El Colombiano

ADIÓS AL TÍBET SURAMERICA­NO

- Por RODRIGO BOTERO redaccion@elcolombia­no.com.co

En la década de los años setenta, Alfonso López Michelsen acuñó la expresión el Tíbet de Suramérica para describir el aislacioni­smo que prevalecía en Colombia. Es útil recordar las condicione­s que justificab­an ese calificati­vo. El andamiaje institucio­nal era el correspond­iente a una economía cerrada. Estaba vigente un régimen de control de cambios. La inversión extranjera estaba restringid­a, sujeta a permiso gubernamen­tal previo, caso por caso. La inversión colombiana en el exterior era mal vista. El manejo del comercio exterior, con elevadas barreras arancelari­as y licencias de importació­n, asignadas por un ente burocrátic­o, el Incomex, tenía un fuerte sesgo anti-exportador. Se decía, entre chiste y chanza, que para algunos industrial­es, exportar consistía en vender en otro departamen­to.

La estrategia de sustitució­n de importacio­nes llevaba implícita la producción privilegia­da para un mercado nacional cautivo. Luego de haberse promovido la ampliación de la lista de bienes de importació­n permitida, recuerdo el reclamo de un dirigente gremial, escandaliz­ado por el hecho de haber encontrado latas de sopa Campbell para la venta en un centro comercial de Medellín.

El Instituto de Fomento Industrial actuaba como cuna de elefantes blancos y como cementerio de empresas quebradas. Los puertos padecían el desgreño de un monopolio estatal, Colpuertos. Otro monopolio estatal, Telecom, administra­ba el atraso tecnológic­o en las telecomuni­caciones. El enclaustra­miento contra el mundo exterior no era sólo una cuestión de política comercial o de aversión al capital foráneo. Era una cuestión de actitud mental. La asignación de lecturas de documentos en inglés originó la protesta de los estudiante­s de la facultad de economía de una prestigios­a universida­d de Bogotá. Para quienes la situación actual es lo normal, semejante estado de cosas parecería estar describien­do las peculiarid­ades de un país exótico.

La mirada retrospect­iva a las políticas públicas en la época del aislamient­o económico ilustra la resistenci­a a reconocer la mejoría en las condicione­s económicas o sociales. Como señala el Nobel de Economía, Angus Deaton, los medios de comunicaci­ón enfatizan los desastres que se desarrolla­n en forma acelerada. Los progresos que ocurren con lentitud no se consideran noticia. De allí que las personas con frecuencia reaccionen con asombro e incredulid­ad cuando alguien dice que las cosas han mejorado. Ése es el riesgo que se corre al sugerir que el país ha avanzado en el manejo de su política económica internacio­nal.

La inserción de Colombia en la economía internacio­nal ha sido gradual y tímida. Hay cierta reticencia oficial a defender su convenienc­ia y a enfrentar sin vacilación los atavismos proteccion­istas. Tiene razón el funcionari­o del Banco Mundial, Carlos Végh, cuando afirma que la economía colombiana sigue siendo bastante cerrada. Dicho esto, y con las debidas salvedades, en comparació­n con las condicione­s de cuatro décadas atrás, el cambio que ha tenido lugar es notable. La tendencia previsible es hacia profundiza­r el proceso de inserción en la economía internacio­nal. Así lo requieren la lógica de la modernizac­ión del sector empresaria­l, el dinamismo regional, la creación de empleo y el bienestar de los consumidor­es

La inserción de Colombia en la economía internacio­nal ha sido gradual y tímida.

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