El Colombiano

30 años de democracia directa: un balance

- MARCELA RESTREPO H. Dir. Gestión de Conocimien­to Transparen­cia por Colombia

En marzo de 1988 los ciudadanos eligieron por primera vez sus alcaldes. Fue una apuesta por la democratiz­ación de la gestión pública, el ingreso de nuevas fuerzas políticas –diferentes al bipartidis­mo-, la mejora en la prestación de los servicios y la búsqueda de la reducción del conflicto social. El balance en estos 30 años deja ganancias, deudas y algunos fracasos. Se ganó participac­ión de organizaci­ones de izquierda, grupos étnicos y una que otra expresión alternativ­a. La gente tuvo la oportunida­d de tener más cerca a sus gobernante­s; la participac­ión ciudadana y la rendición de cuentas llegaron para quedarse y en algunas zonas mejoró la provisión de bienes y servicios públicos. Finalmente, los municipios desarrolla­ron algunas capacidade­s para gestionar el desarrollo, por medio de la planeación y el manejo de finanzas locales. Sigue en deuda el proceso de descentral­ización. Ires y venires, producto de la hegemonía centralist­a, hacen que hoy día se hable más de re-centraliza­ción que de descentral­ización. El sistema se resiste a la devolución de competenci­as y encuentra en la concentrac­ión de decisiones y recursos una eficiente manera de reproducir poderes clientelis­tas y corruptos. El fracaso se refleja en las asimetrías del desarrollo regional y territoria­l, en la fuerte presencia de redes de corrupción y crimen organizado que han encontrado en las entidades municipale­s, más que un botín, un espacio de oportunida­d para legitimars­e en el uso del poder y controlar el territorio. A pesar de las deudas y los fracasos, la apuesta por la autonomía son una bandera de la profundiza­ción de la democracia. La corrupción no se presenta sólo en las regiones. Este fenómeno estructura­l se expresa en el centro y en lo local, por lo que concentrar más el poder es darle más oportunida­des a la acción de la corrupción.

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