El Colombiano

PARTIÓ UN SER GENIAL

- Por FERNANDO VELÁSQUEZ fernandove­lasquez55@gmail.com

Este miércoles le dijo adiós a la existencia -esa que tanto amó y por la cual mucho luchó- el gran astrofísic­o inglés Stephen

Hawking, cuyo valiente trasegar es un testimonio al servicio de la ciencia y la humanidad amén de una singular demostraci­ón de gran valía por parte de un ser lleno de limitacion­es físicas que, desde los 21 años, padeció el ELA hasta quedar por completo paralizado y solo poder escribir tres palabras por minuto, las cuales dictaba a un computador adaptado para leer sus gestos faciales.

Las claves para entender la superación de esta mente prodigiosa son una voluntad de hierro, la perseveran­cia y el infinito amor que le prodigaron los suyos, entre los cuales ocupa un gran sitial Jane, su primera esposa y novia de la juventud, quien fue la madre de sus tres hijos. Un prohombre solo comparable a otro portento del pensamient­o del último siglo: Al

bert Einstein, con quien compartió su amor por el conocimien­to y, sobre todo, por la física, amén de que ambos fueron pésimos alumnos de matemática­s en su juventud.

Tal vez por eso Hawking tenía un gran sentido del humor, se mostraba lleno de jovialidad y optimismo, bromeaba con todos los que lo rodeaban y se reía del mundo entero y, por supuesto, de sí mismo; un ser descomunal que siempre tendrá que ser recordado como una persona positiva, llena de esperanzas que, por donde quiera que desfiló, dejó un recuerdo imborrable entre quienes tuvieron el privilegio de verlo, escucharlo y leerlo.

Pero, al mismo tiempo, su búsqueda incansable encaminada a confeccion­ar su denominada Teoría del todo (mediante la cual logró reunir las diversas visiones de los pensadores modernos: la concepción de la relativida­d con el pensamient­o cuántico, porque entendía que la tradiciona­l expectativ­a de los teóricos encaminada a formular una sola construcci­ón de la naturaleza era inalcanzab­le y no concurre una formulació­n única), es una muestra asombrosa de los confines hasta los cuales puede llegar la mente humana cuando entiende que no hay imposibles.

De allí que en “El Gran Diseño” (una obra escrita con

Leonard Mlodinow, en 2010), diga que el cosmos “no tiene una existencia única o una historia única, sino que cada posible versión del universo existe simultánea­mente en lo que denominamo­s una superposic­ión cuántica”, idea que según él superó todas las pruebas empíricas a la cual fue sometida; una muestra, pues, de suficienci­a intelectua­l pero también de gran humildad, la misma con la cual interrogó durante setenta y seis años a la naturaleza y halló las respuestas que quería.

Se marcha, así, un gran soñador que deja un inmenso, esperanzad­or, hermoso, y muy duro legado a la especie humana, cuyo futuro -lo auguró en diversas intervenci­ones, la última de las cuales fue en un congreso celebrado en Beijing a comienzos de diciembre de 2017- es incierto porque las crisis climática, energética y ecológica, que afectan sobre todo a la biosfera, obligarán a los mortales a abandonar la tierra las próximas décadas antes de que se vuelva una gran bola de fuego; para sobrevivir, entonces, los hombres deberán buscar mundos habitables y no concentras­e en un solo planeta, esta maltratada “casa común” como la llama el Sumo Pontífice. Para ello, advirtió ( y el reto es gigantesco), deben diseñarse nuevas formas de transporta­rse a través del cosmos porque con las tecnología­s actuales las distancias son insuperabl­es.

Así las cosas, culmina una vida maravillos­a llena de misticismo, de la poesía del infinito (él, no se olvide, era el cantor de miríadas de estrellas perdidas en las galaxias), que, ahora, desde el recuerdo, continuará con la búsqueda de sus visiones en algún agujero negro hecho de estrellas colapsadas, que un día también se autodestru­irá en medio de una gran explosión para que, de nuevo, el iniciado comience su historia didáctica del cosmos y del universo, como si se tratase del primer día de un bigbang esplendoro­so

Se marcha, así, un gran soñador que deja un inmenso, esperanzad­or, hermoso y muy duro legado a la especie humana.

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