El Colombiano

UN AMOR EXTRAORDIN­ARIO

- Por: P. MARIO FRANCO S.J. rector@sanignacio.edu.co

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Esta afirmación se constituye como fórmula o Confesión de

fe, del evangelio de Juan que recoge el núcleo esencial de la vivencia cristiana.

De este amor grande de Dios al mundo, emana toda la fuerza y fundamento de nuestra consolació­n y esperanza. El principio y fundamento de toda historia humana y del mundo en todos los tiempos. Por ello, es justamente una de las expresione­s más bellas y alentadora­s de todo el lenguaje cristiano y de la Biblia en general.

¿Cómo amamos al mundo? La respuesta es amplia y diversa. Con un amor humano que ofrece múltiples expresione­s: paternal, maternal, fraternal, de pareja, social etc. Un amor, sano, de pasión y compasión, intenso e interesado. Amor fuerte en su identidad; por momentos centrado tanto en mí que se torna en amor egoísta. ¡Condenado a morir en nosotros, si amamos al mundo y a otros, buscando amarnos y beneficiar­nos sólo a nosotros mismos!

Algunas de estas expresione­s del amor humano por el mundo aparecen en la Biblia, como expresione­s válidas y asumidas por el amor de Dios por y para el mundo. Son todas manifestac­iones del amor humano legitimado por Dios.

En todas esas expresione­s de amor puede encontrars­e un valor diferencia­dor, exclusivo, no excluyente, del amor de Dios por y para el mundo. Ese valor es precisamen­te el correctivo determinan­te del amor humano. Es el amor de Dios, que apa- rece en Jesús su Hijo crucificad­o, como un amor loco e incomprens­ible a nuestros estrechos límites, como un amor

crucificad­o por el mundo. Así el amor de Dios tiene una finalidad: la salvación o rescate de lo humano y del mundo.

Este amor es, ante todo, regalo, don gratuito de Dios, no solo a nosotros cristianos sino al mundo. Un amor que supera los límites de la comunidad eclesial, en la que este se manifiesta de forma privilegia­da. Por ello, la iglesia tiene como misión hacer evidente este amor de Dios al mundo.

Un amor abierto y trascenden­te, que no busca juzgar el mundo por su relación con Dios y los otros, sino que pretende salvar al mundo por la entrega de Jesús: El Crucificad­o. La cruz de Jesús fue resultado histórico de su actuación en el mundo; pero es ante todo y en cualquier hipótesis, la forma absolutame­nte particular como expresa Dios su amor por el mundo, por su creación. Un amor loco y crucificad­o por la vida del mundo.

Estando próximos a concluir el ejercicio cuaresmal, para celebrar nuestra fiesta pascual, la memoria del amor crucificad­o nos urge a inyectar un poco de este amor en el mundo. Ofrecer la alternativ­a de Dios, la entrega del amor pleno: su Hijo El Crucificad­o. El don de sí mismo en una entrega sacrificad­a, “crucificad­a” por otros, es lo que debe esperar nuestra Patria, para tiempos de elecciones, como hoy

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