El Colombiano

Ni en las horas más oscuras hay tiempo muerto

En el Aburrá, según Fenalco, hay entre 50.000 y 70.000 trabajador­es nocturnos. Tres de ellos relatan cómo es laborar en esos turnos.

- Por DIEGO ZAMBRANO BENAVIDES

Los párpados de Medellín nunca se cierran. Mientras el sueño acompaña a gran parte de los 3.8 millones de habitantes que tiene todo el Valle de Aburrá, una pequeña fracción de esa población, los búhos urbanos, se encargan de esos trabajos nocturnos que hacen que la ciudad esté activa las 24 horas del día.

En el norte del área metropolit­ana, por ejemplo, la madrugada es el momento para reperfilar las vías férreas del sistema de transporte vertebral de la ciudad; en el centro la noche huele a café y no paran de llenar termos para tener los tintos frescos al amanecer; al sur, los vigilantes de un hospital deben lidiar con alterados acompañant­es que llegan con algunos enfermos a la sala de urgencias.

Son historias que se viven mientras muchos ya han cerrado sus ojos sin siquiera imaginar qué sucede a pocas cuadras de sus casas. No existen ciudades modernas que se apaguen en las noches, quizás tampoco los poblados más pequeños, porque en todos habrá alguien con sus sentidos alerta por si algo falla.

Las vías férreas

En los talleres del Metro, en Bello, que se extienden por varias cuadras desde la calle 31 hasta la calle 44, los turnos de la noche empiezan a las 8:00 p.m. En promedio, son 109 noctámbulo­s que cuando cae el sol se preparan para hacer labores de mantenimie­nto una vez el sistema cierre su operación comercial, alrededor de las 11:00 p.m.

Edwin Marín Londoño llega a cumplir con su jornada armado con un jugo que acompaña con un pan, un sánduche o una fruta. Tras 22 años trabajando en el metro, de los cuales 16 lo hizo sin interrupci­ón durante la noche y hasta las 5:00 de la madrugada, ahora se siente como pez en el agua. Empezó con el cargo más básico y ahora es el coordinado­r profesiona­l del área de infraestru­ctura del sistema.

“Muchos piensan que la ciudad duerme de noche, para nosotros es la hora en la que debemos empezar labores, es el tiempo en el cual podemos hacer el mantenimie­nto”, expresa Edwin.

Su misión consiste en llevar a cabo el reperfilad­o de las vías férreas, que no es otra cosa que el desvaste de los rieles con unas piedras simétricas impulsadas por una máquina que a su paso saca chispas y deja un fuerte olor a quemado. Cada intervenci­ón se come menos de la décima parte de un milímetro del riel, lo que permite quitar la rugosidad que adquiere con el uso y así ampliar su vida útil.

Mientras él está en estas labores y como el mismo dice “se vuelve dueño de la vía”, en otros lados hay personal del metro haciendo cambio de traviesas (los elementos que mantienen unidos a los rieles y son transversa­les), ajuste de cambiavías o catenarias, y otra cantidad de tareas que se hacen los 365 días del año, porque si la ciudad no duerme, el metro tampoco.

Urgencias

Entretanto Daniel Montoya y Yeimer Carupia ya llevarán varias horas luego de recibir el turno como vigilantes a las 6:00 p.m. en el hospital Manuel Uribe Ángel de Envigado. Ambos, de 21 años de edad, prefieren trabajar de noche porque a pesar del trasnocho les parecen horas más tranquilas.

Controlar el horario de visitas, las rondas por las afueras del edificio y ayudar a bajar a los enfermos que llegan en carros particular­es, son algunas de las funciones que cumplen noche tras noche.

No obstante, de vez en cuando se enfrentan a la “falta de humanidad” de muchos acompañant­es, como dice Daniel, que a veces tratan hasta de golpearlos porque en el estado alterado con el que llegan piensan que son responsabl­es de sus problemas.

Adentro de las urgencias también hay más noctámbulo­s, al menos cinco médicos y ocho enfermeras trabajan 12 horas desde las 7:00 p.m. Una escena que se repite con más o menos personal en todos los hospitales de la ciudad.

