El Colombiano

SEAN FELICES, LA ONU LES DICE

- Por ELBACÉ RESTREPO elbacecili­arestrepo@yahoo.com

Hace un montón de años, cuando estaba muy chiquita, mi idea de la felicidad tenía varias formas. Tal vez la más recurrente era imaginarme en un bosque soleado, bajo la sombra de un árbol frondoso, leyendo revistas de aventuras y comiendo manzanas rojas que tomaba de una canasta a mi lado. A veces podía materializ­ar mi sueño acostada en una hamaca en el corredor de una finca cafetera leyendo Corazón, de Edmundo de Amicis, o Asistencia y camas, de

Rafael Arango Villegas. Sin embargo, teniendo en cuenta que vivía en un pueblo donde las manzanas rojas solo existían en la revistas de Disney, cambié mi objeto del deseo por mandarinas criollas.

Con el tiempo, mi noción de felicidad fue cambiando. A veces se desdibujó hasta preguntarm­e qué es, dónde está, por qué es tan efímera, cómo conservarl­a, cómo no confundirl­a con euforia, por qué algunos la encuentran en el placer de los sentidos y otros en el placer del espíritu, por ejemplo. Ahora vivo la década dorada de la cincuentañ­ez y todavía no encuentro las respuestas. Solo sé que la felicidad, como el maquillaje, desaparece con las lágrimas.

Pero es tan importante que la ONU instituyó el 20 de marzo como Día Internacio­nal de la Felicidad, porque acogió una iniciativa del reino de Bután, que considera “la Felicidad Nacional Bruta más importante que el Producto Interno Bruto”. ¡Buen punto!

Más que proclamar un día para ser felices, que dicho así sueña un tanto ridículo y forzado, lo que se pretende es que los estados miembros promuevan actividade­s concretas para cristaliza­r la felicidad y el bienestar como objetivos universale­s de los seres humanos. Para ello lanzaron diecisiete metas de desarrollo sostenible, con plazo de quince años para ejecutarla­s. Algunas son: Poner fin a la pobreza; nada de hambre en el mundo; salud y bienestar; educación de calidad; igualdad de género; agua limpia y saneamient­o; acciones por el clima; vida submarina; vida de ecosistema­s terrestres; paz, justicia e institucio­nes sólidas, y alianzas para lograr los objetivos, entre otros. O sea: Una vida digna para todos. Nada distinto a lo que promete cualquier político colombiano en campaña por estos días.

Suena muy bonito para ser verdad. Y a los que conservamo­s una dosis no tan mínima de realismo pesimista, nos suena a imposible. ¡Si a cada individuo le cuesta tanto encontrar su felicidad, aun teniéndola cerca, a veces dentro de sí, cómo será encontrar la del mundo entero!

A riesgo de quedarme corta, en una lista inmaterial de lo que me hace feliz podría incluir: ver a mis seres queridos sanos, tranquilos y en paz con el Universo. La cercanía de los amigos. Recordar que “no hay mejor almohada que una conciencia tranquila”. Tener sueños y curiosidad. Asombrarme ante un paisaje. Reír más y llorar menos. Darles gusto a mis sentidos. Poder expresarme libremente. No odiar a nadie y evitar que aumente la lista de los que me caen como una patada en mala parte.

De lo material no hablemos, no por falta de espacio sino porque he llegado a un punto (¿será la vejez?) en el que siento que no necesito casi nada y que casi todo me estorba, pero ese será otro tema, para otro día, en esta misma frecuencia

¡Si a cada individuo le cuesta tanto encontrar su felicidad, aun teniéndola cerca, a veces dentro de sí, cómo será la del mundo entero!

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