EL POLICÍA CAMPESINO QUE SE INFILTRÓ EN EL CLAN DEL GOLFO
“Entre los integrantes de la banda, se decía que si pillaban a un sapo, lo picaban. Yo no les creía, hasta que me contaron la historia de ‘Willy’, un antiguo compañero de ellos, y me mostraron por celular las fotos de sus piernas, brazos y partes descuartizadas. Ahí tragué saliva y pensé que eso me podía pasar a mí si me descubrían”. El policía Meléndez*, de 29 años, tiene vivo el recuerdo de esa experiencia, pues estuvo 12 meses como agente encubierto en la organización criminal Clan del Golfo. Fueron tiempos brutales, en los que su vida estuvo al borde del precipicio. Su relato continúa así: “Me asignaron la misión en junio de 2016. El objetivo era identificar a los cabecillas y miembros del frente Jorge Iván Arboleda, una subestructura del Clan que delinque en el Nordeste y el Magdalena Medio antioqueño y se dedica a las extorsiones, narcotráfico, sicariato y minería ilegal de oro. La fachada era entrar a la zona como empleado de finca. Fui escogido porque conocía esos municipios y me crié en una vereda con campesinos, conozco las labores del campo. Llegué a pedir trabajo y me colaboraron en una finca. La jornada era de 7:00 a.m. a 4:00 p.m., ordeñando vacas, curando terneros, alambrando el predio y voliando azadón. Una vez llegó una escuadra a la finca, con alias ‘Hernán’, el cabecilla militar, y siete escoltas. Descansaron ahí. Fue la primera vez que lo vi, y le reporté a mi oficial de control la clase de armamento que llevaba y su descripción física. A los cuatro meses ya conocía a los ‘puntos’, así les dicen a las personas que hacen la vigilancia en lugares fijos. Para ganarme su confianza les avisaba si veía policías o gente rara en el pueblo. Cuando se cumplieron seis meses de estar en la zona y ellos estaban acostumbrados a mi presencia, me ofrecieron $480.000 para ser campanero. Esa fue mi entrada a la organización. Con el tiempo me dejaron ir a los campamentos y así conocí a ‘Tomy’, el máximo jefe del frente, y a su hermano ‘Brandon’”.
UNO MÁS DE ELLOS “Me reclutaron en enero de 2017, por un pago de $800.000 mensuales, y me volví patrullero del Clan del Golfo en el monte. También hacía de pájaro, que es como ellos le dicen a los escoltas de civil, y acompañaba a ‘Hernán’ a todas partes, le hacía compras y le recogía en Vegachí a las prostitutas que llegaban de Medellín, muchachas entre 18 y 23 años, no tan bonitas. La rutina con ellos no era fácil. Había exparamilitares despiadados que no tenían corazón, y algunos miembros que fueron enlistados con engaños y lloraban porque si desertaban eran hombres muertos. Cuando en la escuadra formábamos filas, vi cómo castigaban sin piedad a su tropa. A un pelao lo acusaron de sapo y le dieron la pela: el comandante lo golpeaba a culatazos de fusil, patadas, puños y con palos, o lo ahorcaban hasta que se desmayaba; el que quisiera se podía unir a la golpiza. Yo me quedé quieto, mirando cómo entre seis le cascaban al muchacho. Uno de los momentos de más riesgo fue en marzo de 2017, cuando nos ordenaron ir a Yondó a pelear contra el Eln, para recuperar el control de ese municipio. Nos desplazamos durante 15 días, con armamento pesado, y yo pensaba ‘¿qué voy a hacer aquí?’. Había probabilidades de morir, porque en la Fuerza Pública al menos hay un respaldo, aquí no sabíamos nada. Por suerte, cuando estábamos en Puerto Berrío, cambiaron la orden y mandaron a otro frente. Cada que podía me comunicaba con el oficial de control, vía chat de celular, para informarle lo que pasaba. Yo tenía un bolso y una riñonera equipadas con cámaras diminutas, y un marcador satelital en una bota. Con eso marcaba las coordenadas de los sitios donde acampábamos. Para junio de 2017 ya había identificado a 60 integrantes. Mi misión llegaba a su fin, pero aún quedaba pendiente mi escape. ¿Cómo lo iba a hacer, para no levantar sospechas? El oficial de control me advirtió que unos pelotones del Ejército estaban llegando al área. El miedo era que se armara una balacera, porque ahí nadie pregunta quién es quién. Tenía que irme ya, como fuera. Por pura coincidencia, estábamos haciendo un desplazamiento por la selva, me caí y aporrié el tobillo. Aproveché la situación, exageré el dolor y le dije al jefe de escuadra que no podía caminar. Me dijo que yo era un debilucho, un perroculo y me dio puñetazos en el estómago. Me pateó en el suelo, me quitó el arma y el camuflado, dejándome descalzo y en pantaloneta. Cuando se fueron y me dejaron atrás, caminé varias horas y salí a una vereda de Maceo. Llegué a una finca y me regalaron botas y una sudadera, pero por miedo, porque sabían que yo era del Clan del Golfo. Después fui al corregimiento La Susana, donde estaba el Ejército, y me les entregué, simulando una desmovilización para que el cuento fuera redondo. Estando en la guarnición militar llamé a mi jefe y este le contó la situación al coronel del batallón, y mis compañeros fueron a recogerme con el pretexto de judicializarme. Así pude salir de la zona. Gracias a la información que conseguí durante ese año de encubierto, la Policía hizo cuatro operaciones contra el frente Jorge Iván Grisales. El 14 de mayo de 2017, en Yalí, fue capturado Heder Cabrera Quejada, alias ‘Hernán’, con siete subalternos y un arsenal; el 19 de junio siguiente detuvimos a otros nueve en Yolombó y San Roque, aunque en el procedimiento ellos nos mataron al patrullero Luis Javier Ruiz Palomino. El 18 de enero de 2018, en una finca de la vereda La Alondra de Yalí, fue dado de baja el jefe William Soto Salcedo (’Tomy’) y un escolta que le decían ‘Gorra’. Y el 9 de marzo capturamos a Heiner Soto Salcedo (’Brandon’), en ese mismo municipio. Me acuerdo que en las reuniones, ‘Tomy’ siempre decía que él no se iba a dejar coger, que primero se hacía matar. Uno no se alegra por la muerte de nadie, pero yo soy del campo, sé cómo sufren los campesinos por culpa de estos grupos. Por eso completar esta misión fue gratificante”.