SOBRE POLITIQUERÍA
Estación Calores, a la que arriban los que quieren alegar y evadir la discusión con acusaciones delirantes; los que hablan sin oír y sin parar; los que buscan chivos emisarios, chismes y fabricantes de dudas; los que están alterados y quieren crecer la alteración; los que se paran en un libro y ni aportan ni contextualizan (pasa con muchos profesores de matemáticas y de historia): los buscadores de enemigos, así haya que rehacerlos; los conjeturados y conjeturistas que se revuelven (y devuelven) como haciendo sopa de maíz.
Y en esto, como en el Gran Burundú-burundá, la fila es larga y la visión estrecha, lo que obliga a moverse con cuidado, pues en Calores puede suceder cualquier cosa (lo que incluye nada), encontrar donde no es y pasarse de un lado al otro según esté la situación. A fin de cuentas, el asunto es de caos y lo que menos se quiere es ordenamiento, pues el orden obliga a pensar y reflexionar. Lo contrario al desorden, que es el paso del cangrejo, como dice Umberto Eco.
Es claro que el Trópico (nosotros estamos en él) es tierra caliente, lujuriosa y exagerada, con gentes propicias a hablar mucho, volar y sestear haciendo digestiones pesadas. Y en este trópico de mares y de playas, de montañas y de selvas, de ríos enormes y aguaceros huracanados, de apariciones inesperadas y de bastante algarabía, la politiquería crece por todas partes, igual que la verdolaga.
Se promete, profetiza e ilusiona; en los bares hay más entendidos (o desentendidos) en política que opiniones en un partido de fútbol y los olvidos sirven para estar creando de nuevo la tierra y el cielo, dando por novedad lo que ya era una momia y así volver a lo mismo.
Y en todo este despelote politiquero ( o si se quiere, baile de los que faltan y sobran), los enredados en el cuento nada dicen del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de las obligaciones adquiridas con Estados Unidos, de los callos que no se deben pisar, de los pactos ya firmados y bueno: la politiquería contiene en sí la bulla de la papayera, los fastos del escenario, las agendas multiplicadas para que nada se recuerde bien, los datos sin análisis, la promoción del deseo y lo carnavalesco, la conga ( ese baile donde el uno sigue al otro), la emoción, todo eso que García Márquez contó sobre un pueblo que no existía.
Acotación: De la democracia pensante (?) hemos pasado a la democracia emocionada, delirante y calurosa. Y en este punto el uno se mete en la vida del otro, lo interesante no se oye, la bulla es la constante y lo que sería un ejercicio de hacer país se convierte en un juego de deshacerlo. Y bueno, el baile de la conga crece sin parar
La politiquería contiene en sí la bulla de la papayera... De la democracia pensante (?) hemos pasado a la democracia emocionada, delirante y calurosa.