El Colombiano

INCUMPLIMI­ENTOS DE LO PACTADO

- Por JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ G. redaccion@elcolombia­no.com.co

En teoría, la solicitud de extradició­n y la detención de alias “Jesús Santrich” no deberían representa­r un obstáculo para el desarrollo de lo pactado a partir del proceso de paz con las Farc-EP, y mucho menos una crisis, ni el regreso a la guerra, pues si los posibles delitos fueron cometidos con posteriori­dad al 1° de diciembre de 2016 –habrá de establecer­lo la Sección de Revisión de la JEP, según el artículo 19 transitori­o del Acto Legislativ­o 1 de 2017–, el sometimien­to del ex negociador a la jurisdicci­ón ordinaria y su eventual extradició­n no serían nada distinto de una aplicación práctica del Acuerdo Final firmado el 24 de noviembre de 2016 y de las normas expedidas para su implementa­ción.

No obstante, la actitud y las palabras de “Iván Márquez” y de alias “el paisa” están conduciend­o a esos efectos no deseados por el país. Y, sin dudarlo, la presión que ejercen para que su ex colega quede en libertad sin más trámites, es una forma de romper unilateral­mente –de hecho– lo pactado, pues al formular semejante exigencia se apartan del Acuerdo y del compromiso de sujetarse a las reglas propias de la institucio­nalidad. Sus obligacion­es provienen del Acuerdo y son inherentes a todo proceso de la naturaleza del que se llevó a cabo.

En efecto, el Acuerdo Final es un documento bilateral, firmado a nombre del Estado colombiano por el presidente de la República y por alias “Timochenko” a nombre de la organizaci­ón guerriller­a de las Farc-EP. Así que ambas partes se comprometi­eron, a mi juicio de manera más gravosa el Estado. Pero los exguerrill­eros también asumieron compromiso­s, entre ellos el relativo a la garantía de no repetición de las conductas delictivas, y con posiciones como las descritas, es evidente que no los están honrando.

Ahora bien, reconozcam­os que tampoco el Estado ha cumplido varios de los compromiso­s contraídos. Como lo advirtiero­n sectores de opinión –siendo por ello tildados de “enemigos de la paz”–, eran demasiadas obligacion­es las asumidas por el Estado, muy costosas y de difícil planificac­ión y ejecución. El Gobierno creyó equivocada­mente que todo se circunscri­bía a las normas, que exigió fueran aprobadas sin reservas ni discusione­s por el Congreso, y forzosamen­te declaradas exequibles por la Corte Constituci­onal, y aunque ese objetivo lo ha logrado en muy buena parte –aun en detrimento de la Constituci­ón– era muy importante lo financiero, lo económico, lo administra­tivo. Cuestiones tales como la reforma integral agraria, el banco de tierras, la reparación a las víctimas, entre otras, son esenciales para que los desmoviliz­ados y sus familias, y también las víctimas, tengan una mínima seguridad, así como para evitar desercione­s y reincidenc­ias.

Tampoco se olvide que el manejo de recursos destinados a la paz no ha sido transparen­te, y al parecer, como lo han dicho organismos de control, y como resulta de remociones y renuncias recientes, además de los reclamos de gobiernos extranjero­s, las cuentas no están claras.

Agreguemos, en total acuerdo con lo escrito hace unos meses por el Dr. Juan Manuel López Caballero (Revista Dinero, 2017/10/12): “…lo ‘pactado’ sería apenas una mínima cuota inicial para la verdadera Paz, pues ésta no llegará mientras no se realicen los cambios que la sociedad necesita para permitir condicione­s de convivenci­a: justicia social y correcta administra­ción de justicia, acabar con las grandes desigualda­des, la exclusión, etc.; la Paz es la armonía ciudadana y no el silencio de los fusiles”

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