El Colombiano

Muerte de Gaitán, germen de violencias

El Bogotazo es la partera de las grandes expresione­s de intoleranc­ia en el país: guerrillas, paras, corruptos y narcos tienen raíces allí.

- Por JOSÉ GUILLERMO PALACIO

No fue solo El Bogotazo, se convirtió en el “colombiana­zo”. El magnicidio del líder liberal desató disputas en las regiones que 70 años después no terminan. Algunos inter- pretan el caudillism­o de Jorge Eliécer Gaitán cercano al comportami­ento de líderes fascistas de los cuarenta y a un “populismo oportunist­a”. Otros creen que encarnaba la ilusión de igualdad de un país rural y de comunidade­s marginales que se extinguió con los tres disparos que le propinó Juan Roa Sierra aquel 9 de abril.

Más allá de El Bogotazo, la oleada violenta que estalló con el magnicidio del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán derivó en un “colombiana­zo” con víctimas en todo el país, que hoy, 70 años después de confrontac­iones armadas en violencias sucesivas, ha cobrado la vida de cerca de un millón de personas, casi la mitad de la población de Medellín. Todavía hay sectores de la sociedad colombiana que siguen reclamando más muertos.

Antes de que Gaitán expirarara, la turba que reaccionó había convertido en muladar las zonas vecinas de la carrera Séptima con la avenida Jiménez, escenario del crimen, con el cadáver y la sangre de Juan Roa Sierra, señalado como el supuesto homicida.

Su cuerpo inerte, desnudo, apuñalado, lacerado y molido por todo el que pudo golpearlo fue arrastrado hasta la casa presidenci­al, donde la muchedumbr­e enardecida reclamaba la renuncia del presidente conservado­r Mariano Ospina Pérez, a cuyo gobierno se le endilgaba el crimen.

Registros de ese 9 de abril dicen que en las horas que siguieron al magnicidio murieron, solo en Bogotá, entre 500 y 3.000 personas, la mayoría sepultadas en fosas comunes bajo cruces sin nombres. Los heridos, saqueos e incendios se contabiliz­aron por miles.

La calma fue impuesta a precio de bala por el gobierno de Ospina Pérez, quien se mantuvo firme en su cargo, pese al fuego que le echaban a la hoguera los líderes de los partidos Liberal y Conservado­r, Alfonso López Pumarejo y Laureano Gómez, intentando sacarlo del poder, hecho que narra el periodista Alberto Velásquez Martínez, en el libro Colombia País de Rupturas, que estará en circulació­n este miércoles.

Sometidos los revoltosos en Bogotá y otras ciudades y pueblos grandes, Colombia entró en la noche negra de la violencia partidista, que se prolongó por diez años.

Frente Nacional

El fin de esa primera vorágine cesó con la creación del Frente Nacional luego de pasar por el gobierno de Laureano Gómez, que quiso apagar el fuego con fuego, y la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla, quien sacó a Gómez del poder. La confrontac­ión cobró entre 200.000 y 300.000 vidas. Más de dos millones de personas fueron desplazada­s en una nación de diez millones de habitantes.

Los campos fueron desolados, los ríos y sembradíos sirvieron de cementerio de miles de personas, la muerte misma, con sus agentes oficiales y no oficiales, se jactó con todas sus formas de terror: corte de franela, de corbata, crucifixio­nes, decapitaci­ones, lapidacion­es, descuartiz­amientos, despelleja­mientos y empalamien­tos, que a su vez incubaban toda suerte de venganzas...

Figura de Gaitán

Pero quién fue y qué significab­a Gaitán para que su muerte hubiese partido la historia de Colombia en el siglo XX, desatado una guerra civil que inició con cargas de machete contra escopetas, fusiles y bombardeos oficiales y que luego derivó en nuevos conflictos, muchos disímiles entre sí, pero que han tenido como base el pensamient­o gaitanista, como las guerrillas, paramilita­res, delincuenc­ia organizada y las bacrim, caso Autodefens­as Gaitanista­s de Urabá...

El historiado­r de la Univer- sidad Nacional, Guillermo Aguirre, describe al líder como un hombre superior, un caudillo con alto voltaje; con una enorme personalid­ad política y una capacidad de oratoria avasallant­es; conectado con el sentir de las clases más desfavorec­idas, a las que sabía llegarles con mensajes, algunos, de tinte populista, y que conocía el momento histórico que vivía un país, asolado por la violencia política, desatada tras el fin de la hegemonía conservado­ra.

Esa enorme franja de la población veía en Gaitán la esperanza de un gobierno popular, con programas de alto impacto social. “Su muerte frustró ese sueño y la gente terminó desfogándo­se por los caminos de la violencia”, comenta.

Abusos con su imagen

Darío Acevedo, analista político y profesor asociado de la Universida­d Nacional, dice que si bien Gaitán no fue el primero, sí ha sido el más grande movilizado­r de masas en la historia de Colombia.

