PROFESOR SINVERGÜENZA
En medio de este desastre desinformativo electoral, del que apenas hemos pasado el primer chaparrón, sale el expresidente
Ernesto Samper Pizano a darnos lecciones de moral y recomendaciones políticas. A pararse desde yo no sé qué atril ético a explicarnos por qué algunos candidatos valen la pena y por qué otros merecen nuestro desprecio. Por qué el Partido Liberal se equivoca con tal o cuál decisión y cómo, según su aguda visión y añeja experticia, los Verdes son más de lo mismo. Hay que frotarse con fuerza los ojos cuando se lee una insolencia de semejante tamaño.
Diría uno que ataca a sus enemigos de siempre. Los de las élites que gobernaron el siglo pasado y aún husmean en lo pú- blico ofreciéndose como renovadores imposibles. Andrés Pas
trana –digamos– antagonista de hace ya tres décadas cuando iniciaba su periplo de delfín conservador; o Álvaro Uribe, de quien fue enemigo y luego amigo y luego enemigo otra vez por esas ruletas que son las embajadas; o César Gaviria, incómodo veterano al interior del liberalismo, incapaz también de dar vía libre a nuevos liderazgos. En otras palabras, que las disputas pertenecen a ese club de la pelea expresidencial que siempre cae tan bajo.
Pero no, la toma de frente contra aquellos que han cuestionado su pasado turbio, contra los que ofrecen un viraje hacia la decencia. Contra los que le recuerdan esa historia desagradable e inconclusa de su gobierno comprado por los narcos, que Colombia deja pasar de largo más por olvidadiza que por generosa.
Trinaba el otro día, por ejemplo, que no creía en los aires de reconciliación de Sergio
Fajardo ni en sus propuestas encaminadas a estructurar un proyecto de paz. Apuntaba de frente a su candidata a vicepresidenta, Claudia López, a quien describió como “una pirómana experta en casar peleas, incinerar honras y machacar ideas ajenas”. Y así, sin más, el hombre de la espalda más ancha de la política nacional y en cuya sombra se escondieron todas las ilegalidades, nos educa sobre rectitud. Y así, con la cara dura, el mismo personaje que desde la secretaría de Unasur le lavó la cara a Nicolás Maduro, nos enseña democracia.
Uno no puede más que reírse para evitar la rabia y el llanto, aunque él jura, cuando ve las risas, que son resultado de sus chistes flojos. Siempre ha dicho que se enorgullece de su buen humor ■
La toma de frente contra aquellos que han cuestionado su pasado turbio, contra los que ofrecen un viraje hacia la decencia.