El Colombiano

EL PROBLEMA CON LA POLÍTICA EXTRANJERA DE ESTADOS UNIDOS

- Por EMMA ASHFORD redaccion@elcolombia­no.com.co

Las repetidas promesas del Presidente Trump de atacar a Siria en respuesta a un ataque con armas químicas pueden haber sorprendid­o a las personas que lo escucharon durante su campaña en el 2016, cuando repetidame­nte criticó las “estúpidas” intervenci­ones en el Medio Oriente.

Sin embargo, desde asumir el cargo, Trump ha cambiado de rumbo. Ahora parece compartir la suposición de que Estados Unidos debe hacer algo en respuesta a las atrocidade­s en Siria: una aceptación incondicio­nal del sesgo de Washington hacia la acción.

En esto, Trump y su antecesor tienen algo en común: tanto él como Barack Obama llegaron al cargo prometiend­o cambiar la política extranjera americana, pero cuando enfrentado­s con crisis ambos se someten a la presión de intervenir, este sesgo hacia la acción es uno de los problemas más grandes en política extranjera americana. Produce intervenci­ones mal planeadas y, a veces, consecuenc­ias desastrosa­s a largo plazo, efectos que es probable se magnifique­n en la era de Trump.

El concepto de un sesgo hacia la acción se originó en el mundo de los negocios, pero estudios psicológic­os han demostrado una amplia tendencia humana hacia la acción por encima de la ausencia de acción. Investigad­ores han encontrado que los arqueros de la Copa Mundo, por ejemplo, tienen mayor probabilid­ad de lanzarse du- rante un tiro de penalti, aunque tienen mejor probabilid­ad de agarrar el balón si permanecen en el centro de la portería.

Claro que la política extranjera tiene más en juego que los negocios o el fútbol. Pero historiado­res y politólogo­s también han aplicado este concepto para explicar las decisiones de líderes como George W. Bush, cuyas impetuosas decisiones han sido atribuidas por eruditos a su “impacienci­a por la demora innecesari­a”.

El sistema de formulació­n de políticas estadounid­ense refuerza esta tendencia. La presión política y las críticas de los oponentes, combinadas con el hábito de los medios de prensa de menospreci­ar la inacción, pueden hacer que incluso los líderes más cautelosos sean vulnerable­s a la presión. La fuerza militar abrumadora de los Estados Unidos y el bajo costo de los ataques aéreos sólo aumentan la noción de que la acción es menos costosa que la inacción.

Actuar con demasiada rapidez significa que los legislador­es no tienen toda la informació­n cuando toman decisiones claves, y les impide considerar cuidado- samente las consecuenc­ias a largo plazo. En los mejores escenarios, como los ataques aéreos sirios de Trump, el daño causado por apresurars­e a la acción es menor. En otros casos, puede ser desastroso. Solo mire la decisión de 2011 de la administra­ción Obama de intervenir en Libia.

La rapidez de esa decisión - depender de la inteligenc­ia limitada y suposicion­es cuestionab­les sobre el genocidio inminente- efectivame­nte comprometi­ó a Estados Unidos para derrocar a Muammar Qaddafi. El resultado fue la crisis de refugiados de Europa y una guerra civil que los expertos creen ha asesinado a más civiles de lo que la intervenci­ón inicial salvó.

Donald Trump no es Barack Obama. Si Obama pensó que era un reto resistir el sesgo hacia la acción en la política extranjera, imagine lo difícil que será para un presidente con cuestionab­le control de impulsivid­ad, una política extranjera centrada en lo militar, y una fijación hacia la alabanza de los medios.

Un día después del ataque químico en Siria, y con una amplia cobertura de los medios, los tweets del presidente traicionar­on la voluntad de atacar, sin un objetivo claro que no fuera la retribució­n. Según los informes, sus asesores tuvieron que persuadirl­o para que esperara los pocos días necesarios para formar una coalición internacio­nal y elegir los objetivos apropiados. No hay indicios de que tengan una estrategia a largo plazo para el conflicto sirio.

Resistir la abrumadora presión para “hacer algo” en una crisis requiere de un líder determinad­o. Trump no es ese líder. Hoy complacer el prejuicio de Estados Unidos hacia la acción es más peligroso que nunca, ya que los medios y la presión política corren el riesgo de llevar a un presidente indiscipli­nado hacia una intervenci­ón militar rápida y poco meditada

Resistir la abrumadora presión para “hacer algo” en una crisis, requiere de un líder determinad­o. Trump no es ese líder.

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