El Colombiano

NACE UN ESCRITOR

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

Hace un par de semanas, presenté la obra más reciente de Cris

tian Romero, “Después de la ira”, una novela corta que vale la pena comprar ya mismo si quiere pasar dos o tres horas intensas de una literatura que mezcla lo mejor de grandes novelas y cuentos como “El coronel no tiene quién le escriba”, “El llano en llamas”, “Espuma y nada más”, “El camino del tabaco”, y otras grandes historias que, casualment­e, son de esas que no he olvidado, se quedaron en mi vida y por eso suelo recordarla­s y recomendar­las cada que puedo.

Lo bueno es que la novela de Cristian no es una imitación de las historias mencionada­s, “Después de la ira” tiene vida propia y un montón de elementos novedosos que pocos escritores jóvenes colombiano­s han explorado, menciono solo dos: el campo y la ciencia ficción. La primera, como una lucha o un homenaje a quienes creen que siempre, por muy mal que vayan las cosas en el mundo rural, siempre es mejor intentarlo para salvar la vida misma. Pensé mucho en mis parientes que vivían en Granada y casi no deciden venir a la ciudad porque para ellos la vida estaba en esas montañas verdes que siempre estuvieron vitales en el corazón, la última cosecha siempre les dio esperanza hasta que los fusiles de la guerra no le dieron más chance a la vida.

La segunda, discreta pero muy intensa, como si nos dijera que la ciencia ficción sencillame­nte es una realidad posible. Por algo Julio Verne decía que la ficción de hoy es la ciencia del mañana. La de Romero es sutil, por algo, mientras una multinacio­nal quiere ahogar a un pueblo, comprar todos los centímetro­s de tierra para envenenarl­a, un montón de langostas del tamaño de un perro son la estrate- gia para destruir los “maizales de mierda”; mientras tanto, la mancha en el cuerpo de una mujer se vuelve la premonició­n de que todo terminará mal y una niña no para de cantar fragmentos religiosos que, a la vez, alimentan las plantas contaminad­as.

Cuando Cristian y yo empezamos a conversar sobre su novela, él mencionó un cuento de

Manuel Mejía Vallejo que yo no había leído y daba pistas sobre su novela: “Tiempo de sequía”. La inquietud quedó sembrada y la casualidad también. Como la semana pasada estuve en Bogotá, pasé por la librería donde más me he sorprendid­o, donde más he encontrado libros extraños y perdidos sin querer. Como si los anaqueles fueran capaces de leer mi mente, en la parte más alta de la librería, encontré, no solo “Tiempo de sequía”, sino que ese libro precioso era la primera edición, de 1957, editada por Balmore Álvarez García, quien decía que con estos cuentos Mejía Vallejo se ubicaba entre los grandes cultivador­es del cuento en América.

Apenas terminé de leer “Tiempo de sequía” entendí mejor, no solo la novela de Romero, sino que me convencí, una vez más, de que la literatura, a lo largo de la historia, ha enfrentado las calamidade­s del hombre, su miseria, su sed, su hambre, su angustia, su inconformi­dad, su venganza, la esperanza. Un tarro de café raspado, un seno dispuesto para que un bebé muera lentamente de hambre, una historia que nos dice que, a pesar de la tierra seca que nos angustia tanto, aún siguen naciendo grandes escritores como Cristian Romero

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