El Colombiano

El final del ajuste

Existen hoy mejores perspectiv­as para la economía colombiana que las que se tenían hace cuatro años. Persisten, sin embargo, problemas estructura­les de productivi­dad que frenan el crecimient­o.

- ESTEBAN PARÍS

La economía colombiana enfrentó desde julio de 2014 una disminució­n de sus términos de intercambi­o (precio de las exportacio­nes sobre el precio de las importacio­nes), como consecuenc­ia de la caída en el precio del petróleo.

Nuestros socios comerciale­s, varios afectados por el mismo fenómeno, redujeron sus importacio­nes. Estos sucesos llevaron una disminució­n severa de los ingresos externos de Colombia y afectaron el crecimient­o de la economía, así como las cuentas fiscales (el déficit del gobierno paso de 2,4 % del PIB en 2013 a 4 % en 2016) y la posición externa del país (el déficit en la cuenta corriente paso de 3,4 % del PIB en 2013 a 4,4 % en 2016). A ese panorama complejo, se agregó en 2015-16 un fenómeno de El Niño que disparó la inflación, hasta bordear el 9 % en julio de 2016.

Ante las nuevas condicione­s, la economía debió ajustarse. La flexibilid­ad de la tasa de cambio, caracterís­tica del actual régimen de política monetaria, permitió que esa variable actuara como amortiguad­or de los nuevos choques. La depreciaci­ón real que se produjo generó un pequeño impulso a las exportacio­nes y una reducción de las importacio­nes.

Aun así, el camino que quedaba para culminar el indispensa­ble ajuste era difícil. La autoridad monetaria, en particular, enfrentó varias disyuntiva­s (Véase el último Informe de la Junta Directiva del Banco de la República al Congreso). En un primer momento, no respondió a las presiones inflaciona­rias pro- vocadas por la devaluació­n de la tasa de cambio y los factores climáticos, por considerar­los eventos transitori­os. También, tuvo en cuenta el efecto negativo que tendría un aumento de la tasa de interés sobre el crecimient­o. Cuando los aumentos en los precios comenzaron a propagarse, se inició, en septiembre de 2015, un ciclo alcista de la tasa de interés que se prolon- gó hasta diciembre de 2016, cuando se consideró que la inflación estaba cediendo.

El efecto de la reducción del precio del petróleo sobre las finanzas del Gobierno fue devastador. El Gobierno debió concentrar­se en reemplazar las rentas petroleras, por medio de dos reformas tributaria­s en 2014 y 2017, y en controlar el gasto público. El propósito de re- ducir el déficit del 4 % del PIB que se había registrado en 2016, se pudo cumplir y en 2017 este cerró en 3,6 %.

Según el Informe de marzo, para la autoridad monetaria la economía terminará de hacer su ajuste, en el presente año. Eso significa que se está aproximand­o a un equilibrio de largo plazo caracteriz­ado por una tasa de inflación en la meta (a marzo pasado era 3,14 %) y un déficit de cuenta corriente sostenible (en 2017 fue 3,3 %) y con un crecimient­o en recuperaci­ón. Esto es posible porque existen vientos de cola que impulsan hacia adelante a la economía: la situación de la economía global ha mejorado y el precio del petróleo está aumentando. Se espera también un impulso a la inversión por cuenta del programa 4G y de la reducción de la tasa de interés de política. De otro lado, los hogares también han superado el efecto negativo que sobre su gasto tuvo la reforma tributaria de 2017.

Existen hoy mejores perspectiv­as para la economía colombiana que las que se tenían hace cuatro años. Persisten, sin embargo, problemas estructura­les de productivi­dad que frenan el crecimient­o. Una tarea urgente para el próximo gobierno

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