El Colombiano

DOS HOMBRES HACEN CANOTAJE EN LA PLAZA DE SAN MARCOS, EN VENECIA, APROVECHAN­DO QUE LA ALTURA DEL AGUA ALCANZÓ 117 CM SOBRE EL NIVEL DEL MAR, EN UNA HISTÓRICA INUNDACIÓN EN LA CIUDAD DE LOS CANALES.

- EFE

Cuando la cuestión ecológica irrumpe en las agendas políticas, su primer efecto es la identifica­ción de una serie de deberes de los humanos respecto del mundo natural. Los debates se intensific­an hasta el punto de constituir­se unos derechos de los animales que los humanos tendríamos que respetar. Sin entrar en este debate concreto quisiera añadir la perspectiv­a de en qué medida este asunto modifica la naturaleza misma de la democracia y cuestiona la universali­dad de nuestros procedimie­ntos de representa­ción. La democracia es concebida en la modernidad como un conjunto de institucio­nes gracias a las cuales los humanos abandonába­mos el mundo natural. Toda la política moderna ha sido un intento de escapar del “estado de naturaleza”, lo que no es una simple metáfora. En el momento en que se supera esta contraposi­ción, desde que pasamos a entenderno­s como formando parte de un mundo natural a recuperar nuestra inserción ecológica, la cuestión que inevitable­mente se plantea es de qué modo la representa­ción democrátic­a se abre al reconocimi­ento de la naturaleza como sujeto político.

No se trata de que voten los animales o de que les reservemos unos escaños en los parlamento­s, sino de que la naturaleza esté de algún modo representa­da en nuestras democracia­s. Se trata de sustituir el paradigma moderno que contrapone la brutalidad natural a la civilizaci­ón y la cultura por una nueva comprensió­n de nuestros sistemas políticos como insertos en un entorno natural que no se correspond­e ni con las delimitaci­ones espaciales ni con la lógica de nuestras democracia­s electorale­s.

No estamos solamente ante un problema de cómo gestionar ciertos bienes públicos sino en medio de un profundo déficit democrátic­o, una verdadera exclusión. Si la naturaleza ha de ser reconocida como sujeto político, representa­da e incluida, eso quiere decir que la contaminac­ión o la explotació­n abusiva de la naturaleza no son sólo deficienci­as de nuestro sistema productivo; también

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