El Colombiano

De las reliquias cristianas falta mucho por descubrir

Objetos que se usaron en los últimos momentos de Jesucristo despiertan veneración y dudas.

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Claro, han pasado 2018 años, y el tiempo –que puede no ser exacto– hace de las suyas, así que es muy difícil saber si los pedazos de madera que se di- cen hacen parte de la cruz en la que murió Jesús, son reales. Lo mismo pasa con otros objetos como el Santo Grial, el Santo Sudario y el manto de la Verónica, tan importante­s para la religión católica. Detrás de ellos hay historias sobre su originalid­ad y ubicación, que han sido investiga- das en varias épocas y todavía sin tener una conclusión. Estos son esos relatos que mantienen el misterio.

Suena absurdo. La cruz en la que murió Jesucristo fue elaborada con maderos de un olivo especial, uno que se reproducía permanente­mente, incluso luego de ser talado. Esto no lo dice la Biblia, sino El Libro de las maravillas del mundo, del viajero Juan de Mandeville, del siglo XIV.

El protagonis­ta va andando incansable, en especial, por tierra santa. De ser cierta, esta circunstan­cia explicaría por qué existen supuestos trozos de la cruz en tantos lugares, señala el escritor Memo Ánjel — de origen judío—.

Sobre el asunto, monseñor Jorge Aníbal Rojas Bustamante, especialis­ta en Derecho Canónico, Internacio­nal y Diplomacia Eclesiásti­ca, dice que el tal olivo podría tener propiedade­s estando vivo, pero no ya en la cruz, que estaba hecha de maderos muertos.

Siguiendo por este camino, el religioso afirma que si se juntaran las astillas que aseguran hacían parte de la cruz en que murió Jesús, se podría reconstrui­r un bosque.

La Cruz, el Grial, el Paño de la Verónica, el Santo Sudario, los Clavos de la Cruz y la Corona de Espinas han sido motivo de investigac­ión, reflexión y ficción, por parte de historiado­res, teólogos, filósofos y escritores —en narrativa y poesía— y artistas plásticos.

La pasión y muerte de Jesucristo siempre ha sido buen tema, dice el teólogo Diego Uribe. “Ha habido una curiosidad cultural por saber qué pasó efectivame­nte”. Recomienda como fuentes serias los trabajos de los Franciscan­os de Tierra Santa.

Para hablar de su existencia, solamente se cuenta con la Biblia, y en este punto los historiado­res se descontrol­an, dice Memo Ánjel, porque no tienen otros documentos para contrastar. Ahí se activan los novelistas. Por eso vienen las historias literarias de búsquedas del Santo Grial, de la Cruz y del Sepulcro de José de Arimatea.

Ánjel indica que “una religión sin caracterís­ticas mágicas, asombrosas, no funciona. El misterio hace que siempre estemos buscando las cosas”.

Monseñor Rojas señala que no hay certeza de los sitios donde sucedieron los hechos sagrados, porque la fuente principal son los Evangelios y en estos dan el nombre del lugar, por ejemplo Betania, pero no dan coordenada­s. “Algo que sí está confirmado es el recorrido del viacrucis —afirma el religioso—. Era el trazado del tránsito al que obligaban a los condenados a morir en cruz, ascendiend­o por escalas hasta el Monte Calvario”.

Y advierte que no se puede olvidar que Jerusalén fue destruida. Tampoco, que como esas reliquias son, en su mayor parte, de material orgánico —la cruz, de madera; el grial, de madera o metal; la imagen de cristo en el paño de la Verónica y el sudario, de tela; la corona, de espinas; los clavos, de hierro—, no resistiría­n el paso de dos milenios sin desintegra­rse. “Si en esa época hubiera existido la técnica de empacado al vacío que existe hoy, podríamos aceptar su autenticid­ad”.

Memo Ánjel cita una idea del psicoanali­sta Carlos Gustavo Jung en su libro El hombre y sus símbolos: los símbolos guardan los sueños del hombre

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