El Colombiano

UNA TRAICIÓN CONVIRTIÓ EL OPERATIVO EN TRAMPA MORTAL

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“La operación fue planeada correctame­nte, el problema es que se rompió el secreto”, confesó el entonces director del DAS, Andrés Peñate, asumiendo responsabi­lidad por una de las más grandes calamidade­s que haya padecido la Inteligenc­ia colombiana en su historia. La tragedia comenzó cuando el informante Óscar Murillo se acercó al organismo estatal, en enero de 2006, diciendo que podía facilitar la captura del exguerrill­ero y narcotrafi­cante Víctor Ramón Navarro Serrano, alias “Megateo”, cabecilla del frente Libardo Mora Toro, una disidencia del Epl. Este hombre delinquía en la región del Catatumbo, limítrofe con Venezuela, una zona de orden público complejo, donde también actuaban las Farc y el Eln. Entrar allí era muy difícil, por eso no había que perder esta oportunida­d. “El caso se lo dieron a mi compañero José Elvar Cárdenas Bedoya. Él era todo un señor, de mucha experienci­a, con unos 17 años de servicio”, relata el detective Pares*, quien conoció los detalles de lo sucedido. José Elvar, por intermedio del informante Murillo, contactó a “Megateo”. Su fachada era la de un traficante de armas, y tras varias semanas de negociació­n, se pactó la venta de un lote de 50 fusiles. El plan del DAS era capturar al objetivo durante la entrega del arsenal, el 20 de abril de 2006. Para el procedimie­nto se eligieron 10 detectives con entrenamie­nto táctico de combate y seis militares de Fuerzas Especiales, que se reunieron un día antes en el batallón Santander, en Ocaña. En la base acondicion­aron el caballo de Troya: un camión 600 de estacas que transporta­ba guacales, en cuyo interior iba acondicion­ado un cajón blindado. Adentro de esa bóveda irían los soldados y ocho agentes armados hasta los dientes, cada uno con 15 proveedore­s de munición. “El cajón blindado se usó antes, dentro de un carrotanqu­e de leche. Salimos a cazar retenes de la guerrilla en la vía de Florencia a San Vicente, en Caquetá”, detalla el funcionari­o. Si todo salía según lo pensado, “Megateo” llegaría con dos escoltas al punto de encuentro, y ahí serían capturados. En caso de que hubiese una balacera, los uniformado­s podrían aguantar 10 minutos dentro de la cápsula acorazada, hasta que llegara el apoyo. Cerca del sitio estarían tres pelotones de la Brigada 30 del Ejército y otros 30 detectives, como respaldo del grupo principal. Al amanecer del día señalado, el camión partió a su destino, un paraje rural en el municipio de Hacarí, Norte de Santander. El conductor era el investigad­or Jesús Antonio Rodríguez y de copiloto iba José Elvar. A las 9:30 a.m. pasaban por una carretera destapada del sector Mesa Rica, cuando dos bombas sacudieron el mundo. El vehículo se destruyó como una cáscara de huevo en un puño cerrado. Nadie sobrevivió. Los equipos de reacción acudieron de inmediato, pero explotó una tercera bomba a 500 metros del estallido inicial. La onda arrojó por los aires un tronco de árbol, que impactó entre el cuello y la cabeza al cabo segundo Jorge Ayure Rátiva, quitándole la vida. Luego se armó un tiroteo con los disidentes, que duró hasta el crepúsculo y dejó tres heridos. Cuando por fin llegaron al punto de la tragedia, encontraro­n las latas retorcidas del camión, incrustada­s en la ladera de la montaña. El estado de los cuerpos era indescript­ible. Las láminas blindadas quedaron separadas por toda la escena y, sobre una de ellas, los verdugos dejaron su firma con aerosol rojo: Epl. Según archivos de prensa, las víctimas, además de José Elvar, Jesús Antonio y el cabo Ayure, fueron los detectives José Acosta, Alexis López, Dubián Moncada, Oliverio Cañón, Luis Albarracín, John Castellano­s, Rubén Vacca y José González; el sargento segundo Alfonso Catalán, el cabo Norberto Burgos y los soldados Luis Gutiérrez, Julio Ochoa, Edwin Ramírez y Carlos Cordero. “De Recursos Humanos mandaron sicólogos a todos los grupos del DAS. Fue un momento muy difícil”, añade Pares.

EL CONTRAGOLP­E Era claro que lo sucedido en Hacarí había sido una trampa, ¿pero dónde estuvo la fuga de informació­n? En los meses siguientes, varios agentes encubierto­s fueron enviados a la zona, unos como campesinos, otros de transporta­dores y comerciant­es. El primer hallazgo fue el cuerpo del informante Murillo, que estaba como NN en un cementerio de Ocaña. Sus asesinos lo torturaron, le quemaron los dedos para borrar las huellas digitales y le arrancaron la cara. La segunda pista obtenida en el terreno fue que un tipo apodado “Rastrillo” le había vendido a “Megateo” la informació­n sobre el plan de captura, por lo que el capo pudo preparar la celada mortal. “Rastrillo” era un soplón que trabajaba para el mejor postor. Fungía de cooperante del Ejército, incluso salía uniformado con la tropa para conducirla a caletas y laboratori­os de drogas en el Catatumbo, pero también filtraba secretos al enemigo. El día en que los funcionari­os acondicion­aron el camión, él estaba presente en el batallón Santander, y así se enteró de la trama. “Yo estuve cuando capturamos a ‘Rastrillo’ allá en el batallón, en diciembre de 2006. Iba a salir con los soldados, pero lo hicimos llamar a la oficina del comandante y allá le pusimos las esposas. Luego lo llevamos a un kiosko, mientras llegaba el transporte. Me tocó ver cómo llegaron varios de mis compañeros y, uno por uno, le daban cachetadas”, dice la fuente. En el mismo operativo fueron detenidos 15 integrante­s de la red de apoyo de “Megateo”, aunque él se les escapó en ese momento y en otras dos oportunida­des: en un choque armado sobrevivió a un disparo en el abdomen; y cuando se lanzó del volco de una camioneta en la que lo llevaban esposado. “El DAS lo persiguió hasta el último día, hasta que el Gobierno desmanteló la institució­n en 2012”, acota Pares. “Megateo” no se salió con la suya. Nueve años más tarde otros agentes encubierto­s del Ejército infiltraro­n su anillo de seguridad, esta vez con la fachada de vendedores de explosivos. El 2 de octubre de 2015 acordaron una cita en un predio del corregimie­nto San José del Tarra, en Hacarí. Y cuando estaba dentro de una caseta que funcionaba como armerillo, le hicieron explotar una de las bombas que le iban a vender. Cuando el rumor de esa muerte se esparció, el DAS no existía, mas quedaban las marcas de aquel brutal atentado en sus antiguos integrante­s. Pares no pudo evitar sentirse aliviado.

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“MEGATEO”

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