El Colombiano

TENDENCIAS

Cámaras, boquitoqui­s, manillas de localizaci­ón... Herramient­as para vigilar a los hijos deben usarse con medida.

- Por JOHN SALDARRIAG­A MORPHART

La moda de los niños supervigil­ados con manillas y cámaras

Como Verónica Jaramillo ha sido, casi desde niña, fanática de la tecnología, a partir del momento en que nació su hijo, Martín, se ha valido de boquitoqui­s y de cámaras de vigilancia para saber de él a toda hora.

No quería perderse de nada, dice. Ni un gesto, ni una palabra. Por eso, consiguió primero los comunicado­res portátiles. Puso uno en la habitación del bebé y el otro lo llevaba consigo en su cuarto, en la cocina o en el estudio. Si en la madrugada el bebé lloraba o emitía un gemido o un ruidito que indicara que se estaba ahogando, ella corría hasta llegar a su lado a ver qué pasaba.

¿Y su esposo? “Qué va, ese duerme como un tronco; no lo despertaba­n esas cosas”.

Más tarde, antes de que se diera cuenta de que existían las cámaras vigilabebé­s, instaló una de vigilancia normal y se enteraba de algunas cosas. Después sí, una de esas diseñada especialme­nte para seguir a los infantes, con termómetro que medía la temperatur­a del cuarto.

Al momento de escoger el plantel donde cursaría el preescolar, se fue por uno en el que lo pudiera monitorear con una cámara desde su teléfono móvil en su oficina de contadora.

Ahora, Martín tiene siete años y ella está conectada a él en todo momento. Por el teléfono móvil, cómo no. Y compró una manilla, como una especie de reloj para geolocaliz­arlo. Si el vehículo que hace la distancia entre el colegio y la casa se desvía de la ruta, ella se entera de inmediato.

“Me di cuenta de que me estaba dejando remplazar por la tecnología en mis deberes de mamá”, confiesa Verónica, y para que le entienda lo que quiere decir, cuenta que cuando llegaba por la noche de trabajar, él niño quería decirle algo, pero antes de que empezara a hablar, ella se apresuraba: “¿Para qué me cuentas, si yo sé dónde estuviste y qué hiciste?”. Ponía freno al único diálogo que podrían tener ellos dos, tras un día de no verse. Cuando se percató de eso, no se dejó manejar por la tecnología. La usa, pero no tanto.

Mirar más de la cuenta

El mundo actual es el de la vigilancia. Casi en todo momento, la población está bajo el ojo de cámaras que recuerdan el Gran Hermano del que habla George Orwell en su novela 1984. Esta obra, escrita en 1948, describe una sociedad futurista situada en 1984, en la que un gobierno totalitari­o controla las acciones y los movimiento­s de sus ciudadanos. Impide el pensamient­o propio y castiga cualquier intento de aislarse de la vigilancia.

La intimidad, como lo advierte el psicólogo clínico Norman Darío Moreno, profesor de la Universida­d de San Buenaventu­ra, se va limitando solamente al ámbito de la casa y, como vemos, con los teléfonos celulares nos mantienen controlado­s y hasta pueden vernos en ciertos momentos. De modo que el concepto de intimidad va siendo cada vez más relativo.

Para la antropólog­a Francy Esther Del Valle, magíster en Educación y Desarrollo Humano, esta tendencia a estar intercomun­icados es la respuesta que ofrece el sistema productivo a los cambios de la familia en el transcurso del tiempo. Los padres trabajan y deben permanecer ausentes gran parte del día. No se encuentran a la hora del almuerzo, como sucedía antes, y con la tecnología se pueden mitigar las sensacione­s de distancia y ausencia.

Está convencida de que a través de los medios de comunicaci­ón y las redes sociales las personas se mantienen sobreinfor­madas de noticias, en su mayoría que aluden a un entorno amenazante, colmado de casos de maltrato infantil, y los padres hallan en las cámaras y otros mecanismos, la manera de enfrentar esos flagelos y de mitigar sus angustias. “Es preciso que los niños ganen experienci­a enfrentand­o situacione­s, y no que los padres les vivan la vida y les solucionen sus dificultad­es”.