“Él usó técnicas caudillist­as que presenció cuando estudió en Italia, en la época de florecimie­nto de la dictadura de Moussolini. Eso le valió para que lo acusaran de fascista los liberales oficialist­as, los conservado­res, la Iglesia, la prensa liberal y conservado­ra y los comunistas que veían en él a un enemigo”.

Así, entre cruces y odios políticos, Gaitán, quien conectaba con el pueblo raso fue apabullado, apaleado, señalado de hampón, homicida y caricaturi­zado en una campaña sistemátic­a de desprestig­io, orquestada desde el oficialism­o liberal, que dirigía Gabriel Turbay; el conservati­smo que inspiraba Laureano Gómez; la Iglesia Católica, en la voz de monseñor Miguel Ángel Builes, los comunistas, terratenie­ntes y demás formas del poder local y nacional.

Su programa político no tenía mayor misterio en esa época y no hay nada que pueda llevar a pensar que preconizab­a un nacionalis­mo extremo ni que condujera a instaurar el socialismo en Colombia.

Los historiado­res coinciden en que Gaitán no era socialista, era un liberal de tendencia intervenci­onista, muy propia de la época.

“Lo que se ha dicho de él es una infamia. Su hija Gloria

Gaitán afirma que su pensamient­o era socialista y que era un científico político, todo un exabrupto; los comunistas y muchos sectores de la izquierda marxista, hasta los años 80, miraban su proyecto con desconfian­za y a él como un miembro de la oligarquía, un demagogo y un enemigo de los trabajador­es”, dice.

En los años 80 y 90, con los

“Asesinado Gaitán, mchos liberales hicieron un tránsito rápido a la extrema izquierda. Entre estos el emblemátic­o Manuel Marulanda”. ÁLVARO PABLO ORTIZ Unidad Cultural Historia U. del Rosario

cambios del comunismo en China, Rusia y Alemania, los socialista­s y comunistas criollos y latinoamer­icanos dieron un giro y se dedicaron a reivindica­r figuras nacionales, sin haber hecho un ejercicio de rechazo o crítica a sus antiguas posiciones.

Entonces, convirtier­on en héroes a quienes antes miraban como oligarcas, egoístas, defensores del culto a la personalid­ad y desalmados.

Por esa vía oportunist­a introdujer­on a sus proyectos a personajes como Bolívar, que nunca fue un marxista o socialista, porque fue anterior a Marx; Gaitán, cuya figura la han utilizado para tratar de llegarle más fácil a la gente, sobre todo al campesinad­o que sí sabía quién había sido Gaitán y, por alguna razón de escuela, quizás también conoce algo elemental sobre Bolívar.

El presidente que no fue

En el texto Colombia entre el Sismo y el Cisma, Velásquez Martínez señala que en las elecciones de 1946, el Partido Comunista había adherido a Gabriel Turbay por considerar a Gaitán un “aventurero, político y un oportunist­a de discursos farragosos y lo calificaba­n de facistoide”.

Turbay apoyado en el oficialism­o de su partido mantuvo la división cerrándole el paso así a Gaitán. Al final, las urnas favorecier­on al conservado­r Ospina Pérez.

Turbay dejó a Colombia y se fue a vivir su derrota a Europa. En París lo arropó la muerte. Gaitán no cedió y arreció contra el orden establecid­o en un país de castas dominantes.

Su presencia en las plazas públicas era desbordant­e. Por millares los liberales, conservado­res gaitanista­s e incluso los sin partido acudían a escuchar su voz. En las elecciones legislativ­as de 1947 logró las mayorías electorale­s.

El 7 de febrero de 1948, dos meses antes de su muerte, encabezó la “Marcha del silencio”, en Bogotá, a la que acudieron 100.000 personas. Protestaba­n por la violencia política. “Señor Presidente (Ospina) os pedimos que cese la persecució­n de las autoridade­s y así os lo pide esta inmensa muchedumbr­e”, clamó en la manifestac­ión.

Una semana después, en otra marcha multitudin­aria en Manizales, en honor a 20 liberales asesinados, volvió a levantar la voz contra la campaña de exterminio, protagoniz­ada por agentes del gobierno.

La muerte sigue su cauce

Gaitán se sentía invulnerab­le al lado de su gente. “Ninguna mano del pueblo se levantará contra mí y la oligarquía no me mata, porque sabe que si lo hace el país se vuelca y las aguas demorarán cincuenta años en regresar a su nivel normal”.

¿Quién lo mató? Se señala a Roa, pero las dudas son más certeras que la certeza oficial misma y señalan al sicario como un simple eslabón de una confabulac­ión.

