CAMBIAR DE HÁBITOS
Querido Gabriel,
La reflexión sobre un asunto público está incompleta si no incluye lo ciudadano. Te invito a preguntarnos qué podemos aportar cada uno para resolver los problemas sociales, porque el gobierno, sin los ciudadanos, tiene una capacidad limitada. Por eso, propongo para tu grupo de amigos, el tema de la contaminación del aire.
Imagino que los asistentes a tu reunión son personas cómodas, que buscan lo que más les conviene, como casi todos. Entonces, las discusiones sobre el tema, de seguro giran alrededor de qué se prohíbe y qué se incentiva (o desincentiva) y cómo los afecta en el inmediato plazo. El pico y placa y más impuestos de circulación son herramientas válidas y hay que aplicarlas, a pesar de su impopularidad. Sin embargo, me parecen insuficientes porque delegan en el Estado una responsabilidad de todos.
La mayor parte de la contaminación proviene de fuentes móviles: carros, motos, buses y camiones. Estos vehículos se usan, simplificando, para transportar personas o carga. Buena parte de las partículas y gases que ensucian el aire se deben entonces a gente que va a trabajar, estudiar o hacer vueltas. El problema somos nosotros. Preferimos el carro y la moto al metro o los buses (ojalá sean eléctricos pronto). Ni pensamos en caminar o tomar una bicicleta.
¿Te has puesto a reflexionar en que a una persona con cáncer de pulmón que fuma o un paciente de cirrosis que toma a diario, lo cuidaríamos como adicto? Pero solo nuestro amigo Carlos ha denunciado que lo somos, al carro y la moto, porque nos hacen daño, pero nos sentimos incapaces de dejarlos o cambiarlos por algo más.
Hay dos libros que pueden servirnos. El Poder de los Hábitos, de Duhigg, explica que un hábito no se elimina, sino que se reemplaza por otro que tenga el mismo origen y la misma satisfacción al final. El otro, Nudge, de Thaler y
Sunstein, donde se aborda la idea de que las personas podemos ser orientadas para tomar mejores decisiones, sin coartar nuestra libertad. No es fácil, pero las organizaciones podemos pasar de “exigir medidas” a tomarlas, y las personas podríamos dejar de esperar el equivalente a un “parche de nicotina” y usar nuestra voluntad e inteligencia para no ahogarnos en nuestros propios desechos.
Hagamos una tertulia para pensar en cómo cambiar el vicio del carro por la limpia bicicleta eléctrica. ¿Cómo vencer el facilismo diario con otro hábito menos dañino? ¿Cómo informarnos cada día del impacto de los kilómetros recorridos y el combustible usado? ¿Será que podemos darnos “pequeños empujones” que nos enseñen a movernos sin contaminar?
¿Podremos tener grupos de apoyo, aprovechando las redes, para evitar caer en la tentación de ir a tres cuadras a mercar en carro o manejar al trabajo solos? ¿Será que las empresas debemos dar reconocimientos a los que nos cuidan y hacerles presión social a los que nos dañan lentamente? ¿Será que todo comienza por uno que cambia, seguido de otro, hasta que la manada se transforma?
Se despide, tu contertulio epistolar
* Director de Comfama
El pico y placa y más impuestos de circulación son herramientas válidas y hay que aplicarlas a pesar de su impopularidad. Sin embargo, me parecen insuficientes porque delegan en el Estado una responsabilidad de todos.