APLAUSOS AL ESPEJO
Los debates políticos, aunque interesantes y necesarios, no cambian el voto. Esa hipótesis -que a estas alturas no es novedosa, pero si desoladora- quedó expuesta de manera definitiva con los últimos dos encuentros de los principales candidatos a la presidencia del país, primero en Medellín y luego en Barranquilla.
A juzgar por los análisis de medios de comunicación desbalanceados y redes sociales furibundas, cada bando consideró a su opción como la ganadora, aún cuando se hicieron evidentes las contradicciones argumentativas, las incoherencias programáticas e, incluso, la fragilidad en el lenguaje corporal. En otras palabras, frente a un solo encuentro, cada cual vio el debate que quería ver.
Resulta demoledor encontrarse con campañas que utilizan los mismos videos para defender ideas totalmente opuestas. Mientras los del Centro Democrático, por ejemplo, usan el choque entre Iván Duque y
Humberto de la Calle al final del debate costeño como una muestra de la valía del joven de derecha; los liberales exponían el mismo fragmento para aclarar, según su análisis, que el veterano político estaba muy por encima en experiencia y razonamiento. Cuando los fajardistas, orgullosos, explicaban que el ex alcalde era el ganador de los encuentros por sus pausas y su continua referencia a la educación y la lucha contra la corrupción; los seguidores de Gustavo
Petro y de Vargas Lleras lo interpretaron como un profesor que se veía incómodo, monotemático y lento. Esto, sin contar las abusivas ediciones y manipulaciones para atacar al contrincante por decir lo que nunca dijo.
La exposición de las ideas y su confrontación son un paso fundamental en la construcción democrática, pero estos debates contemporáneos parecen inofensivos si la ciudadanía no pone su parte de reflexión.
Algunos dirán que son clave para los votantes indecisos. Mi intuición es que ellos, a estas alturas, son minoría de un solo dígito, tan escasos como aquellos admirables que superponen la razón a la pasión y cambian su voto al ver que el candidato de sus preferencias flaquea en argumentos. Los otros, la mayoría, los que más suman en una nación dividida, no escuchan razones. Le aplauden al espejo. Se felicitan entre ellos y palmotean en la espalda al entender como triunfos las derrotas irrefutables. Gritan al caballo que creen fuerte y rápido, aunque sea un raquítico que no tiene cómo llegar a la meta
Estos debates contemporáneos parecen inofensivos si la ciudadanía no pone su parte de reflexión.