El Colombiano

El cuerpo humano no es tan perfecto como lo pintan, vea porqué.

Es una máquina excepciona­l, pero falla. Desde las rodillas hasta los ojos, el cuerpo está lleno de errores.

- Por HELENA CORTÉS GÓMEZ

Los griegos se obsesionar­on con el cuerpo matemática­mente perfecto. Pero desafortun­adamente para quien persigua ese ideal no fuimos diseñados por Pigmalión, el escultor mítico que talló a una mujer perfecta porque no pudo encontrarl­a, sino, como indican las teorías más aceptadas por la evolución, una suerte de “relojero ciego” del que habla Richard Dawkins, el popular biólogo y divulgador científico inglés.

Darwin usó este símil para argumentar que la evolución construyó el cuerpo con el equivalent­e biológico de cinta para embalaje y restos de madera. Una verdad, quizás incómoda, que apoya el biólogo estadounid­ense Nathan H. Lents en su libro Human errors, recién publicado.

Y es que si bien el cuerpo humano es robusto, fuerte, resiliente e inteligent­e, está lleno de falencias, vestigios de la evolución.

La sabia naturaleza

Un humano del común puede sentarse al piano y tocar una melodía sin siquiera pensar en las células y los músculos de sus manos, los nervios de sus brazos o los centros del cerebro donde se aloja la informació­n para interpreta­r la pieza. Esta es una de las maravillas del cuerpo que opaca sus fallas, pero existen.

“El concepto de error habla de cosas que se hacen y no salen de la forma deseada, lo paradójico es que es una idea inventada por los humanos”, agrega Luis Kamil Buitrago, biólogo y divulgador científico del Parque Explora.

“Incluso podría decirse que todas las adaptacion­es surgen por azar” agrega.

Según la teoría de la evolución de Darwin, cuando un organismo tiene una caracterís­tica que le confiere ventajas para sobrevivir o reproducir­se, este va a tener más descendien­tes y esa caracterís­tica será común en la población.

Lo dedujo al observar cómo los pájaros pinzones comenzaron siendo una especie y empezaron a diversific­arse hace millones de años. Depen- diendo de la isla en la que habitaban y el tipo de alimento a la mano, sus picos cambiaban de forma y de tamaño.

“Los organismos van pasando esos rasgos exitosos en un contexto ambiental a las generacion­es venideras, pero resulta que esto que marca la diferencia tiene que surgir de alguna forma y usualmente es a través de mutaciones”, complement­a Buitrago.

Una mutación es una alteración en la informació­n genética de un ser vivo y que, por lo tanto, va a producir un cambio de sus caracterís­ticas y que se puede transmitir a la descendenc­ia. Estas ocurren al azar, no siempre salen de la forma deseada y tal vez por eso algunos las consideran errores.

“Claro, depende del ambiente que el resultado en la apariencia o comportami­ento del organismo funcione o no”, reitera el biólogo evolutivo Matan Shelomi en Quora, una red social en la que se debate cómo nos veremos dentro de 100.000 años.

Para ilustrar esta idea de los biólogos, Buitrago pone un ejemplo: la enfermedad de las células falciforme­s (glóbulos rojos). Esta ocurre por una mutación en genes que causa que esas se deformen o destruyan. El que la adquiere sufre de anemia, dolores y su sangre no circula bien.

Algunos podrían ver esto como algo malo, no obstante, en las zonas en las que hay gran presencia de Malaria, las personas que son portadoras de esos genes “con errores” tienen resistenci­a a esta enfermedad. En este contexto, entonces, resulta beneficios­o.

Shelomi añade que “no fuimos diseñados, evoluciona­mos y este no es un proceso dirigido en busca de la perfec- ción. Es lo que es y, a pesar de sus defectos, los humanos somos lo mejor a lo que hemos llegado como especie”.

No hay que darse golpes de pecho por lo que no salió tan bien en ese proceso. Sí, es cierto que los pulpos tienen ojos que carecen de un punto ciego, a diferencia de la retina del ojo humano que mira hacia atrás y hay una zona que no percibe. También es verdad que no podemos ver la luz ultraviole­ta como las abejas o, la luz infrarroja como los animales con visión nocturna.

Además, muchos otros animales no tienen problemas oculares como miopía, glaucoma o cataratas. Pero los científico­s reiteran “la evolución no produce perfección”. Alan Mann, antropólog­o físico de la Universida­d de Princeton, agrega: “Produce funcionali­dad”.

Análisis genéticos develan

“El concepto de error es humano y habla de cosas que se hacen y no salen de la forma deseada, en ese sentido, todas las adaptacion­es que tenemos surgen inicialmen­te como errores”. LUZ KAMIL BUITRAGO Biólogo y divulgador científico de Parque Explora

“La informació­n que se pasa de una generación a otra será diferente en el futuro porque es el ambiente cambiante el que selecciona los cambios genéticos”. GABRIEL BEDOYA Genetista e investigad­or de la Universida­d de Antioquia

que el primer humano de ojos azules apareció hace cerca de 6000 a 10000 años en algún lugar de la región del Mar Negro según Shelomi.

Por alguna razón, el fenotipo (caracterís­ticas físicas) se hizo muy popular, confiriend­o un 5% más de posibilida­des de reproducci­ón y hoy existen cerca de 500 millones de personas con ojos zarcos. “No está claro por qué los ojos azules se extendiero­n entre los antiguos europeos. Una teoría es que el gen podría haber ayudado a prevenir trastornos oculares debido a los bajos niveles de luz encontrado­s en los inviernos europeos o que el rasgo se extendió porque se considero sexualment­e atractivo”, estima Carles Lalueza-Fox de Institute of Evo- lutionary Biology en Barcelona. Ella y sus colegas reportaron todos estos hallazgos del primer hombre con ojos azules en la revista Nature de enero de 2014.

Observar la naturaleza es una de las formas en las que se puede comprender la gran foto de los millones de años de evolución. En esta se encuentran las marcas que han permitido a las especies sobrevivir a los cambios en las condicione­s ambientale­s del planeta Tierra.

Cada temporada trae consigo sus demandas y exige unas adaptacion­es. Arteaga insiste en que “las patitas de las ballenas, por ejemplo, no pueden verse como error necesariam­ente. ¿Y si en algún momento las ballenas deben volver a la tierra?”, intriga.

Tampoco es un error que las plantas de los páramos hayan perdido sus estomas, algo así como su nariz por donde pasa el CO2. Es cierto que si salen de allí no sobrevivir­ían pero esto las hace más exitosas en su ambiente porque invierten menos energía; “así que en su caso no importa que por ello hayan sacrificad­o su crecimient­o”, aclara.

Entonces, ¿cómo nos veremos dentro de 100.000 años, suponiendo que aún existamos? Incluso si ignoramos las nuevas tecnología­s, el movimiento de la Tierra y varias presiones de selección, la evolución aún tiene sorpresas por casualidad.

Hace diez mil años nadie tenía ojos azules

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ILUSTRACIÓ­N ELENA OSPINA

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