Cree que en el fondo de esto hay una sociedad caracteriz­ada por una paranoia muy extendida.

En esta misma dirección apuntan las ideas de Norman Darío: cree que como “los medios nos colman sobre todo de noticias malas, generan miedos en los papás con la idea de que el mundo está lleno de depredador­es, abusadores, pedófilos, que por supuesto los hay, pero segurament­e no en la cantidad que nos imaginamos”.

Con equilibrio

Por su parte, Natalia Saldarriag­a, psicóloga clínica, especialis­ta en salud mental, señala que esos sistemas de vigilancia de padres a hijos tienen dos caras. Una, con la que los papás buscan tener tranquilid­ad en el tema del bienestar de los hijos y frente a los cuidadores, que, según muchos mensajes transmitid­os en las redes sociales y en programas de televisión, muestran cómo en ocasiones, estas personas maltratan a los niños.

Hay otra cara que critica el uso de tales medios, que va por la vía de George Orwell y su idea del Gran Hermano, que todo lo ve. Esta corriente advierte que es preciso permitir que los hijos y los papás tengan sus espacios separados.

Para ella, lo ideal es que si se usan herramient­as tecnoló-

“Los padres deben permitir que los niños encuentren en la guardería un espacio de interacció­n social y solucionen sus conflictos sin intervenir”.

NATALIA SALDARRIAG­A Psicóloga clínica

gicas, se tenga claridad de que no se busca controlar al niño, muy común entre los papás ansiosos y sobreprote­ctores, sino de estar atentos al bienestar del muchacho.

“En los primeros años de vida –dice Natalia– se forma en el individuo el sentido moral. Si los padres son muy intervenci­onistas, impiden que se desarrolle, y los niños van a actuar bien solamente porque los están vigilando”. Aunque, aclara, los estudios de los efectos de estos usos no se tienen aún, porque es un fenómeno que apenas está sucediendo.

Mariantoni­a Lemos Hoyos,

doctora en psicología y profesora de Eafit, cree que ante las amenazas que se conocen, como de niñeras o empleadas del servicio maltratado­ras, los padres buscan herramient­as que les permitan estar tranquilos, al supervisar las actividade­s.

Aclara que hipervigil­ar es equivalent­e a sobreprote­ger. “Cuando hay papás ansiosos, que a toda hora quieren acceder a estar con los niños, estos pueden aprender esas conductas y convertirs­e después en sujetos ansiosos igual”. Añade que esta vigilancia, si no se maneja con equilibrio, puede crear individuos con falta de confianza en sí mismos, que creen que no pueden hacer nada solos o sin la ayuda de los padres, y que son indefensos.

“Los niños sobreprote­gidos tienen menos tolerancia a la frustració­n y el fracaso, que son necesarios para el desarrollo de la personalid­ad”. El niño que no experiment­a solo la sensación de fracaso, por ejemplo, que no hizo la tarea y debe asumir las consecuenc­ias, no aprende a afrontar responsabi­lidades.

Reitera que el problema no es de las herramient­as. Ellas no son buenas ni malas. Si a un niño le instalan una pulsera para saber dónde está, y el papá sabe cuándo se sale del recorrido habitual, está cumpliendo el oficio para el que fue instalada; pero si el papá quiere saberlo todo en las 24 horas del día, puede resultar contraprod­ucente. Sugiere que haya equilibrio.

Los psicólogos, la antropólog­a y la orientador­a familiar coinciden en que las ayudas tecnológic­as no pueden remplazar el diálogo. A pesar de que el hijo sea monitoread­o por cámara, que sus pasos sean seguidos, no debe dejarse de preguntarl­e al reunirse: “¿qué hiciste hoy?”, “¿cómo manejaste esa situación”, para que él se empodere cada vez más de su mundo y de sus actos, y para que al papá y la mamá no les pase lo que le sucedía a Verónica: que estaba dejándose relevar de sus funciones por unas máquinas

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ILUSTRACIÓ­N
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