EL GRAVE RIESGO DE BUSCAR LA VERDAD
Son muy conmovedores los actos de solidaridad periodística por el asesinato de los reporteros Javier Ortega y Paúl Rivas y el conductor Efraín Segarra, enviados de El Comercio de Quito y sacrificados por una facción guerrerista de las Farc en algún lugar de la frontera entre Colombia y Ecuador.
El silencio, la oración mental, los aplausos fúnebres y los mensajes de dolor, indignación y condena muestran el tremendo golpe moral infligido a la sociedad y a la libertad y demás derechos humanos, por las bestias salvajes que han causado este crimen contra civiles indefensos.
Hay una persecución binacional contra los autores del crimen. Y hay derecho a reclamarles a los dos gobiernos que este acontecimiento fruto de la irracionalidad bélica ni se quede impune ni se diluya en medio de otra investiga- ción exhaustiva. Por qué tenían que morir (como se ha preguntado con insistencia), en qué circunstancias reales se les quitó la vida, por qué hubo aparentes dilaciones y contradicciones en los pronunciamientos oficiales, etc., son cuestiones que deben aclararse sin sombras de duda ni cálculo de conveniencias políticas o diplomáticas.
¿Cómo es posible que haya en el país nuestro quienes negaran y hasta sigan negando que el periodismo es una profesión de alto riesgo? Sobre todo para quienes lo ejercen con todas las desprotecciones que no conocen los que han vivido en la zona de confort facilitada por la obsecuencia ante los mandamases. El riesgo es parte inseparable de la profesión como pasión y compromiso de servicio. ¡Sabe Dios de la experiencia de quienes vamos llegando al medio siglo conti- nuo en esta larga y apasionante carrera de obstáculos!
Y es un alto riesgo actual, permanente y global. El solo argumento estadístico es elocuente: En 2017, según Reporteros Sin Fronteras, en el mundo fueron asesinados 54 periodistas, 336 quedaron en prisión y 54 sufrieron secuestro.
A lo largo y ancho del planeta, desde Asia hasta Europa y en el hemisferio americano, ha cre- cido una ola de hostilidad al periodismo. Algunos han tirado la toalla, impotentes, ante el acoso insostenible y el desgaste de las garantías para trabajar. La tensión entre Trump e influyentes medios estadinenses es un ejemplo inquietante. Rusia y China no se quedan atrás. En fin, la libertad de prensa y el derecho a la información están afectándose hasta en las paradigmáticas democracias occidentales.
Las organizaciones gremiales, las facultades de comunicación y los medios tienen el desafío ético de impulsar el restablecimiento de la condición del alto riesgo que perdió el periodismo colombiano. Debe recuperarse, con las implicaciones legales y de seguridad social y laboral consiguientes. Tal vez era la pensadora alemana Hannah Arendt quien advertía cómo el hombre que busca la verdad siempre pone su vida en peligro
¿Cómo es posible que haya en el país nuestro quienes negaran y hasta sigan negando que el periodismo es una profesión de alto riesgo?