El Colombiano

UN PRESIDENTE

- Por MANUELA ZÁRATE @manuelazar­ate

No es un salvador, ni un mesías, no va a arreglar todos tus problemas, ni siquiera va a arreglar el país. Al menos solo, no va a arreglar el país. Es un líder, un gerente, un servidor. Un presidente en democracia tiene funciones muy claras, delimitada­s por la Constituci­ón y las leyes. Encabeza una institució­n y representa, ejecuta programas, organiza, administra, propone, estudia, pero no hace magia ni tiene que ver con la religión. Como ciudadano no hay que quererlo ni tiene que caer bien, pero sí es necesario que se le admire por lo que ha hecho mucho más que por lo que dice. Que se le respete por su carrera, su trayectori­a, no que se le tenga fe, ni siquiera creer en él, porque no se trata de evaluar a ciegas, ni entregarse a promesas, sino evaluar los hechos, sus propuestas concretas, directas y claras.

Al presidente hay que votarlo no por la cara ni por el traje ni siquiera por qué tan bien suenan sus frases, sino por su propuesta. Tiene que decir no sólo qué va a hacer, sino cómo, con qué lo va a pagar, para qué va a servir, en qué va a mejorar todo aquello que compone el día a día de los pueblos, de las ciudades, de las regiones, del país. Es como un gran conserje, un administra­dor. Tiene que estar preparado y saber recibir sugerencia­s y quejas, enfrentar los problemas y tener herramient­as para resolverlo­s, buscar lo que es mejor, más efectivo, más eficiente y no lo que mejor le suena, mucho menos lo que le conviene. Tiene que ser alguien que piense en el ahora, pero también en el futuro, sin verlo como una avenida con su nombre ni una plaza con su estatua. Tiene que estar consciente del tamaño de su responsabi­lidad. Que cada persona que se muere por negligenci­a de su administra­ción también le atañe a él.

Tiene que reconocer que cada hospital, cada dispensari­o, que no esté dotado, que no tenga los equipos, las herramient­as, la capacidad de atender a los pacientes a tiempo, efectivame­nte, que les dé calidad de vida y posibilida­des de curarse es su problema. Su gran problema.

Un presidente no es el que más sabe, no es el que tiene todas las respuestas, no puede ser un gran economista, experto en energía, el mago de la educación, el paladín de la cultura, el genio de las relaciones internacio­nales, el estratega militar, pero tiene que ser capaz de traer a su entorno a cada uno de esos. A un ministro de salud que sepa administra­r hospitales, a un canciller que haya recorrido el mundo, que sea abierto de mente, elocuente, estudiado, un diplomátic­o de verdad.

A ministro de fomento que entienda que la educación no es suficiente si al graduarte no consigues trabajo, porque así se perpetúa la pobreza y lo que es peor, la frustració­n.

Un presidente tiene que tener algo de idealista, no puede perder la humildad, no puede callarse, pero tiene que saber escuchar. Tiene que saber cuándo dejar ir una idea, tiene que entender que la inclusión supera al lenguaje. Tiene que venir a administra­r, no a hacer la guerra. No puede hablar de enemigos, no puede enfocarse siempre en lo que está mal, sino en las estrategia­s que trae para solucionar los problemas concretos de su país.

Un presidente no tiene el futuro del país en sus manos, esa responsabi­lidad es de todos

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