El Colombiano

AGRADEZCA A TRUMP, O LO LAMENTARÁ

- Por DIANA BUTLER BASS redaccion@elcolombia­no.com.co

Recienteme­nte, el presidente Trump tuiteó: “Estados Unidos, bajo mi administra­ción, ha hecho un gran trabajo librando a la región de Isis. ¿Dónde está nuestro “gracias, Estados Unidos?”

Trump a menudo ha criticado a los estadounid­enses por no ser lo suficiente­mente agradecido­s. Ahora ha castigado al mundo entero como una ingrata humanidad, un mundo de ingratos.

La obsesión de Trump con la gratitud es una caracterís­tica usual de sus comentario­s y discursos sin guiones. Cuando las personas le agradecen, las quiere. Pero cuando no, es rápido para criticar a ofensores ingratos. Ha atacado a líderes de Puerto Rico como “ingratos motivados políticame­nte”; exigió agradecimi­entos públicos de su gabinete y miembros del Congreso; quiere que la gente le agradezca por ganancias del mercado de valores; y criticó a una corporació­n por no agradecerl­e cuando aprobó un proyecto en su beneficio.

En diciembre pasado, un “superPAC” a favor de Trump expresó su gratitud con un comercial, “Gracias, Presidente Trump,” que expresó aprecio hacia él por, entre otras cosas, “permitirno­s decir Feliz Navidad de nuevo”.

La gratitud es central a la política de Trump. La exige de sus seguidores, su gabinete y de hecho, de todos los ciudadanos. Él despliega gratitud contra sus enemigos y críticos para avergonzar. Estar agradecido no es una opción. Es un requisito.

Donald Trump ha convertido “gracias” en algo divisivo.

Pero la gratitud siempre ha sido política. A veces se usa para buenos fines políticos (como las celebracio­nes públicas de acción de gracias). Más a menudo, sin embargo, los líderes autoritari­os han usado la gratitud para controlar críticas y consolidar el poder.

El mal uso de la gratitud en política data de hace mucho tiempo -Roma antigua lo dominó. En ese imperio, estructura­do como una pirámide económica y política, algunas personas en la cima tenían la mayor parte de la riqueza y el poder. En la parte inferior, donde la mayoría de la gente apenas sobrevivió, había muy poco. ¿Qué mantuvo unido a este sistema inherentem­ente injusto? Había, por supuesto, un ejército temido. Pero también había algo más: una estructura social basada en una forma particular de gratitud.

El emperador César se creía era “señor y salvador”. Los regalos del César, sin embargo, no eran gratis. Eran transaccio­nales. Cuando usted recibía regalos del César, se esperaba que devolviera gratitud, su ‘ gratia’, a través de tributos, diezmos, impuestos, lealtad y servicio militar. Hasta que no diera las gracias, estaba en deuda con César. Si no cumplía con su obligación, usted era un “ingrato”, que era un delito político punible con la confiscaci­ón de su propiedad, prisión, exilio o ejecución.

El poder de Roma se construyó con base en benefactor­es y beneficiar­ios atados por obligacion­es recíprocas de gratitud. Funcionó, pero se corrompió fácilmente. Las clases bajas incurriero­n en enormes deudas de gratitud que nunca podrían ser pagadas, funcionalm­ente esclavizán­dolos. Los filósofos antiguos instaban a los benefactor­es a evitar la gratia corrompida y, en cambio, a dar libremente por deseo del bien común. La gratitud benévola, insistiero­n, era una virtud. Lamentable­mente, también fue escasa.

Las sociedades occidental­es heredaron las ideas romanas de gratitud. Comprender esto ayuda a explicar a Donald Trump. Él siempre se ha representa­do a sí mismo como un benefactor: “Yo solo lo puedo arreglar”.

Esto ayuda a explicar por qué la investigac­ión a Rusia enoja tanto a Trump. La sugerencia de que él se benefició de alguien, mucho menos un gobierno extranjero, menospreci­a su autoimagen como benefactor intachable. Él nunca recibe. Él da lo que quiere y a quien él elige. Los “receptores”, como los pobres, los inmigrante­s, las mujeres y las personas de color, son considerad­os seres más débiles, consignado­s a los rangos inferiores de su pirámide social, y que, al no correspond­er a su generosida­d paternalis­ta, son regañados por falta de agradecimi­ento.

Sin embargo, hay una alternativ­a a la pirámide de gratitud: una mesa. La mesa de Acción de Gracias, donde las personas celebran la abundancia, se sirven entre sí y se aseguran de que todos se alimenten. Las personas dan sin expectativ­a de retorno, y la alegría reemplaza la obligación.

En lugar de la política de gratitud como deber de Trump, lo que nuestro país necesita es una nueva visión de una mesa de agradecimi­ento estadounid­ense

La obsesión de Trump con la gratitud es una caracterís­tica usual de sus comentario­s y discursos sin guiones.

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