¿Son las mujeres como las pinta el arte?
El debate sobre la representación de ellas llegó a los museos. Si solo se les desnuda es una de las cuestiones.
El 8 de marzo de este año, conocido como 8M, movilizó millones de personas por el mundo alrededor del tema de la igualdad de género. Desde el arte también. Los museos y galerías debaten un asunto que no parece de poca monta: la mayoría de los desnudos en las obras son femeninos y no hay gran participación de trabajos producidos por mujeres.
En la actualidad, los movimientos reivindicativos por los derechos de la mujer como Time’s Up (Se acabó el tiempo) y Me Too (Yo también) han abierto discusiones en el campo del arte por las consideraciones de género.
Una de estas es la manera como la mujer ha sido representada en las pinturas, generalmente asociadas a formas sexistas, machistas y que reflejan patrones y prejuicios de la época. Por ejemplo, los retratos de la mujer desde los oficios domésticos: planchar, lavar, cocinar. Se habla, entonces, de “sexismo en el arte” o “cosificación de la mujer” (considerar como objeto o cosa algo) para describir estos fenómenos.
“La representación de la mujer ha estado ligada a referentes como la seducción, el erotismo, lo prohibido y lo no prohibido. Por eso a través de la historia se le ha vestido y desvestido, según la época”, comenta Lucrecia Piedrahíta, curadora de arte.
Un buen referente de esto es el libro Formas de ver, del crítico John Berger. En un capítulo sobre la representación del desnudo femenino en el arte europeo, se pregunta si las pinturas representan a las mujeres como son o solo como a los hombres les gustaría que fueran. Cita la pintura de Rubens, El juicio de Paris, en la que un hombre mira a unas mujeres desnudas. Paris premia con la manzana a quien que considera “más be- lla”. La belleza se convierte en objeto de competencia.
En el siglo XX, según Piedrahíta, el panorama cambió para el arte gracias a las transformaciones sociales de la época. Para ella, están activistas y críticas como Bárbara
Kruger que decía: “Tu cuerpo es un lugar de batalla”; o la fotógrafa Cindy Sherman, que cuestionaba los patrones de belleza establecidos; o el colectivo Guerrilla Girls, que puso el dedo en la llaga al criticar el papel de la mujer en el arte. “Fueron fundamentales para empezar el cambio”.
Una reflexión
El debate sigue. En diciembre de 2017 hubo una campaña para retirar de las salas del Museo Metropolitano de Nueva York (MET) el cuadro There
sa durmiendo de Balthus. El lienzo retrata a una niña de 12 años con las piernas abiertas en las que se alcanza a ver su ropa interior. La solicitud se hizo puesto que “muestra a una niña en una pose sexualmente sugestiva”. El MET se negó, pero el caso abrió el debate público acerca de cómo se debe mostrar a la mujer.
Para Ana Mejía MacMaster, artista y profesora de arte contemporáneo de la Universidad de Antioquia, “puede que como espectador me pueda sentir ofendido, porque es muy cruda, explícita o porque cree que la mujer está siendo cosificada, pero no deben existir restricciones para artistas en cuanto a cómo se debe representar o no”.
Hace poco sucedió algo similar en la Galería de Arte de Manchester, Reino Unido. En una obra experimental de la artista Sonya Boyce, la institución retiró la pintura Hylas y las nin
fas del artista inglés Waterhouse, que enseña una escena de la mitología griega en la que se ve cómo un grupo de ninfas desnudas seducen a un hombre.
Al hacerlo, la galería buscaba “generar una reflexión” sobre la “cosificación de la mujer” en el arte y “la forma en la que se exhiben e interpretan las obras de la colección”.
La mujer como creadora
Otra discusión común sobre el rol de la mujer en el arte se da sobre la autoría. Desde 1985 un colectivo anónimo de feministas se dedicó a cuestionar en manos de quién estaba el poder sobre las imágenes. Eran las mencionadas Gue
rrilla Girls y reclamaban diversidad de género y racial en las instituciones artísticas. A finales de los 80 publicaron un panfleto: “¿Deben estar desnudas las mujeres para entrar a los museos de Estados Unidos? Menos de un 5 % de los artistas de las secciones de arte moderno son mujeres, pero un 85 % de los desnudos son femeninos”.
Caso similar pasó con una artista antioqueña. “A Débora
Arango en los periódicos de la época le llegaban a decir: si le hace tanta gracia las mujeres desnudas, usted por qué no se desnuda”, comenta la historiadora de arte Sol Astrid Giraldo.
La envigadeña fue la primera pintora que se lanzó a hacer desnudos en Colombia. Por esta y muchas posiciones fue criticada por los sectores más conservadores y radicales del país.
El caso de Estados Unidos también se ve a nivel local. De los casi 580 autores identificados que tiene el Museo de Antioquia en sus colecciones, solo 86 son mujeres. De hecho, una de sus exposiciones,
Máquinas de vida, trataba de mostrar esas diferencias.
En el Museo de Arte Moderno de Medellín, en cuanto a artistas en su colección, el 30 % por ciento son mujeres, el resto son hombres o colectivos. Es distinto, explican desde el museo, en porcentaje de obras. Solo la donación de Débora Arango tiene más de 250 piezas.
El cambio de la mirada
La influencia de los movimientos como Me Too y
Time’s Up no solo cuestionó a figuras que utilizaron su poder para acosar a otras personas, sino que también revisó lo que se consume en la cultura popular y en el arte. Obligó a preguntarse sobre la manera como mostramos y miramos las cosas.
En relación a los museos, según Sol Astrid, “habría que recontextualizar las imágenes, contraponer obras entre sí”. Y
“No se trata de quemar los museos, pero sí de hacerles preguntas, desnaturalizar y cambiar los guiones”. SOL ASTRID GIRALDO Historiadora y curadora de arte
cita a la artista Libia Posada, quien en 2007 colocó retratos de mujeres golpeadas en “diálogo” con otros tradicionales de mujeres en piezas republicanas para resaltar cómo están representadas ellas y el poder masculino sobre el femenino.
Para Carolina Chacón, cu- radora del Museo de Antioquia, su función como institución artística es conservar las colecciones históricas de arte sin dejar de pensar los cambios sociales. “Revisar constantemente esas miradas estereotipadas y muchas veces misóginas”.
Si se mira así, un ejemplo sería La planchadora, de Ela
dio Vélez, exponerla en su justo contexto, los oficios domésticos son un patrón de época de lo que era bien visto para el oficio de una mujer, y para este tiempo, lo que no deberá ser repetido