No hay un mejor o peor acento ni mejores o peores palabras. Nos encontramos en el lenguaje.
En Antioquia, al rededor de las 4 de la tarde, justo entre el almuerzo y la comida, la gente va a “tomar el algo”, con lo que se quiere decir que comen un refrigerio o tentempié. Es lo que se podría decir, algo “muy paisa”.
Las diferentes entonaciones y aplicaciones en la manera como hablan los antioqueños, bogotanos o costeños confirma la riqueza del español. “Es una lengua viva, muy bonita, divertida y llena de metáforas”, dijo a finales de 2016 Carmen Millán, la directora del Instituto Caro y Cuervo, a propósito del español.
Suceden dos cosas en general con la lengua: diferentes formas de llamarle a una cosa y una palabra para muchos significados. En el primer caso, por ejemplo, los antioqueños van a la “revueltería” a comprar “el revuelto”, es decir, las verduras y legumbres. A una cerveza se le dice en Colombia pola, birra, pochola o amarga, según la región.
En Medellín ese modo de hablar barrial, generalmente de clase baja, tiene nombre propio: el “parlache”. Esta jerga particular se circunscribe a un tiempo y un espacio. Como lo señala el profesor de estudios culturales de la Universidad de Medellín, Oliver Tabares, también “tenemos palabras como zumbambico o entelerido que son muy nuestras pero que no entran en la definición de parlache”.
El otro caso también es muy frecuente. Nuestro español colombiano está lleno de vocablos iguales con distinto significado, según el lugar de origen. Muchas de estas palabras se escriben y pronuncian igual aunque quieran decir cosas muy diferentes.
Se conoce como homónimos a esas palabras y modismos (expresiones completas) que identifican la manera de hablar de una región, lo que nos semeja y a la vez nos diferencia. ¡Hágale, pues!