El Colombiano

EL PELIGRO EN EL SUELO

- Por VICTOR J. BLUE

Cuando Noorzia Amarkhel, de 12 años, entró en el cuarto, cargada por su padre, parecía sin peso, como si él estuviera cargando sólo un vestido verde y un chal rojo. La sentó en coji- nes y ella organizó la manta café que tapaba lo que quedaba de sus piernas.

Era una tarde cálida de octubre y yo estaba en la casa temporal de Noorzia y su padre en la provincia Nangarhar Province, en Afganistán oriental. Sólo tres meses antes, ella había estado recogiendo leña en una colina sobre su pueblo natal cuando su vida cambió para siempre. El verano anterior, su pueblo había sido invadido por militantes del Estado Islámico; su familia huyó y luego regresó en el otoño una vez que las fuerzas del gobierno los expulsaron. Pero el Estado Islámico dejó algunas sorpresas.

“Yo escalé un montecito”, dijo Noorzia. “No podía ver la mina y la pisé”.

Noorzia es una de las más de 2.000 víctimas civiles de minas y remanentes de guerra en Afganistán el año pasado. Después de décadas de trabajo y más de mil millones de dólares en apoyo por parte de la comunidad internacio- nal, se han dado grandes pasos para limpiar las minas sobrantes de la ocupación soviética de Afganistán.

Pero los grupos humanitari­os de desminado enfrentan nuevos retos. Remanentes explosivos de la guerra provenient­es del creciente conflicto entre las fuerzas de seguridad afganas y el Talibán y otros grupos insurgente­s contaminan el campo. El blanco accidental son los civiles, frecuentem­ente niños curiosos, quienes recogen o pisan estas municiones.

Desde la retirada aceleradas de fuerzas americanas que comenzó en el 2013, muchos donantes internacio­nales han reducido su financiaci­ón para las operacione­s de desminado. En el 2016, cuando la financiaci­ón estaba más baja todavía, las muertes de civiles alcanzaron su máximo número registrado desde la caída del Talibán.

En el 2017, el gobierno afgano solicitó unos US$ 110 millones de la comunidad internacio­nal para mantener el ritmo de sus compromiso­s de desminado.

Hace cuatro años, había 15.000 desminador­es empleados en Afganistán. Ahora solo hay 5.000. Atef Gharwal supervisa las operacione­s en el centro de Afganistán para el Danish Demining Group. Es un trabajo peligroso, pero está muy orgulloso de él.

Él lleva 17 años trabajando como un desminador, pero ahora hay cada vez menos recursos para el desminado.

De muchas formas, el desminado en Afganistán es víctima de su propio éxito. Más de 18 millones de remanentes explosivos han sido destrozado­s desde 1989, removidos de más de 1197 millas cuadradas. En un entonces manejado por las Naciones Unidas, gran parte del trabajo ha sido tomado por la dirección de coordinaci­ón de acción de minas del gobierno afgano. Después de décadas de guerra, Afganistán es más peligroso que nunca para civiles. Patrick Fru

chet, el jefe de la oficina del Servicio de Acción contra Minas de las Naciones Unidas en Afganistán, me dijo en diciembre pasado que “los civiles están muriendo al doble del número de soldados que mueren en este conflicto”. Sin el apoyo renovado de los países donantes, cada vez más niños perderán manos, brazos, piernas y vidas por municiones sin estallar

Después de décadas de guerra, Afganistán es más peligroso que nunca para civiles. “los civiles están muriendo al doble del número de soldados que mueren en este conflicto”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia