UN AMOR EXTRAORDINARIO
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Esta afirmación se constituye como fórmula o Confesión de
fe, del evangelio de Juan que recoge el núcleo esencial de la vivencia cristiana.
De este amor grande de Dios al mundo, emana toda la fuerza y fundamento de nuestra consolación y esperanza. El principio y fundamento de toda historia humana y del mundo en todos los tiempos. Por ello, es justamente una de las expresiones más bellas y alentadoras de todo el lenguaje cristiano y de la Biblia en general.
¿Cómo amamos al mundo? La respuesta es amplia y diversa. Con un amor humano que ofrece múltiples expresiones: paternal, maternal, fraternal, de pareja, social etc. Un amor, sano, de pasión y compasión, intenso e interesado. Amor fuerte en su identidad; por momentos centrado tanto en mí que se torna en amor egoísta. ¡Condenado a morir en nosotros, si amamos al mundo y a otros, buscando amarnos y beneficiarnos sólo a nosotros mismos!
Algunas de estas expresiones del amor humano por el mundo aparecen en la Biblia, como expresiones válidas y asumidas por el amor de Dios por y para el mundo. Son todas manifestaciones del amor humano legitimado por Dios.
En todas esas expresiones de amor puede encontrarse un valor diferenciador, exclusivo, no excluyente, del amor de Dios por y para el mundo. Ese valor es precisamente el correctivo determinante del amor humano. Es el amor de Dios, que apa- rece en Jesús su Hijo crucificado, como un amor loco e incomprensible a nuestros estrechos límites, como un amor
crucificado por el mundo. Así el amor de Dios tiene una finalidad: la salvación o rescate de lo humano y del mundo.
Este amor es, ante todo, regalo, don gratuito de Dios, no solo a nosotros cristianos sino al mundo. Un amor que supera los límites de la comunidad eclesial, en la que este se manifiesta de forma privilegiada. Por ello, la iglesia tiene como misión hacer evidente este amor de Dios al mundo.
Un amor abierto y trascendente, que no busca juzgar el mundo por su relación con Dios y los otros, sino que pretende salvar al mundo por la entrega de Jesús: El Crucificado. La cruz de Jesús fue resultado histórico de su actuación en el mundo; pero es ante todo y en cualquier hipótesis, la forma absolutamente particular como expresa Dios su amor por el mundo, por su creación. Un amor loco y crucificado por la vida del mundo.
Estando próximos a concluir el ejercicio cuaresmal, para celebrar nuestra fiesta pascual, la memoria del amor crucificado nos urge a inyectar un poco de este amor en el mundo. Ofrecer la alternativa de Dios, la entrega del amor pleno: su Hijo El Crucificado. El don de sí mismo en una entrega sacrificada, “crucificada” por otros, es lo que debe esperar nuestra Patria, para tiempos de elecciones, como hoy