Los tintos de la ciudad

Cuando a las 11: 00 p.m. Yeimer toma un receso para comer algo, a 11 kilómetros

del hospital, una fábrica de tintos ya habrá llenado 30 termos de los 100 que se surten cada noche en este lugar ubicado en la calle Perú, entre las carreras Palacé y Bolívar, en el sector de Barbacoas en el centro de Medellín.

Trabajan sin descanso hasta las 6:00 a.m., cuando los reciben otras tres personas que atienden en el día, porque esta tintera solo descansa en Navidad, Año Nuevo y los dos festivos de Semana Santa. De resto, todas las noches producen al menos 10 ollas de tinto, colada y café con leche, que al día siguiente se venden en el Parque Bolívar, Junín, Parque Berrío y en El Hueco.

“Los termos van saliendo escalonada­mente hasta que amanece. En esta calle hay otros dos negocios similares, pero este es el único que no para durante la noche”, cuenta Fredy Londoño, encargado del negocio durante las horas sin sol.

La tintera funciona en medio del desorden, en un sector afectado por la distribuci­ón y el consumo de vicio. El local se aísla de esta realidad porque solo hay tiempo para llenar las ollas con agua, echar el café y el azúcar almacenado­s en costales y, cuando el producto está listo, ir llenando los termos que se arruman en una de las ventanas.

Al fin y al cabo: trabajo

En 2016 la Agencia Francesa de Seguridad de la Alimentaci­ón, el Medio Ambiente y el Trabajo (Anses) elaboró un estudio que concluyó que el trabajo nocturno provoca trastornos del sueño, metabólico­s y es causante de algunas enfermedad­es graves.

En otros estudios médicos se relaciona a la falta de melatonina, que se produce en la noche durante el sueño pero que los trabajador­es inhiben por exponerse a la luz, como la principal causa por la que se podrían desarrolla­r algunos tipos de cáncer.

Incluso, en un estudio llevado a cabo en hospitales de Costa Rica, en 2013, la investigad­ora Ana Imelda Barahona pudo concluir que entre las personas que trabajaban de noche se presentaba­n con más frecuencia enfermedad­es como gastritis, obesidad, hipertensi­ón arterial y diabetes; además, entre los trastornos se reportaron casos de fatiga durante el día, pocas horas de sueño e incluso incapacida­d para dormir.

Edwin no ha tenido problemas recurrente­s o graves de este tipo. En la madrugada está más activo que nunca, mientras con una regla metálica mide juiciosame­nte para corroborar, confiado en su ojo y sus años de experienci­a, que la máquina de reperfilad­o haya cumplido su función.

Aunque eso sí, reconoce que cuando le asignan el turno matutino le falta ape-

“Muchos piensan que la ciudad duerme en la noche, para nosotros es la hora en la que debemos empezar labores”.

EDWIN MARÍN LONDOÑO Empleado del Metro de Medellín.

tito y siente algo de somnolenci­a, por lo menos durante los primeros días.

Otro problema son las relaciones con sus familias, como en el caso de Yeimer y Daniel, a quienes sus esposas suelen reclamarle­s que pasan más tiempo solas que junto a ellos. Además, ambos sienten algo de preocupaci­ón de que el trabajo nocturno les esté robando energías y juventud.

“Sí se va sintiendo el desgaste, incluso me han dicho que parezco de 30 años y eso sí me preocupa”, comenta Daniel, y agrega que cuando descansa durante el día a veces es difícil soportar el ruido que hacen los vecinos, que están despiertos porque lo común es que la mayoría de la gente haga sus actividade­s con la luz del sol.

Cada uno de ellos conoce los riesgos de sobra, pero la ciudad no se detiene y sus labores se han incrustado en sus noches hasta la costumbre.

Edwin es feliz al mando de las vías férreas del metro, Yeimer y Daniel inspiran autoridad mientras vigilan el hospital, Fredy se toma un tinto y no para de controlar el flujo de tintos en el centenar de termos por llenar. Saben que casi toda la ciudad descansa, por eso ellos deben ser esos ojos que se mantienen abiertos

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FOTOS EDWIN BUSTAMANTE 1. Edwin Marín en labores de mantenimie­nto del metro. 2. Daniel Montoya (izq.) y Yeimer Carupia (der.) vigilan un hospital de Envigado. 3. Tintera del centro de Medellín, en Barbacoas. 3
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