CORTANDO OREJAS
Ridiculizar a un candidato por su aspecto físico, satanizarlo, síntoma de lo enfermos que están algunos.
No sé si les pasa, como a mí, que para leer algunas columnas de opinión, oír ciertos noticieros de radio, tomarles el pulso a los acontecimientos en Twitter o mirar algunos mensajes que llegan vía celular, por ejemplo, además de las gafas tienen que usar tapabocas y guantes de látex, no sea que resultemos contagiados de la más agresiva de las enfermedades nacionales: El odio.
Lo dijo Hermann Hesse: “Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”. La política, como el fútbol y la religión, genera pasiones irracionales que se alimentan de resentimientos y de amores, a veces de amores que matan en nombre de una causa.
Extraño las épocas en que uno podía decir tranquilamente el candidato de sus preferencias. Hoy, para hacerlo, hay que tener adelante una cuadrilla antimotines, porque sea el que sea, se le irá una turba encima que, en caso de no coincidir, lo molerá a palos, gases lacrimógenos y un aguacero de insultos.
Un meme, cuyo autor desconozco pero le presento mis respetos, lo resume perfectamente:
“Si quiere votar por Duque, vote. Si quiere votar por Petro, vote. Si quiere votar por Fajardo, vote. Si quiere Votar por Vargas Lleras, vote. Pero deje de tratar a la gente de idiota, retrógrada, ignorante, estúpida y demás, solo por no pensar igual a usted”. Y podemos incluir a De la Calle, por supuesto.
Algo tan sencillo, tan básico, tan primario si se quiere, pero tan sano para la democracia, debería estar pegado en todas las oficinas, consultorios, buses, iglesias, estaciones del metro, de Transmilenio, taxis, centros comerciales, supermercados y tiendas de barrio. Pero, sobre todo, deberían aprendérselo y practicarlo los incendiarios de teclado y de micrófono que disparan balas de diatribas odiosas que empeoran el ya de por sí muy acalorado ambiente político. ¡No ayuden tanto!
Se vale la oposición, bienvenida sea. Se vale cuestionar con seriedad, se vale dudar y poner en tela de juicio por las ejecutorias de su pasado político o por sus incumplimientos, incluso por sus alianzas desesperadas de última hora con cualquier gato que le sume tres o cuatro votos. Pero ridiculizar a un candidato por su aspecto físico, reducirlo a mayordomo porque se pone un sombrero, como si ser mayordomo fuera un delito; satanizarlo porque pertenece a un partido determinado; tratar de borregos, idiotas, paramilitares, guerrilleros, incultos o mafiosos a sus seguidores, es un síntoma de lo enfermos que es- tán algunos de quienes tienen un espacio de opinión, que la mayoría de las veces no opinan sino que vomitan una baba espesa, amarga y monotemática que conduce a enfrentamientos violentos, como si no tuviéramos ya suficiente con las provocaciones de algunos de los mismos políticos en contienda. “Mira como estamos, Pedro, y tú cortando orejas”.
La obsesión es una enfermedad mental producida por una idea fija que asalta la mente. Y según muchos de los que oímos o leemos, todo lo malo que ha pasado en Colombia, lo que está pasando y lo que pasará en los próximos doscientos años, es culpa de dos señores: Uribe y Santos. Los odian unos, los aman otros, pero finalmente acaban todos viviendo a costillas de ellos. ¿Sería posible, de rodillas como Mockus, que encontraran otras fuentes, otro tono y otros temas? El país entero se lo agradecería