El Colombiano

EDITORIAL

Año a año, en la última década, esa región de Norte de Santander sufre “paros cívicos y armados”, choques entre ilegales, emergencia­s humanitari­as... y un etcétera de problemas que no se resuelven.

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“Año a año, en la última década, esa región de Norte de Santander sufre “paros cívicos y armados”, choques entre ilegales, emergencia­s humanitari­as... y un etcétera de problemas que no se resuelven”.

Colombia tiene hoy en el mapa dos regiones en las que se escenifica una violencia frente a la cual el Gobierno Nacional pareciera incapaz de proveer soluciones: Tumaco y Catatumbo, en los extremos Surocciden­tal y Nororienta­l del país. La última semana ha sido bastante dura para la población civil en Norte de Santander, dada la confrontac­ión entre facciones del Eln y los llamados “Pelusos” o “Epl residual”. La reacción desde Bogotá resalta por su ausencia o, si la hay, por su debilidad manifiesta.

Los problemas complejos y variados del Catatumbo, que componen una mezcla explosiva de insatisfac­ciones, frustracio­nes y hostilidad­es, tienen una página asegurada de noticias de muertos y delitos, mes a mes, año a año, en la prensa colombiana. El Catatumbo es lugar común de orfandad institucio­nal y de ineficacia en el control del territorio por parte de las Fuerzas Armadas y de los organismos de gobierno en todas las escalas.

La guerra a muerte que se declararon el último mes el Eln y el Epl, según datos de Naciones Unidas, deja 5.000 personas con su movilidad restringid­a y 11.836 estudiante­s y 553 docentes con limitan- tes y amenazas para atender sus jornadas educativas. Incluso los líderes consultado­s por este diario se abstuviero­n de dar detalles sobre la situación, que califican de gravísima.

Hay desplazami­ento de familias en la zona rural de los municipios que conforman el Catatumbo: San Calixto, El Tarra, Teorama, Convención, Tibú y Hacarí. Los factores que desencaden­aron el enfrentami­en- to resuenan de memoria: el control de los cultivos ilícitos y de la población civil y sus actividade­s, utilizados como escudo y fuente de financiaci­ón mediante extorsione­s y despojos.

En diciembre de 2017 el vicepresid­ente Óscar Naranjo se reunió con los alcaldes del Catatumbo. Se planteó la gestión de recursos directos con los ministerio­s para redes de electrific­ación, acueducto y alcan- tarillado, infraestru­ctura educativa y vial. Además, a comienzos de febrero pasado se hizo una feria para mostrar otra faceta de los municipios de esa provincia de Norte de Santander, bajo el lema con olor a caña y café.

No obstante esa visión esperanzad­ora y decidida a deshacer los estigmas que carga el Catatumbo, estuvo presente la idea de que “en la re- gión siempre hay un problema potencial de orden público”. Lo refrenda la actual disputa entre guerrillas y bandas que nubla el hecho de que de allí salga el 45 % de la producción agrícola de Norte de Santander. Es decir, tantas oportunida­des son espantadas por los fusiles y la ilegalidad.

Aunque la Fuerza Pública garantiza que no hay vías bloqueadas en los 11 municipios de la subregión y que están en marcha planes de control, se trata de 17 mil personas atrapadas en el fuego cruzado de las bandas criminales y las guerrillas llamadas residuales.

No hay que olvidar que el Catatumbo es parte de la extensa frontera con Venezuela, y que allí se amplían los problemas propios del desplazami­ento forzado de decenas de pobladores locales y de los migrantes del país vecino.

Esta extendida e indefinida afectación de un territorio tan importante de Colombia merece soluciones estructura­les (de largo plazo y contenido social), pero también respuestas puntuales (inmediatas y de orden público) que permitan sacar al Catatumbo del conflicto desastroso y lamentable que lo sacude, casi que a diario, y que desgasta a su gente

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ILUSTRACIÓ­N MORPHART

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