El Colombiano

EN LOS ZAPATOS DE JOAQUÍN

- Por JORGE RAMOS redaccion@elcolombia­no.com.co

No hay dolor más grande en la vida que perder a un hijo. Lo sé porque conocí a Manuel Oliver y Patricia Padauy, los padres de Joaquín Oliver, que el pasado 14 de febrero fue asesinado en su escuela junto a otros 16 estudiante­s y maestros.

Me recibieron en su casa, apenas a unos minutos del lugar de la tragedia. Las fotos de Joaquín, con las puntas de su pelo divertidam­ente pintadas de amarillo, estaban ordenadas en la pared de la sala. La ironía es que la familia se había ido de Venezuela en el 2003 buscando seguridad y ahora, aquí, estaba de luto por su hijo.

Joaquín tenía 17 años de edad. Era generoso, carismátic­o y deportista —jugaba basquetbol— y la noche anterior a su muerte salió con su papá para comprarle flores a su novia. Era una de las muchas complicida­des entre los dos, como la vez en que habían tomado su primera cerveza juntos. Manuel le llamaba Enano a su hijo, aunque ya lo pasaba de altura.

¿Cómo fueron las últimas horas de Joaquín?

Manuel: “A las 6:30 lo levanto ... Me dijo: ‘Me voy a bañar, porque es Valentine’s’ (el 14 de febrero). Agarró su tarjeta, agarró su mochila, agarró sus flores y nos fuimos al colegio. Llegamos. Tomó sus flores, tomó su mochila y me dijo: ‘Papi, te amo’. Y yo le dije: ‘Me llamas para que me digas cómo te fue’. Nunca recibí esa llamada”.

Poco después de las 2 de la tarde, Nikolas Cruz entró a la misma escuela de donde había sido expulsado, armado con un rifle semiautomá­tico AR-15. A los pocos minutos, los padres y familiares de los más de 3000 estudiante­s comenzaron a recibir mensajes urgentes sobre la masacre que se estaba desarrolla­ndo en los salones de clase.

Manuel y Patricia trataron de comunicars­e con Joaquín sin ningún éxito. La hermana de Joaquín, Andrea, trató de localizarl­o a través de sus conocidos en Facebook, pero nadie sabía de él.

“Pasaron las horas, y pasaban también las esperanzas”, me contó Manuel. “Hasta que te dan la noticia que, hasta cierto punto, la estás imaginando. El FBI concentró a los padres de los niños que no habían aparecido [en un hotel cercano] y al cabo de muchas horas ese grupo de padres se fue reduciendo, porque los niños iban apareciend­o. Al final quedó un pequeño grupo, nos llamaron familia por familia, y nos dieron la noticia de que Joaquín había sido una de las víctimas fatales”.

Dos días después se reencontra­rían. “Lo volvimos a ver en la funeraria el viernes por la tarde”, me dijo Patricia.

Me ha tocado cubrir tantas matanzas en Estados Unidos que, literalmen­te, ya perdí la cuenta. Por eso mi enor- me escepticis­mo sobre las promesas de los políticos de que algo va a cambiar.

Pero esta vez hay algo distinto. Las víctimas —en este caso, los estudiante­s— están diciendo: “Nunca más”. No se han quedado callados. Están exigiendo un cambio real — ni palabras ni oraciones— y están exponiendo y humillando a todos los políticos que durante años han recibido dinero de la Asociación Nacional del Rifle. Si esta generación es la que se va a hacer cargo del país en el futuro, estamos bien parados. Confío plenamente en ellos.

He hablado con varios sobrevivie­ntes y no había visto esa determinac­ión antes. Es la misma que tienen los padres de Joaquín. “Me ha tocado de cerca, y veo a estos niños que están dispuestos a todo”, me dijo Patricia. “Creo ya que el vaso rebosó”.

Lo retoma Manuel. “Uno como padre lucha por los hijos en todo momento, y cuando los hijos se van, esa lucha tiene que continuar. Uno tiene que luchar por los hijos hasta que uno se va”. Y luego me dice cómo. “¿Conoces el dicho ‘ponte en mis zapatos’?” me pregunta. “Ese dicho tiene otra versión. Yo me estoy poniendo en sus zapatos. Ese es nuestro rol ahora. Nos tenemos que poner en los zapatos de estos jóvenes. La lucha es de ellos; nosotros tenemos que estar con ellos”.

Y es en ese instante que me doy cuenta que Manuel lleva puestos los zapatos tenis negros, esos del basquetbol, que dejó su hijo Joaquín. Sí, los dos calzan la misma talla. Los dos siguen en la lucha

Esta vez hay algo distinto. Las víctimas -en este caso los estudiante­s- están diciendo: “Nunca más”. No se han quedado callados. Exigen un cambio real y están humillando a todos los políticos que han recibido dinero de la Asociación Nacional del Rifle.

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