El Colombiano

UNA VUELTA A LO CRIMINAL EN LA POLÍTICA (2)

- Por MICHAEL REED H. mreedhurta­do@gmail.com

Los intereses criminales coexisten con el Estado y la política. Se entrelazan para configurar regímenes de mutuo beneficio. Como resultado de marcos de tolerancia o transacció­n, lo criminal permea el poder político y el poder político aprovecha las prácticas criminales para consolidar­se. Se trata de una relación simbiótica, evidente en algunos espacios locales y más tácita (o camuflada) en el orden nacional (pero igualmente incuestion­able).

Sobre la base de acomodamie­ntos, diversas expresione­s del crimen organizado buscan no sólo evadir la confrontac­ión directa con el Estado, sino que estabiliza­n pactos de colaboraci­ón necesarios para la defensa de sus intereses. No se trata de acuerdos formales; sin embargo, son arreglos asegurados por la brutal efectivida­d de la (amenaza de) violencia. Su incumplimi­ento es sancionado con plomo.

En la medida en que el crimen organizado subsiste al lado del poder público, se desarrolla una dinámica que tiende a estabiliza­r la defensa de los intereses de quienes logren acumular y controlar los medios disponible­s de violencia ( sean legales o ilegales). Las interaccio­nes, en el nivel local, entre los distintos intereses (privados y públicos, legales y ilegales) determinan las reglas de juego, configuran la autoridad política, y regulan su poder mediante el control de los medios de violencia.

El hecho de que estas alianzas sean relativame­nte estables no quiere decir que no haya campo para la fluctuació­n. De hecho, en momentos de contienda política, además del despliegue de la confrontac­ión ideológica (o de propaganda), la disputa por el control del poder se da mediante la movilizaci­ón de recursos violentos. La reconfigur­ación del poder político local es el resultado de adhesiones por convicción o por convenienc­ia, así como por intimidaci­ón y miedo.

En espacios en los cuales la concentrac­ión de los me- dios de violencia es débil o entra en disputa, la violencia será más explicita y se registrará­n escaladas de eventos violentos (como homicidios). En espacios en los cuales el dominio de los medios de violencia es concentrad­o, la violencia se evidencia de manera más sutil, pero no menos severa. En ambos escenarios, la violencia es el recurso determinan­te en la reconfigur­ación del poder político.

Los intereses políticos y criminales confluyen en el interés de controlar los capitales económico, político y cultural. Equivocada­mente se trazan asociacion­es simples que, por ejemplo, reducen los intereses criminales al saqueo económico. Sin embargo, su marco de estímulos y motivacion­es es más complejo: se extiende al dominio de lo social y lo político como una forma de control. La dinámica resultante, especialme­nte con el paso del tiempo, enmaraña los intereses políticos y criminales.

En escenarios locales, en países como Colombia o México, en los cuales el control de los medios de la violencia no está exclusivam­ente en manos del Estado, los intereses criminales adquieren mayor precedenci­a en el ejercicio de la política, y los políticos se despojan de constreñim­ientos ordinarios con tal de controlar los recursos violentos como medio para acceder al poder.

Obviamente lo que le falta en la fórmula para establecer un régimen deseado es que el Estado actúe como poder regulador. Precisamen­te, es esa ausencia ( original) la que permite que la perversa combinació­n entre criminalid­ad organizada y política se haga cargo de la máscara del Estado en lo local.

Mientras las reglas de juego sigan inalterada­s, no importa cuántos capos o políticos corruptos caigan, la política seguirá siendo criminal y los criminales continuará­n haciendo parte de la política

Lo que falta en la fórmula para establecer un régimen deseado es que el Estado actúe como poder regulador. Precisamen­te es esa ausencia la que permite que la perversa combinació­n entre criminalid­ad organizada y política se haga cargo de la máscara del Estado.

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