El Colombiano

HUELE A CASA

- Por SOFIJA STEFANOVIC redaccion@elcolombia­no.com.co

Cuando tenía 5 años, la noche antes de que nos fuimos de Yugoslavia y unos años antes de que el país entrara en la guerra de los Balcanes y eventualme­nte se disolviera, mi madre me acostó. Antes de comenzar la hora de canciones de cuna que yo exigía, de la nada dijo, “los olores de tu niñez siempre estarán contigo y te harán recordar a casa”.

“Pero y qué si naciste en una caneca de basura?”, dije.

“Entonces el olor a basura siempre te recordará a casa”, dijo, y sus ojos se llenaron de lágrimas, haciéndome asumir (incorrecta­mente) que ella había nacido en una caneca de basura y se estaba poniendo emocional sobre el tema”.

Aunque no lo pensé mucho en ese entonces, mi madre tenía razón sobre los olores. Está bien documentad­o que nuestros sentidos pueden causar una ola involuntar­ia de memoria. Algunos lo llaman el “fenómeno Proust”, por esa escena en “Búsqueda de tiempo perdido” cuando la niñez de un personaje regresa a él solo después de probar una galleta remojada en té.

Para mí, el Belgrado de mi niñez olía bastante a los cigarrillo­s Marlboro que fumaba mi mamá - incluso cuando estaba en el utero ( eran los años 80)- y el perfume que usaba mi tía y las castañas asadas en el invierno, que los vendedores recogían en un cono de papel y comíamos camino a la casa de mi abuela.

Pero no pensé en esos olores como algo especial, porque nunca no los había olido. Aún no nos habíamos mudado a Australia, con su aire limpio, eucaliptos y gramas suburbanas, donde la constelaci­ón de la Cruz del Sur estaba encima, lejos de nuestra familia y el pequeño cielo gris de mi pueblo natal. Yo no sabía que extrañaría los olores, o más bien, que me daría cuenta de que extrañaba los olores, y las memorias asociadas con ellos, hasta que los viví de nuevo.

Es apenas ahora, como adulta viviendo en Nueva York, que tengo mis propios momentos proustiano­s. En un día frío que huele a nieve, a veces me llega el olor a orina en la entrada, y ese cóctel olfatorio me recuerda nuestro edificio en el Bulevar de la Revolución, con su puerta verde, donde vivía mi familia cuando yo era pequeña. Hombres solían orinar en las puertas allá, como lo hacen aquí. Todos esos recuerdos de una puerta apestosa.

Para mí el Belgrado de hoy no es hogar. Nos fuimos de allá hace mucho tiempo, y rara vez visito. Cuando lo hago, frecuentem­ente me pierdo, y la jerga de los jóvenes no es familiar. No es el hogar que recuerdo cuando mis sentidos se disparan ( como cuando pruebo Bamba, la merienda israelí de maní que es bastante similar al Yugo Smoki con el que me crié). Mientras más tiempo paso con mis recuerdos, más las aumento, mi Belgrado de fantasía se convierte en más hermosa de lo que jamás fue.

Estados Unidos es ( aún) una nación de inmigrante­s y Nueva York está llena de ellos. Personas que han sido separadas de los olores y sabores de sus hogares, quienes supongo que, como yo, son sacudidos cuando una pieza olvidada de música resuena desde un auto que pasa, o el olor de un aliño de la infancia entra en sus fosas nasales en una calle ventosa en Queens. ¿Sus recuerdos les hacen sentir nostalgia o amor, o se sienten ambivalent­es, aterroriza­dos, desconsola­dos?

Si regresamos a Australia (no se cual será la gota que rebose la tasa -cuidado de la sa- lud, educación, inmigració­n, leyes de armas) mi hijo quedará con recuerdos a punto de ser encendidos como fósforos. Y luego, el ruido de una sirena podría hacerlo regresar a nuestra cuadra en el East Village, donde lo empujaba en el coche, recogiendo caca de perro y balanceand­o un café que regué sobre mí, y luego maldije una y otra vez.

Mientras los estímulos vuelan hacia mi bebé, lo veo girar la cabeza cuando oye a alguien gritar, al olor de la ropa que sale de una rejilla, y me pregunto qué versión de hogar se está creando para él mismo. ¿Qué recuerdos tendrá mi hijo de la ciudad donde vivió cuando nació? ¿Y será él como yo, y muchos otros que se han mudado, llevando cierto equipaje a donde quiera que vaya?

Yo recuerdo el comentario de mi madre sobre cómo los olores de mi infancia me recordaría­n a casa, y casa, ahora sé, es un lugar que no existe en un mapa sino en mi mente, lista para aparecer en su gloria completa y olorosa en cualquier momento

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