El Colombiano

LA OPORTUNIDA­D ÉRAMOS NOSOTROS

- Por ANA CRISTINA ARISTIZÁBA­L URIBE anacauribe@gmail.com

Hace 30 años, cuando la ciudad estaba en uno de sus momentos más oscuros y tenebrosos, la muerte se posó sobre los barrios periférico­s de Medellín. Entonces aparecían manos asesinas disparando a diestra y siniestra. De las estigmatiz­adas comunas salían sicarios a sembrar el terror al resto de la ciudad; del “resto de la ciudad” apareció un grupo de “limpieza social” que tomó el nombre de la campaña y se autodenomi­nó “amor por Medellín”: “defensores” que baleaban sin considerac­ión ni preguntas a cuanto joven de esquina de las “tenebrosas comunas”, acusado y condenado por sospecha y juventud.

De los que voy a hablar eran, entonces, jóvenes que cumplían el perfil para ser asesinados por el mismo “delito”: vivían en un barrio de la comuna Nororienta­l y tenían 20 años. Jorge Blan

dón recuerda que “vivíamos como en campos de concentrac­ión”, porque el miedo les impedía salir de sus calles a las otras calles de una ciudad que no los quería y pretendía confinarlo­s a su propia suerte, sin esperanzas ni oportunida­des. Según esa ciudad asediada por el miedo, todos los de “esos barrios”, eran sicarios.

Entonces ellos, sin esperanza, dicen que en ese mo- mento entendiero­n que la única oportunida­d “éramos nosotros”. La catequesis de los sábados y los movimiento­s juveniles les dieron alas y aprendiero­n a volar. Se atrevieron a soñar conviviend­o con el miedo y lo primero que se les ocurrió para vencer el no futuro, fue poner una biblioteca al lado de la oficina de los priscos; después parafrasea­ron los albores de la francesa levantando barricadas, pero de poemas; se inventaron festivales de la alegría en medio de las masacres de esquina; consiguier­on guitarras y tambores para cantarle a la vida y con obras de teatro le gritaron al mundo que no los podían estigmatiz­ar a todos como sicarios.

Cuando los jóvenes se atreven a soñar y a persistir, son capaces de levantar edificios. En 1987 esos jóvenes fundaron en Santa Cruz la Rosa la Corporació­n Cultural Nuestra Gente, que hoy pervive. Dice Jorge, el director, que por allí habrán pasado 10 mil personas y que muchos, como mil, son profesiona­les, excelentes mamás, buenos papás, ciudadanos de bien. Con mil salvados ya valió la pena. Los entonces jóvenes continúan el trabajo para que los de hoy puedan soñar en la casa que otrora fuera burdel y hoy sede de la corporació­n

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