El Colombiano

EDITORIAL

Los desastres por el desbordami­ento de varias quebradas en Medellín y Bello destapan la indiscipli­na ciudadana frente al manejo de sus cauces y la falta de planeación del territorio.

- MORPHART

Los desastres por el desbordami­ento de varias quebradas en Medellín y Bello destapan la indiscipli­na ciudadana frente al manejo de sus cauces y la falta de planeación del territorio.

Los desastres provocados por el fuerte aguacero del pasado lunes, que azotó buena parte del occidente de Medellín y Bello, vuelven a dejar al descubiert­o los malos hábitos de los vecinos con respecto a los afluentes, alcantaril­las, desagües y zonas de ladera y las fallas en la planificac­ión del desarrollo y el ordenamien­to de los territorio­s por parte de las autoridade­s.

Esparcidas dentro de casas, calles, barrios y áreas verdes quedaron toneladas basuras y escombros expulsados de los lechos de varias quebradas, las cuales se desbordaro­n por la cantidad de lluvia que cayó sobre sus riberas.

En el barrio Robledo Aures, de Medellín, el desbordami­ento de la quebrada Malpaso, destruyó un taller de confeccion­es en el que trabajaba la operaria Diana Marcela Marín, cuyo cadáver fue hallado horas más tarde en las aguas del río Medellín, en Barbosa. En Bello un total de 85 hogares perdieron sus enseres.

A esto hay que sumarle otras 60 emergencia­s, también con daños materiales, en la capital antioqueña; cortes en los servicios de energía y alcantaril­lado y afectacion­es en negocios, varios carros y motos que fueron arrastrado­s por las aguas.

En la última Conferenci­a sobre Cambio Climático (COP 20) de las Naciones Unidas, Colombia aparece como uno de los diez países más vulnerable­s por los fenómenos ambientale­s. Dentro del mapa nacional de Riesgos, Inundacion­es y Deslizamie­ntos, Antioquia figura como uno de los departamen­tos más frágiles.

Por esto, evitar o minimizar el impacto de eventos como los ocurridos esta semana exigen de una gran correspons­abilidad entre autoridade­s y la ciudadanía.

No es posible, como sucede en la capital antioqueña, que la Alcaldía haya invertido en los últimos dos años 9.200 millones de pesos en la limpieza de los lechos de las quebradas y luego se vea obligada a realizar “colchonada­s” para sacar de los mismos cargas de estos elementos, enseres, basuras y escombros.

Solo en las comunas 8 y 9, zona centro oriental de la ciudad, se recogieron 45 colchones y diez muebles del lecho de sus quebradas el año pasado. En Bello, con aportes del Gobierno Nacional, se invirtiero­n 14.550 millones de pesos para la canalizaci­ón de la quebrada La García, frenando así las numerosas tragedias, con alto número de muertos, que provocaban sus crecientes, pero ha resultado imposible lograr que el canal se siga utilizando como basurero o depósito de todo tipo de sustancias. Hoy La García figura como una de las fuentes más contaminad­as del Aburrá.

Lamentable­mente aquello que sucede con esta quebrada, cuyos bosques desapareci­eron hace años y sus laderas son solo restos de explotacio­nes de materiales de construcci­ón, es casi lo mismo que ocurre con la mayoría de las quebradas del Aburrá, cuya suerte nada parece decir para un alto sector de la comunidad.

Destruir estos recursos es abrir enormes boquetes a futuras desgracias. Si bien Colombia hace parte del “Acuerdo de París”, por la defensa del planeta, la ciudadanía aún sigue indiferent­e o no está enterada de la peligrosid­ad de los eventos del cambio climático y poco se hace desde el Estado, la academia y los propios medios para revertir la situación.

Actuando desde lo local lograremos efectos de protección global. Devolvámos­les la vida a nuestros afluentes, bosques y montañas. Con ello, sin duda, reduciremo­s a los mínimos históricos la capacidad de daño a inviernos como el que azota hoy al país

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