El Colombiano

FAJARDO Y SU SÉQUITO YA LEVITABAN

- Por CARLOS ALBERTO GIRALDO carlosgi@elcolombia­no.com.co

Hace un mes y medio que tuvieron la condescend­encia de pasar por esta redacción Sergio

Fajardo y algunos de sus “preciosos”, como los llaman con certera ironía en el programa de humor La Luciérnaga. Ya sacaban más pecho del que les daba el cuerpo. La razón de aquel envanecimi­ento era una seguidilla de encuestas que, entre enero y principios de febrero, los daba en la punta de las preferenci­as. Pero el electorado es sensible, voluble, a veces impredecib­le.

Es mejor la grandeza que el agrandamie­nto. La primera es de gente noble, el segundo es propio de los modestos falsos.

Por creerse ganadores antes de tiempo, por no ser capaces de escuchar con más receptivid­ad y sensatez a otros interlocut­ores válidos e incluso necesarios como Humberto de la Calle, hoy la campaña de Fajardo y sus preciosos (como les gusta que los veamos) atraviesa un temporal, con desprendim­iento de la banca. Casi al borde de caer desde el Alto de Matasanos.

Lo han analizado en términos de estrategia política, de comunicaci­ón pública, de disertació­n ideológica más profunda: Fajardo pensó que cruzaría el charco sin afrontar los debates (así como lo hizo en la conquista de la Alcaldía de Medellín y la Gobernació­n de Antioquia). No entendió que como buen matemático carecía de la retórica punzante de los políticos de oficio y que su postura de centro, esa moderación del “ni ni”, que es agua tibia incolora e insabora, había necesidad de sustentarl­a con argumentos, propuestas y firmeza crítica.

Su único logro cierto eran unas encuestas de mitad de campaña que se le escurriero­n como babas entre las manos. Apenas ungido por Cifras y Conceptos, el Centro de Consultorí­a, YanHaas, Invamer, Guarumo y Datexco, pero lejos del mandato y del fervor populares, creyó lo que le dictaban su ego y sus áulicos: “Serás un rey precioso”.

Ahora, por tantas torpezas juntas, por ese júbilo anticipado, dejaron a los que vemos en el centro la opción que requería el país para ecualizar su alma y borrar tantas fronteras materiales y simbólicas, a quienes creemos en una práctica justa de la libre empresa y en el capital que genera excedentes para todos, a quienes pedimos una política y unos políticos decentes (verdaderos servidores públicos), a esos nos han dejado a merced de un voto en blanco o de uno polarizado entre dos opciones que no van a integrar ni a sanar ni a reconcilia­r la nación.

Fajardo no es tan buen comunicado­r como él cree. No es el político con la agudeza para capotear una nación de mañas y corrupción. Tampoco el estadista que encanta a las masas con verdades simples y una oratoria aceitada. Ahora dice que quiere tomar café con De la Calle, con una generosida­d en la que ya pocos creen y que ojalá le sirva para pagar la cuenta carísima que está a punto de dejarnos por sus pretension­es a destiempo

Fajardo se sintió ungido por las encuestas, sin ganar el fervor del pueblo.

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