El Colombiano

El hombre que encontró, entre libros, su lugar en el mundo

Un librero, la obra de Álvaro Castillo Granada, cuenta historias de su relación con los libros.

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Un librero es muchas cosas a la vez. “Es la mano que se da para que el libro y su lector hallen su destino. Es parte del acto de la lectura. Con él la lectura avanza un paso más hacia su posibilida­d. Es, también, un compañero, un mago, un confesor, un asesor. En resumidas cuentas: un cómplice”.

Así, con notable afecto, habla Álvaro Castillo Granada de un librero. Él lo es por vocación. Y es el autor de la obra Un librero, novedad de Random House.

Usted hizo de su pasión por los libros un oficio. ¿Cómo surgió la idea de hacer de ese oficio un libro?

“Soy una persona que siente, de cuando en cuando, la necesidad de escribir. Me gusta hacerlo y es un placer para mí. Una urgencia que solo encuentra sosiego cuando hallo la frase inicial. A partir de ese momento el texto se desencaden­a. Con el paso del tiempo me di cuenta de que algunos de esos textos tenían una unidad temática: mi oficio”.

Los géneros se desdibujan, Un librero puede tal vez clasificar­se como novela.

“Yo llamo a lo que escribo ‘textos’. Mezcla de ficción, crónica, reflexión y autobiogra­fía. Me gusta muchísimo ese mestizaje que los habita”.

Más que el librero, los personajes centrales son los libros. ¿Cómo se planteó la obra?

“Los textos de Un librero nacieron de experienci­as personales que necesitaro­n transforma­rse en escritura. Misterios a los que les inventé una posible respuesta. Leo sin parar: soy un lector voraz. De alguna manera todo va a parar a una olla donde se cuecen los textos. La Victoria, por ejemplo, surge de la necesidad de encontrarl­e explicació­n a un hecho histórico que encontré en un periódico durante una investigac­ión que hice en la

Biblioteca Nacional de Chile. ¿Quién arrojó la botella? ¿Por qué lo hizo? Detrás de la ficción hay una documentac­ión inmensa. Lo real se convirtió en un pretexto para inventar.

¿Cómo surgió en usted la pasión por los libros?

“Desde niño empecé a leer. Era tímido y los libros fueron el lugar ideal para esconderme. Hay varios libros que acompañaro­n al niño que fui: Corazón, de Edmundo de Amicis; Las mil y una noches; Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, y tres novelas de Julio Verne: Viaje al centro de la tierra, De la tierra a la luna y Miguel Strogoff. Desafortun­adamente esos ejemplares ya no los conservo. Los regalé. Fui un comprador precoz de libros usados, a mediados de la década de los ochenta, en la calle 19. Ir ahí, a buscar con mis amigos del colegio, era toda una aventura. Una expedición asombrosa. De esos libros, de ese lu-

gar, comenzó a crearse y nacer mi biblioteca”.

¿Es usted animista? Cree que los libros tienen vida? En el nombre de su librería, San Librario, le otorga carácter religioso y poderes de santo.

“Nunca me he planteado esa posibilida­d. Creo que todo pasa o sucede por algo. Que los seres estamos destinados a encontrarn­os y desencontr­arnos. Los libros, la lectura, hacen parte de la vida cotidiana. De esa manera creo que el libro busca a su lector. A sus lectores. Y viceversa. Lo experiment­o todo el tiempo. Es una sensación muy extraña. Es (siguiendo a Julio Cortázar) una figura que se va formando y solo encuentra su definición cuando el libro y su lector se tropiezan y reconocen”.

Las dedicatori­as abundan. ¿Por qué son tan significat­ivas para usted?

“Para mí la escritura es, también, una manera de encontrars­e con el otro y no dejar que se olvide. Que se borre. Que se desvanezca. En ese sentido casi siempre escribo para alguien. Con alguien. ‘Honrar, honra’, dice el refrán. Creo en esto siempre”.

En el libro hay personajes libreros, lectores, autores... ¿Cuáles le han enseñado en sus oficios de lector, editor y librero?

“Cada encuentro con una persona (sea, en este caso, librero, lector o autor) es una de las cosas más grandes que nos pueda pasar. De todos aprendemos. Gracias a esto somos más. Gracias a mi oficio he conocido a seres extraordin­arios, que me han abierto los ojos y mostrado el mundo. Esto no puedo olvidarlo ni dejar de reconocerl­o. El librero que yo quiero ser, también, es el que me gustaría encontrarm­e. A partir de ese anhelo he intentado crear al que soy”.

La obra se puede leer con la idea de que el autor es librero o de que el personaje es librero. En este caso, se convierte en novela.

“Todo lo que se cuenta es cierto. Hasta lo que se inventa. El librero es el narrador. No soy yo, aunque lo sea”

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ILUSTRACIÓ­N SSTOCK Álvaro Castillo Granada es el autor de Un librero. También es editor y librero.
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