El Colombiano

LA BOBADA JUDICIAL

- Por JUAN DAVID RAMÍREZ CORREA juanda@une.net.co

El pasado 21 de marzo quedó en libertad Pedro Aguilar, acusado de desfalcar al estado en $600.000 millones por asuntos de chatarriza­ción de vehículos. El tipo obtuvo su libertad con el aval de un falso fiscal, quien, con la mayor propiedad y elocuencia del caso, no encontró oposición a la solicitud de libertad hecha por la abogada defensora. Ante esto, el camino quedó libre para que una juez de Control de Garantías, lo dejara libre. Una argucia tejida con filigrana, que ni Jim y su equipo, los de Misión Imposible, lo hubieran hecho tan bien.

Creería uno que esta situación solo pasa en la ciencia ficción. Pero no, pasó en el país del Sagrado Corazón, demostrand­o que la justicia colombiana es como un mal portero de fútbol al que le meten los goles más estúpidos.

El golazo de Aguilar fue muy bien confeccion­ado. No se basó en argumentos de defensa sino en asuntos garantista­s. Explico: La defensa pidió su libertad por vencimient­o de términos, pues después de tres años aún no habían tomado ninguna decisión en el caso. La abogada, probableme­nte en connivenci­a con el falso fiscal, se pegó de ese argumento para pedir la libertad de Aguilar.

Esa artimaña, a la larga, evidencia la precarieda­d del sistema judicial, en el que los antecedent­es y las pruebas están en un segundo plano por culpa de un tumor: el represamie­nto judicial en el debido proceso.

Hay quienes calculan que los casos por resolver ascienden a dos millones. Los procedimie­ntos judiciales terminan siendo eternos y, a la larga, se resuelven no por los hechos punibles, haciendo que “evacuar”, como si se usura un laxante, sea más importante que hacer justicia.

Ni hablemos de la poca seguridad que existe para garantizar el debido proceso. Con el caso de Aguilar quedó en evidencia que, en pleno complejo judicial de Paloquemao, el más grande del país, donde se manejan los casos críticos y al que van a audiencias los pillos más temidos, hay un rigor mínimo para controlar los ingresos y saber quiénes son los que rondan pasillos y oficinas. ¿Ya se han preguntado cuántos expediente­s no se habrán perdido porque se los roban o destruyen?

Esas falencias, además de otros problemas estructura­les, di tú cositas como el llamado cartel de la toga, hacen que la justicia esté al garete de los que hacen con ella lo que quieran. Con razón, alguna vez alguien me dijo que lo peor que puede pasarle a un colombiano es que lo reporten a Datacrédit­o o caer en manos de la justicia.

Aguilar fue recapturad­o en un lujoso apartament­o del sur de Cali. Probableme­nte estaba ufanándose de su astucia, con la que hizo pasar un papelón de fama mundial a la justicia colombiana, la misma que, además de la fama que tiene de estar muy coja, ya empezó a coger otra: la de boba

Esa artimaña, a la larga, evidencia la precaridad del sistema judicial.

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