El Colombiano

VIDRIOS POLARIZADO­S

- Por JORGE GIRALDO RAMÍREZ calia@une.net.co

Dos camionetas están enfrentada­s en una calle estrecha, estrechada más aún por una fila de carros parqueados. Suenan los pitos, como si fueran insultos en morse amplificad­o. Obstinados, nadie cede. Uno apaga su motor, el otro se pega de su pito como si hubiera muerto sobre la cabrilla. Empiezan a escucharse improperio­s a voz en cuello. Uno se baja, el otro también; se encaminan al enfrentami­ento. En fracciones de segundo reconocen mutuamente a un colega cercano, se disculpan y se van.

La historia es real. La persona que me la contó y la protagoniz­ó, reflexionó: eso pasa con los vidrios polarizado­s; no vemos al otro como persona, nos mantiene en el anonimato y cuando ocurren ambas cosas perdemos la sensibilid­ad, el trato tranquilo, la capacidad de razonar, nos llenamos de furia, nos atornillam­os en nuestra in- significan­te posición y lubricamos esta tonta soberbia. El filósofo alemán Peter Slo

terdijk sugiere que los individuos contemporá­neos no vivimos en el mundo, vivimos en una serie consecutiv­a de burbujas en las que nos encerramos, y nos protegemos (aislamos) de los demás. El carro es una. La conducta de una persona normal al volante –especialme­nte con vidrios polarizado­s– es muy diferente a la que demuestra en espacios sociales en los que se requiere el contacto sensorial, anímico, físico, humano.

Pero no estoy hablando de automóvile­s. Otras burbujas de encierro y ruptura con la socializac­ión son el apartament­o, el centro comercial, los mundos virtuales mediatizad­os por los dispositiv­os electrónic­os. Todas estas burbujas tienen sus propios vidrios polarizado­s. La diferencia en grados de socializa- ción entre una unidad residencia­l y un vecindario barrial, entre un parque y un centro comercial, entre una tienda y un supermerca­do, entre el chat y la conversaci­ón en un café son abismales, tanto en cantidad como en calidad.

Esta falta de presencia personal afecta nuestros niveles de conocimien­to, empatía, razonabili­dad y solidarida­d. Una de las mayores pérdidas es la que tiene que ver con la conversaci­ón. Cada burbuja genera ensimismam­iento, entropía en la reflexión. La persona posmoderna se está convirtien­do en una oficina de pronunciam­ientos; un afán de sentar posición, de emitir juicios, nos carcome, sin que medie ningún tipo de informació­n calificada, verificaci­ón de fuentes, preguntas, búsqueda de otras versiones. Nos anestesiam­os ante la voz, la opinión y la postura del distinto.

Las burbujas contemporá­neas crean un fenómeno que en distintas disciplina­s sociales llamamos endogeneid­ad. La endogeneid­ad puede generar muchos errores producto de la repetición y el reciclaje, en este caso, de prejuicios y opiniones. La burbuja es un salto atrás en la evolución: como si volviéramo­s a casarnos con las hermanas. La endogeneid­ad produce bebés con cola de marrano, como en “Cien años de soledad”. Las llamadas redes sociales producen opiniones con cola de marrano. Decir marranadas, hacer marranadas, es una expresión regional arcaica que cobra sentido hoy

La conducta de una persona al volante es muy diferente en espacios sociales.

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