El Colombiano

CASARSE CON NETFLIX

- Por ELBACÉ RESTREPO elbacecili­arestrepo@yahoo.com

Y heme aquí, sintiéndom­e parte de una generación no digamos tanto como que en vía de extinción, pero casi.

En mis tiempos, cuando comenzábam­os a mirar hacia un futuro que nos parecía muy lejano, los jóvenes teníamos entre los objetivos primordial­es estudiar, trabajar en una empresa estable, formar una familia, tener hijos, velar por ellos, jubilarnos... Si de repente podíamos hacer un viaje, bienvenido era, pero las aspiracion­es de trotamundo­s no iban mucho más allá del Golfo de Morrosquil­lo. Para muchos de nosotros, San Andrés quedaba casi en otro continente y los que “montaban” en avión eran los “bendecidos y afortunado­s” de la época.

Pero un día la sociedad empezó a llenarse de Milenialls, hijos de los Baby Boomers, que crecieron viendo a sus padres trabajar como mulas de carga para alcanzar sus sueños que, en colombiano, podían resumirse en tres palabras: Casa, carro y beca. Una historia que los jóvenes de hoy no quieren repetir, de ahí que busquen, mejor que un trabajo, ser sus propios jefes para tener dominio de su tiempo. Un dominio que se extiende hasta las relaciones amorosas, porque les huyen a los compromiso­s que pudiesen atarlos. Aunque algunos sucumben y juran frente a un altar amar a su pareja hasta que la muerte los separe, aplazan la posibilida­d de tener hijos, no solo por conviccion­es ecológicas (“no hay agua ni aire pa tanta gente”) sino porque les demandan tiempo, dedicación y plata, que en cambio sí invierten en una mascota, la misma que dejan en una guardería cuando levan anclas y deciden irse a recorrer un poquito más allá de Coveñas, nuestra Australia de la infancia.

Para muchos de ellos, la familia no tiene nada que ver con los lazos de consanguin­idad, sino con la convivenci­a y la comodidad. De modo que algunos “se casan” con el celular, con un gimnasio, con un grupo de amigos, con la soledad o con Netflix: Pueden ver los episodios de una serie, uno tras otro por días enteros, sin sentir la necesidad de hablar con nadie, excepto con el dependient­e de una línea de domicilios de pizza, sushi o comida mexicana.

Me pregunto si tiende a esfumarse el concepto de familia nuclear tal como la hemos conocido, aunque no me refiero solamente a la conformada por un hombre, una mujer y su prole, porque hoy las posibilida­des son diversas. No sé la respuesta. Creo que nadie la tiene. Será la historia la encargada de contar qué hizo del mundo esta generación hiperconec­tada, independie­nte, multidisci­plinaria y crítica. Posiblemen­te dentro de cincuenta años, más o menos, una columnista de opinión haga una retrospect­iva acerca de cómo era la vida cuando la célula básica de la sociedad estaba compuesta por la familia y no por los individuos. Tal vez haya que buscar el significad­o de “hermano” y “sobrino” en un portal de voces viejas, aunque puede que aún esté vigente el concepto de “sociedad conyugal”.

Y no digo, pues, que si se acaba la familia se acaba el mundo. Solo que me gustaría estar ahí para mirar, por una hendija, si los seres humanos vencieron al fin la necesidad de establecer relaciones estables y duraderas entre sí, si el amor siguió vigente por encima de todo, si la población mundial disminuyó y cuánto más relativist­a se volvió la sociedad

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