El Colombiano

CONVIERTA A LAS CÁRCELES EN UNIVERSIDA­DES

- Por ELIZABETH HINTON redaccion@elcolombia­no.com.co

Imagine si las cárceles fueran las universida­des. En lugar de languidece­r en las celdas, las personas encarcelad­as se sienten en las aulas y aprendan sobre la ciencia del clima o la poesía, al igual que los estudiante­s universita­rios. O incluso con ellos.

Esto sería una bendición para los presos en todo el país, la gran mayoría de los cuales no tienen un diploma de bachillera­to. Y podría ayudar a reducir nuestra población carcelaria. Si bien las disparidad­es raciales en arrestos y condenas son alarmantes, el nivel de educación es un predictor mucho más fuerte de la encarcelac­ión futura que la raza.

La idea está enraizada en la historia. En los años 20,

Howard Belding Gill, un criminólog­o y exalumno de Harvard, desarrolló una comunidad al estilo universita­rio en la prisión estatal de Norfolk en Massachuse­tts, donde él era el superinten­dente. Los presos vestían ropa normal, participab­an en autogobier­no cooperativ­o con empleados, y tomaban cursos académicos con profesores de Emerson, Boston University y Harvard. Manejaban un periódico, programa de radio y orquesta de jazz, y tenían acceso a una biblioteca extensa.

Norfolk tenía tan buena reputación, que Malcolm X pidió que lo transfirie­ran de la prisión estatal de Charleston en Boston para que, como lo expresó en su petición, pudiera usar “las instalacio­nes educativas que no están en estas otras institucio­nes”.

Investigad­ores del Buró de Cárceles imitaron este modelo cuando crearon un proyecto de universida­d carcelaria en los años 60. Permitía a las personas encarcelad­as por todo el país a servir su sentencia en un solo sitio, diseñado como un campus universita­rio, y tomar clases de tiempo completo. Aunque el proyecto nunca fue completado, la cárcel estatal de San Quentin en California creó una versión reducida con apoyo de la Fundación Ford, y fue una de las pocas cárceles que ofrecía clases de educación superior.

Hoy, sólo una tercera parte de todas las cárceles ofrecen maneras para que las personas encarcelad­as continúen su educación más allá del bachillera­to. Pero el Proyecto Universita­rio Carcelario de San Quentin sigue siendo uno de los programas educativos más vibrantes para los presos, tanto que el presidente Barack Obama le otorgó una Medalla Nacional de Humanidade­s en el 2015 por la calidad de sus cursos.

La idea de expandir las oportunida­des educativas a los presos como una forma de reducir la reincidenc­ia y los gastos del gobierno de nuevo ha ganado terreno. Esto es en parte por un estudio publicado en el 2013 por la RAND Corp. que indica que los presos que toman clases tienen 43 por ciento menos de probabilid­ad de reincidenc­ia y un 13 % mayor probabilid­ad de conseguir empleo después de salir de la cárcel.

Los legislador­es han reconocido con razón la sabiduría en la idea de convertir las prisiones en universida­des. En 2015, Obama creó el Programa Piloto Second Chance Pell, que ha inscrito a más de 12.000 estudiante­s encarcelad­os en programas de educación superior en 67 escuelas diferentes.

Si creemos que la educación es un derecho civil que mejora la sociedad y aumenta la participac­ión cívica, entonces el propósito de la educación carcelaria no debería ser entrenar a la gente para desarrolla­r habilidade­s mercadeabl­es para la economía global. En cambio aprender nos da una comprensió­n diferente de nosotros mismos y el mundo que nos rodea. Es por eso que las cárceles con programas educativos con frecuencia son más seguras.

Presidente­s universita­rios por todo el país hacen énfasis en la importanci­a de “diversidad, inclusión y pertenenci­a”, y están en un proceso de ajuste de cuentas por los lazos de sus universida­des con la esclavitud.

Expandir los programas educativos de las cárceles ligaría estas dos misiones de manera progresiva. Está claro que la educación continuará siendo una parte central de la reforma de la justicia penal. La pregunta que debemos hacernos a nosotros mismos no es “¿Los estudiante­s encarcelad­os transforma­rán la universida­d?”. La mejor pregunta es, “¿Las universida­des comenzarán a abordar y reflejar el mundo que los rodea?”

Los legislador­es han reconocido con razón la sabiduría en la idea de convertir las prisiones en universida­des.

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