Vetusta Morla, gracias por cambiar mi vida
¿Han llorado por la música? ¿Han llorado en un concierto? No es muy común, ¿verdad? Sucede, sin embargo, y cuando pasa es por la magia del sonido, de las luces, de las miradas, de los gritos, los movimientos y el amor sonoro que atrevidamente se mete por los poros sin permiso, que acelera el corazón, dilata las pupilas, hace a los pies mover, descontrola el sistema nervioso y ofrece tanta felicidad que todo podría acabar ahí, fulminante, veloz. Y fue precisamente esto lo que me ocurrió en varias oportunidades viendo de frente y de cerca a una de las bandas que no solo cambió mi vida, sino que se ha convertido, de a poco, en una banda sonora predilecta por muchos en Colombia. Desde Madrid, España, llegó que cumple 20 años de historias, que han arribado en varias ocasiones al país y este fin de semana que pasó presentaron en el Teatro Pablo Tobón Uribe quizá uno de sus directos más poderosos en años, que generó un encuentro mágico para nosotros. Ellos están en la gira de su más reciente historia, que se materializa en eso, en pasar por muchas ciudades en todo el mundo, con todo tipo de anécdotas, encuentros y desencuentros, pero con la claridad de tener un sitio definido: el escenario, las miradas, los aplausos, el agradecimiento, el poder vernos a los ojos así no nos conozcamos y recibir como regalo canciones que se hacen eternas. Este concierto nos demostró que los sueños que ellos mismos tuvieron hace años con la música, hoy son tan nuestros que incluso nos pertenecen. Luego del último acorde, de la luz que se apagó sin esperarlo, del “muchas gracias Colombia”, de hacer una venia eterna contenida por aplausos incontables, quedé ansioso, con ganas de más, con dolor en el cuerpo y alegría. Al salir del teatro solo podía ver sonrisas y gente abrazándose y diciendo gracias, como si fueran ellos los que unos minutos atrás hubieran estado encima del escenario recibiendo algarabía sin control. Y es por esto que no quiero hablar de música, de técnica, de tiempo, ritmo, contrapunto, afinación, melodía o esas cosas, el grupo sabe hacerlo muy bien y esta no es una reseña de un concierto. Solo es una historia de tantas miradas y sonrisas ilusionadas con dos horas de sonidos y de recuerdos musicales. Queda por decir que confrontamos con aplausos y observación a una banda que se divirtió en escena, que se sintió sincera, honesta y que evidentemente no revisa poses de estrellato, pero sí de entrega total a un público que aún no se explica de donde llega la fuerza de esa locomotora a todo vapor. Y por eso, más allá de hablar de un concierto, de unas canciones y de dos horas de felicidad, les decimos gracias a Jorge, Guille, Pucho, Juanma, Álvaro, Indio, Kin, Mónica, y muchos otros. Gracias en mayúscula y con aplausos y, por mi parte y de manera atrevida, les digo gracias Vetusta Morla por cambiar mi vida con su sonido. Si usted no fue, mi recomendación es que escuche las historias musicales de esta banda, permítase sentir lo que acá le cuento, y si algo pasa, yo mismo me daré por bien servido.