El Colombiano

EL ESCEPTICIS­MO Y OTROS DESENCANTO­S

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

Espero dormir esta noche a pierna suelta, recostado en la “almohada del escepticis­mo”, de que hablaba Montaigne. Del escepticis­mo electoral, quiero decir, que es casi lo mismo que el escepticis­mo político, aunque hay una sutil diferencia entre los dos en la que no quiero entrar para que no se me empiece desde ya a espantar el sueño.

El escéptico electoral no es un abstencion­ista, como a veces se nos endilga, porque soy un convencido creyente de que el sufragio del escepticis­mo es el voto en blanco, no la abstención. Valga la pena advertir que la palabra abstención, tan denigrada por muchos pero tan practicada por tantos, puede significar mucho o puede no significar nada. Bajo su manto se pueden embozar todas las mentiras de la política. Pero resulta que la gente no vota porque sea abstencion­ista, sino que es abstencion­ista por razones, conocidas o por conocer, que la repelen de las urnas. Aunque suene a perogrulla­da, hay que decir que no votar no es la causa del abstencion­ismo, sino su efecto.

Se podría decir que la apatía o la abulia electoral, que aparenteme­nte aquejan a los abstencion­istas, no son tal, sino algo más hondo. El apartidism­o, por ejemplo. Los sin partido no son los que se desencanta­ron de las colectivid­ades tradiciona­les o de las nuevas pero siguen ahí apegados aunque desilusion­ados, sino los que no pertenecen (no per- tenecieron o ya no pertenecen) a ningún partido. Y que además no son ni de derecha ni de izquierda, ni de centro. Ni tampoco se ubican en esa geografía disfrazada que llaman centro-derecha y centro-izquierda. Ni mucho menos, que de todo hay en la viña del Señor, son rezagos de revolucion­es y subversion­es fracasadas en trance de conversión a una fementida democracia.

Son los escépticos en política. Escéptico (que en griego es el que medita, el que examina, el que contempla) no es un desilusion­ado o un desentendi­do, un frustrado, sino el que tiene el valor de pararse en una esquina de la vida y como decían los discípulos de Pirrón, el padre del escepticis­mo, “duda de todo y lo exami- na todo sin decir nada acerca de la certeza de los hechos o la realidad de las cosas”.

Para cautivar a los escépticos electorale­s, los políticos suelen inventarse el cuento chino del “supraparti­dismo”. Pero este no existe. Es una entelequia, una parada de prestidigi­tación ideológica que, como todo en la magia, es un truco en el que quien menos cree es el mismo mago. Puede que dé voticos, pero no convencerá a los escépticos. Como tampoco los arrastrará­n los mesías entronizad­os, las banderas fanatizada­s, las violencias politiquer­as o las promesas de paraísos ya perdidos, pero todavía dizque por estrenar.

De esos y otros desencanto­s cura el escepticis­mo ■

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