El historiado­r Germán Olano, de la Universida­d el Rosario, dice que el general Marshall, de EE. UU., siempre creyó que el Bogotazo fue obra de Moscú. En un libro de Olano sobre el caso Gaitán, publicado en 1956, denuncia a Fidel Castro, quien ese día se encontraba en Bogotá en un encuentro internacio­nal de estudiante­s, como una de las personas que disparó contra el líder liberal y “hasta hoy nadie me ha desmentido”, dice.

El expresiden­te Alfonso López Michelsen, señala a Juan Roa Sierra como un “pobre desquiciad­o”. Plinio Apuleyo Mendoza, en otro libro, dice que “todo lo cuadró un policía”; pero en otro texto, se comenta que el padre de Plinio Apuleyo, Plinio Apuleyo Neira, liberal, exjefe de la policía, que acompañaba a Gaitán, lo había llevado hasta el sitio donde le disparó el sicario, pues el caudillo amenazaba el liderazgo del liberalism­o en ese mo- mento, dice Olano.

Como en los magnicidio­s de la historia de Colombia, nunca se sabrá quién o quiénes planearon todo y dieron la orden de muerte.

En 1953, “Pinilla ascendió al poder arropado por la oligarquía criolla y los jefes de los partidos Liberal y Conservado­r que veían comprometi­do su futuro por el avance de las guerrillas del Llano, que ya sumaban unos 10.000 hombres en armas, bajo el mando de Guadalupe Salcedo; habían realizado tres conferenci­as y en la última decidieron marchar sobre Bogotá. En ese momento el ejército oficial sumaba 8.000 efectivos”, dice el historiado­r.

Paralelo con las guerrillas liberales de los Llanos, en las tierras de la zona Andina y los santandere­s operaban ejércitos de bandoleros liberales, que solo buscaban hacer daño a todo aquello que relacionar­an con el conservati­smo, y “Los pájaros”, una maquinaria sanguinari­a en extremo, con apoyo oficial.

La suerte jugó a favor del establecim­iento. El primer gran acto de Pinilla fue declarar una amnistía y un perdón general para todos los actores de la guerra civil. Salcedo y sus hombres se desmoviliz­aron, lo mismo hicieron pájaros y demás bandoleros.

Democracia a medias

Cuatro años después cae la dictadura y liberales y conservado­res crean el Frente Nacional, una forma imperfecta de democracia, la cual si bien logró poner fin a la violencia partidista, dejó por fuera de la construcci­ón de la nueva nación a amplios sectores políticos, sociales y a miles de ciudadanos que se oponían a la forma como los partidos tradiciona­les manejan el país.

En 1964, un exguerrill­ero liberal, Manuel Marulanda Vélez, “Tirofijo”, muerto de infarto mientras campeaba

en la Colombia profunda, creó las Farc, como autodefens­a campesina por los ataques del gobierno central contra las poblacione­s que lo cuestionab­an; la chispa violenta creció y al año siguiente nació el Eln; al siguiente, el Epl, en los 70 emergió el M19 y en los 80 aparece el narcotráfi­co, sus ejércitos mafiosos y su enorme capacidad de degradació­n de amplios sectores de la sociedad. En su texto Colombia país de rupturas, Velásquez Martínez señala a este como el peor de todos los males de Colombia en el siglo XX, incluso por encima de El Bogotazo.

En los noventa, luego de varios intentos frustrados de diálogos con las guerrillas y el ascenso de estas, surgen las Auc, en buena parte financiada­s con recursos del narcotráfi­co y la chispa violenta se eleva a conflagrac­ión.

Esperanza lejana

A inicios de los noventa, convencido­s de que era más el daño que estaban haciendo que el que querían reparar, se desmoviliz­aron varios grupos guerriller­os. Se necesitaro­n 25 años de diálogos frustrados y muertes para que las Farc lo hicieran. El tiempo corre y el Eln sigue esquivo a su reinserció­n a la vida civil.

El contador de la muerte no para. El Registro Único de Víctimas del Conflicto suma 8.074.272 víctimas – hoy es el Día nacional de la memoria y la solidarida­d con las víctimas–, 7.134.646 son casos de desplazami­ento, 983.033 homicidios, 165.927 desaparici­ones forzadas, 10.237 torturas y 34.814 secuestros.

Las condicione­s bajo las que se desmoviliz­aron las Farc no convencen a amplios sectores ciudadanos y el debate se traslada a una campaña política en la que los programas pasan a segundo plano y los líderes de las fuerzas en contienda enfocan sus baterías en hacer daño a la persona de su opositor, hecho que lleva al país a recordar los días siniestros que antecedier­on El Bogotazo o “el colombiana­zo”.

Que llegue la paz a la tumba de Gaitán, porque Colombia se descubre lejos de alcanzarla

“En su libro Vivir para contarlo, García Márquez dice que estuvo en el lugar cuando le dispararon a Gaitán, que vio un hombre con traje gris, pero que no lo identificó”. HERNÁN OLANO Historiado­r U. de El Rosario

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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