EDITORIAL
No solo su complicado cuadro clínico obligó el retiro del candidato “Timochenko”. No logró adhesión ni cohesión en sus propias filas, y no tiene ningún otro vocero con carisma y credibilidad.
“No solo su complicado cuadro clínico obligó el retiro del candidato “Timochenko”. No logró adhesión ni cohesión en sus propias filas, y no tiene ningún otro vocero con carisma y credibilidad”.
La Farc no tendrá, finalmente, candidato presidencial. La razón principal que se aduce es la precaria salud de “Timoleón Jiménez”, quien como jefe de la entonces guerrilla dio el paso para aceptar sentarse a negociar una desmovilización para incorporarse a la vida política pacífica y desde hacía varios meses era cabeza electoral de la organización que, con la misma sigla, concurriría a las elecciones en virtud de las concesiones establecidas en los acuerdos de paz.
En su comunicado de ayer, la Farc reconoce que la decisión final de retirar su candidatura presidencial se debe a las intervenciones quirúrgicas a las que ha sido sometido su candidato. Está siendo atendido con todos los cuidados, y su cuadro clínico resultó ser más complicado de lo que se había informado al principio. Luego de varias hospitalizaciones en La Habana, “Timochenko” no está en condiciones físicas de enfrentar un debate electoral en el que, por cierto, estaba encontrando rechazo manifiesto de diversos núcleos de población.
Esta última circunstancia también fue esgrimida por la Farc ayer, enmarcándola dentro de lo que denomina “ausencia de garantías” por acciones en las que incluye, además de una falta de financiación para hacer su campaña, y un presunto plan de la Fiscalía para desprestigiarlos “con cuentos y cuentas fabulosas e infundadas”. Los cuentos de la Fiscalía se refieren, a propósito, a las presuntas maniobras para ocultar bienes y eludir así la reparación económica a sus miles de víctimas.
Pero hay otro factor adicional que la Farc omite pero que debió haber tenido mucho peso al optar por no presentar candidato: el liderazgo de “Timochenko” era sólido cuando actuaba como fé- rreo jefe militar de la guerrilla. Pero una vez desmovilizados, las divisiones internas no tardaron en aparecer y su capacidad de cohesión de la antigua tropa no fue la misma. Sin mayor arrastre y con un discurso premoderno no logró adhesión entusiasta entre su propia gente.
En el discurso fariano, con mayor insistencia durante el proceso de La Habana, se intentó edificar un programa político que ahora se queda sin quién lo represente para la campaña presidencial. Demostrando, de paso, falta de liderazgos alternativos en su organización, ausencia de un vocero moralmente creíble y con capacidad de convicción, no lastrado por las graves responsabilidades que sobre sus espaldas cargan los actuales candidatos de la exguerrilla al Congreso.
Falta ver qué candidato presidencial de los restantes, de los afines al proceso de paz de La Habana, tendrá que verse sometido a la “oferta” de recibir la adhesión de esa agrupación. Con lo que ello acarrea y con lo que, de aceptarse, implica de corresponsabilidad solidaria frente a un pasado que está a la vista de todos.