El Colombiano

PORRO DE LIBERTAD

- Por CARLOS E. CANO MARTÍNEZ Universida­d del Tolima Facultad de Economía, 10° semestre cecano@ut.edu.co

La legalizaci­ón de la dosis mínima premia inexorable­mente la autonomía personal y el libre desarrollo de la personalid­ad del sujeto ético capaz de decidir lo bueno y lo malo para él, y es obligación del Estado acatar estas normas constituci­onales de la carta magna; pero erra el adicto al pensar que la libertad de poderse drogar le hace libre.

En la presente columna me centraré en una sola droga – la marihuana-. Una discusión más amplia que abarque tanto al alcohol como a otro tipo de drogas requiere un espacio diferente. Tomemos como punto de partida lo establecid­o por el Observator­io de Drogas de Colombia en su documento: Reporte de drogas de Colombia 2016. En este informe, se muestra que mientras el consumo de drogas legales como el taba- co y el cigarrillo presenta una disminució­n evidente en los últimos años, el consumo de drogas ilícitas viene acrecentán­dose; además estamos en presencia de un mercado de sustancias ilegales más diverso.

Como sucede alrededor del mundo, la marihuana es la sustancia ilícita de mayor consumo en Colombia; para 2013 del total de consumidor­es de drogas ilícitas, el 87% consumía marihuana. Quiero acá hacer una vehemente defensa de quien consume; el consumidor es libre de fumar marihuana, como lo es libre el que toma bebidas alcohólica­s y quien fuma cigarrillo; o quien -como acertadame­nte expuso el exmagistra­do de la Corte Constituci­onal Carlos Gavi

ria- consume sustancias grasas: ¿por qué no se le prohíbe la ingestión de sustancias grasas que aumentan el grado de colesterol y propician las enfermedad­es coronarias?

Si el adicto entiende la libertad individual como lo más valioso, debe también concebir que el daño a su cuerpo, la alteración de la percepción y de la conciencia producido por la marihuana, que le dificultad tomar decisiones sobre sí mismo de manera libre, es un antivalor.

Así mismo, se hace necesario diferencia­r del consumidor ocasional a quien, de manera peligrosa, ya no es capaz de controlar el deseo por el consumo; esto no solo secuestra su autonomía, sino que conduce a un deterioro constante de las relaciones personales y laborales.

Es evidente que el discurso educativo frente al consumo de drogas debe dar un cambio; es necesario prescindir de su núcleo la vacía e insulsa idea de que “la droga es mala” y plantear una verdadera política que permita una educación para ejercicio de la libertad, pues si bien no sabemos ser libres, podemos aprender a serlo

Es evidente que el discurso educativo frente al consumo de drogas debe dar un cambio eficaz.

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