DOS HOMBRES HACEN CANOTAJE EN LA PLAZA DE SAN MARCOS, EN VENECIA, APROVECHANDO QUE LA ALTURA DEL AGUA ALCANZÓ 117 CM SOBRE EL NIVEL DEL MAR, EN UNA HISTÓRICA INUNDACIÓN EN LA CIUDAD DE LOS CANALES.
Cuando la cuestión ecológica irrumpe en las agendas políticas, su primer efecto es la identificación de una serie de deberes de los humanos respecto del mundo natural. Los debates se intensifican hasta el punto de constituirse unos derechos de los animales que los humanos tendríamos que respetar. Sin entrar en este debate concreto quisiera añadir la perspectiva de en qué medida este asunto modifica la naturaleza misma de la democracia y cuestiona la universalidad de nuestros procedimientos de representación. La democracia es concebida en la modernidad como un conjunto de instituciones gracias a las cuales los humanos abandonábamos el mundo natural. Toda la política moderna ha sido un intento de escapar del “estado de naturaleza”, lo que no es una simple metáfora. En el momento en que se supera esta contraposición, desde que pasamos a entendernos como formando parte de un mundo natural a recuperar nuestra inserción ecológica, la cuestión que inevitablemente se plantea es de qué modo la representación democrática se abre al reconocimiento de la naturaleza como sujeto político.
No se trata de que voten los animales o de que les reservemos unos escaños en los parlamentos, sino de que la naturaleza esté de algún modo representada en nuestras democracias. Se trata de sustituir el paradigma moderno que contrapone la brutalidad natural a la civilización y la cultura por una nueva comprensión de nuestros sistemas políticos como insertos en un entorno natural que no se corresponde ni con las delimitaciones espaciales ni con la lógica de nuestras democracias electorales.
No estamos solamente ante un problema de cómo gestionar ciertos bienes públicos sino en medio de un profundo déficit democrático, una verdadera exclusión. Si la naturaleza ha de ser reconocida como sujeto político, representada e incluida, eso quiere decir que la contaminación o la explotación abusiva de la naturaleza no son sólo deficiencias de nuestro sistema productivo; también