EL PROBLEMA CON LA POLÍTICA EXTRANJERA DE ESTADOS UNIDOS
Las repetidas promesas del Presidente Trump de atacar a Siria en respuesta a un ataque con armas químicas pueden haber sorprendido a las personas que lo escucharon durante su campaña en el 2016, cuando repetidamente criticó las “estúpidas” intervenciones en el Medio Oriente.
Sin embargo, desde asumir el cargo, Trump ha cambiado de rumbo. Ahora parece compartir la suposición de que Estados Unidos debe hacer algo en respuesta a las atrocidades en Siria: una aceptación incondicional del sesgo de Washington hacia la acción.
En esto, Trump y su antecesor tienen algo en común: tanto él como Barack Obama llegaron al cargo prometiendo cambiar la política extranjera americana, pero cuando enfrentados con crisis ambos se someten a la presión de intervenir, este sesgo hacia la acción es uno de los problemas más grandes en política extranjera americana. Produce intervenciones mal planeadas y, a veces, consecuencias desastrosas a largo plazo, efectos que es probable se magnifiquen en la era de Trump.
El concepto de un sesgo hacia la acción se originó en el mundo de los negocios, pero estudios psicológicos han demostrado una amplia tendencia humana hacia la acción por encima de la ausencia de acción. Investigadores han encontrado que los arqueros de la Copa Mundo, por ejemplo, tienen mayor probabilidad de lanzarse du- rante un tiro de penalti, aunque tienen mejor probabilidad de agarrar el balón si permanecen en el centro de la portería.
Claro que la política extranjera tiene más en juego que los negocios o el fútbol. Pero historiadores y politólogos también han aplicado este concepto para explicar las decisiones de líderes como George W. Bush, cuyas impetuosas decisiones han sido atribuidas por eruditos a su “impaciencia por la demora innecesaria”.
El sistema de formulación de políticas estadounidense refuerza esta tendencia. La presión política y las críticas de los oponentes, combinadas con el hábito de los medios de prensa de menospreciar la inacción, pueden hacer que incluso los líderes más cautelosos sean vulnerables a la presión. La fuerza militar abrumadora de los Estados Unidos y el bajo costo de los ataques aéreos sólo aumentan la noción de que la acción es menos costosa que la inacción.
Actuar con demasiada rapidez significa que los legisladores no tienen toda la información cuando toman decisiones claves, y les impide considerar cuidado- samente las consecuencias a largo plazo. En los mejores escenarios, como los ataques aéreos sirios de Trump, el daño causado por apresurarse a la acción es menor. En otros casos, puede ser desastroso. Solo mire la decisión de 2011 de la administración Obama de intervenir en Libia.
La rapidez de esa decisión - depender de la inteligencia limitada y suposiciones cuestionables sobre el genocidio inminente- efectivamente comprometió a Estados Unidos para derrocar a Muammar Qaddafi. El resultado fue la crisis de refugiados de Europa y una guerra civil que los expertos creen ha asesinado a más civiles de lo que la intervención inicial salvó.
Donald Trump no es Barack Obama. Si Obama pensó que era un reto resistir el sesgo hacia la acción en la política extranjera, imagine lo difícil que será para un presidente con cuestionable control de impulsividad, una política extranjera centrada en lo militar, y una fijación hacia la alabanza de los medios.
Un día después del ataque químico en Siria, y con una amplia cobertura de los medios, los tweets del presidente traicionaron la voluntad de atacar, sin un objetivo claro que no fuera la retribución. Según los informes, sus asesores tuvieron que persuadirlo para que esperara los pocos días necesarios para formar una coalición internacional y elegir los objetivos apropiados. No hay indicios de que tengan una estrategia a largo plazo para el conflicto sirio.
Resistir la abrumadora presión para “hacer algo” en una crisis requiere de un líder determinado. Trump no es ese líder. Hoy complacer el prejuicio de Estados Unidos hacia la acción es más peligroso que nunca, ya que los medios y la presión política corren el riesgo de llevar a un presidente indisciplinado hacia una intervención militar rápida y poco meditada
Resistir la abrumadora presión para “hacer algo” en una crisis, requiere de un líder determinado. Trump no es ese líder.