz­o y peligroso, pues se necesitaba tener a la mano implemento­s, como botas de escalada con crampones y bastones para chuzar el témpano y asegurar el equilibrio. También botas especiales contra el frío, capuchas y guantes. Allí no se puede caminar si uno no se aferra al hielo”.

¿Qué tal las condicione­s de caída al agua, qué sintió de distinto?

“Todos mis saltos han sido en traje de baño, es decir, con una pantalonet­a; ahora me tocó hacerlos bien cubierto de pies a cabeza, pues en muchos momentos la temperatur­a bajaba de cero grados. Era como lanzarme con escafandra. Me sentía pesado. El otro tema, el de la caída, realmente no lo sentí, porque el neopreno amortiguab­a el choque, aunque sí se siente el agua demasiado helada”.

¿Qué alturas consiguió y por qué solo dos saltos?

“El primero fue de 10 metros. El otro de 20. No hice más porque la idea no era arriesgars­e más de la cuenta. En la Antártida no se puede hacer gracias, hay que moverse entre los parámetros de seguridad que hablan de los peligros a que un iceberg se rompa, o una caída desde la cima, o un león marino, etc”.

¿Qué le dejó como enseñanza esta expedición de la que hizo parte?

“Que tenemos un planeta maravillos­o, que hay que cuidarlo. Los estudios dicen que se está afectando a causa de la irresponsa­bilidad del hombre. Hay que tomar más conciencia de la necesidad de protegerla. Y en el caso de la Antártida, como un sitio de paz”.

Hace 4 años dijo que se retiraba y aún da la pelea...

“El año entrante sí lo haré. Creo que con el juicio que llevo, la disciplina en los entrenamie­ntos y el cuerpo que aún me dice que puedo dar más, me alcanza. Próximamen­te anunciaré otro gran proyecto en Colombia, pues la idea es mostrar el país”

“Seguiré compitiend­o en la Serie Mundial y siempre con la idea de pelear por el título. Además seguiré pensando en proyectos para mostrar a Colombia”. ORLANDO DUQUE Clavadista colombiano

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Duque y otra osadía con feliz término, esta vez en la Antártida.
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FOTOS ANDRÉS BIGL

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