NO ME QUITES LA CRUZ
La Cruz no atrae a casi nadie. Es imposible hoy una llegada a la victoria sin pasar por la derrota. Al hombre de hoy eso le cuesta admitirlo, porque rehúye espontáneamente todo lo que implique sufrimiento, privación, muerte, y busca con afán el goce, el confort, la vida.
Pero por otro lado el hombre actual está más capacitado que nunca para vivir con lucidez su radical caducidad y su destino para la muerte. De hecho, las filosofías originales de nuestra época se complacen en esa mirada fija a la muerte. Y la experiencia de cada día nos enseña que, a pesar de todos los esfuerzos, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte continúan siendo el patrimonio común de la humanidad.
La sociedad, y mucho más la sociedad del consumo y del confort, excluyen la cruz de sus eslóganes. Ningún programa electoral, de esos que abundan por estos días, se hace o se diseña incluyendo las exigencias de la cruz que debemos cargar cada día, porque hay alergia al sufrimiento. Pero la cruz, más exactamente el crucificado, está en el centro de la fe y de la predicación cristiana. Cometemos el error de eliminar la cruz del ámbito de nuestras vidas o de contemplar poco la cruz. Y sin embargo ella es nuestra salvación.
Jesús es en la cruz siervo y señor al mismo tiempo. La cruz es suplicio y trono, humillación y gloria inseparablemente unidas como las caras de una misma moneda o realidad. La cruz no es ciertamente el contenido único de nuestra fe. Jesús nos ha revelado el amor del Padre, nos ha urgido el amor fraternal, la fe en su resurrección moviliza todo nuestro ser con consecuencias de todo orden. Pero la cruz viene a ser como el resumen de todo.
El Jesús histórico muere para dar paso al resucitado. La resurrección es la gran fecundidad de la muerte, porque la predicación de la cruz, de la abnegación, de la muerte… no es en los labios de Jesús, una predicación nihilista. Jesús nos enseña, que toda realidad humana, también la muerte y el sufrimiento, tocada y transformado por él, va a cambiar de sentido la vida misma y sus cruces y sufrimientos.
Es bueno aprovechar esta lucidez de entender la muerte y la cruz, pero el mensaje cristiano debe insistir en que el paso por la muerte es sólo la condición para llegar a la vida, y no al término final de la existencia
Cometemos el error de eliminar la cruz del ámbito de nuestras vidas o de contemplar poco la cruz. Y sin embargo, ella es nuestra salvación.