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En el Malecón, en La Habana Vieja, en la Universidad o el Parque Almendares, los jóvenes prefieren ignorar la política.
En las urnas, los cubanos dictarán el fin de la era Castro
El aprieto esencial que padece hoy la isla es su deficiente economía, dice Javier de veintisiete años. “El salario que no alcanza ni para el pan diario, sin que le robes al Estado”, señala.
Las próximas elecciones no parecen motivar a la juventud cubana en lo que res- pecta a un cambio en la escena actual, soberanamente apocada. Los comicios debieron efectuarse en febrero y, sin embargo, se prorrogaron hasta el 19 de abril por los destrozos ocasionados por el huracán Irma, según fuentes oficiales. Se espera que sea este el primer mandato sin apellido Castro en la cúspide, desde que Fidel fuera envestido y después de que su hermano Raúl anunciara su último período gobernando.
Aunque suceda esto, y el cargo lo ocupe el ahora primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel, que es sobre quien más se comenta un ascenso, muchos cubanos no dejan de mostrarse incrédulos y apáticos. En una entrevista al diario español El Mundo, el cantau- tor Pablo Milanés decía: “en Cuba es muy difícil que se altere cualquier cosa. Hay un sistema estancado, que es incapaz de aportar nada nuevo”.
Javier es, más o menos, un sostén de lo aportado por Milanés, cuando dice que no alberga esperanzas de cambio alguno. Lo que sigue es un resumen del sistema electoral que él hace: “votas por un completo extraño que después te representa a ti y a otra gente. El nuevo presidente es un enigma que elige ese representante tuyo. Otros países hacen campañas, puede que te llenen de mentiras la cabeza, prometiendo esto y aquello, pero tienes una persona a la que identificas. Es como si el futuro presidente le hiciera un cortejo al pueblo, tratara de enamorarlo. Por el contrario, esa seducción aquí no existe porque solo nos ha embelesado Fidel y luego, otro poco, Raúl. Para ponerlo en otros términos, es como si aquí ese cortejo se ahorrara con un matrimonio arreglado”.
Por su lado, Leandro Martínez solo va a ir a votar, porque, a pesar de que la Constitución refleje que no es un acto obligatorio, la presidenta de su Comité de Defensa de la Revolución, va a su casa a exigirle un porqué de su indiferencia. “Por lo tanto, yo voy y hago el paripé, que solo me cuesta tiempo. Anulo la boleta y me retiro. Nada de lo que haga me va a garantizar mejor salario”.
Andrés González, algo menos pesimista, cuenta con que habrá cambios, aunque no muchos siempre que se mantenga la voz de un partido único, el PCC. Piensa que, entre bambalinas, Castro, a quien no le importa la opinión pública, seguirá moviendo los hilos y no liberará fácil al pueblo tan dócil que se ha ganado. La novia de Andrés, María López, coincide con él en todo, entrecortada su silueta por una luz ambarina.
Ella espera transformaciones superficiales, como 3G en telefonía, eso sí, a precios elevados. Apenas confía en que haya ideas diferentes o, la verdad, no sabe qué figurarse, porque está tan cantado el acontecimiento que se niega a interpretarlo