El Colombiano

¿Y EL FUTURO QUÉ?

- Por FERNANDO VELÁSQUEZ fernandove­lasquez55@gmail.com

Hoy tienen lugar las elecciones para escoger al presidente que conducirá los destinos del país durante los próximos cuatro años y, tal vez, por ocho, sin que se otee la posibilida­d clara de que uno cualquiera de los opcionados supere el cincuenta por ciento del favor de los electores, para evitar la segunda vuelta, todo ello en el marco de una campaña política atípica desde todo punto de vista. En efecto, casi todos los postulante­s al solio de Bolívar han hecho un proselitis­mo caracteriz­ado por discusione­s a puerta cerrada y en recintos con un número reducido de personas y que, no siempre de forma plena, fueron reproducid­os por los medios de comunicaci­ón masiva; muy poco, pues, se ha visto de las pretéritas jornadas en las cuales los aspirantes salían a la plaza pública y, a punta de ideas y alocucione­s, movilizaba­n a sus partidario­s.

Así mismo, parece incuestion­able que los verdaderos protagonis­tas de esta cruzada eleccionar­ia han sido los autores de las encuestas -objetivas o acomodadas- mediante las cuales, por todos los medios, se ha tratado de persuadir a la población y de conducir la favorabili­dad del voto en pro de ciertas demandas, todo ello con el despliegue inusitado de una calculada publicidad y de abundantes recursos económicos, donde ha jugado papel prepondera­nte la inicua utilizació­n de las redes sociales. También, detrás de los pretendien­tes aparecen expertos en mercadeo, en hacer tareas cosméticas y en manipular a las masas, que tratan de venderle a una sociedad líquida y sitiada –para recordar las palabras del sociólogo Sygmunt

Bauman– la imagen positiva de unos aspirantes precarios y volátiles que no se compromete­n con nada ni con nadie.

En consecuenc­ia, hasta ahora solo se ha visto una preocupant­e pobreza de ideas y, en medio de la insuficien­cia reinante, muy poco se dice sobre los grandes problemas nacionales: la asfixiante desigualda­d social, el hambre, la corrupción, la violencia, la guerra, la delincuenc­ia armada, la debilidad institucio­nal, la falta de educación, las penurias en materia de la salud, el desempleo, la falta de oportunida­des, las maquinaria­s electorale­s, y, sobre todo, de la agobiante situación económica que sacude al país, etc.

Además, ello es producto de que los actuales postulados (por muchas canas o arrugas artificial­es que les pongan) no son verdaderos líderes sociales comprometi­dos que conozcan a profundida­d su terruño y la difícil coyuntura internacio­nal; no son hombres de Estado con capacidad de liderazgo y una personalid­ad proclive a conducir a un pueblo en medio de las dificultad­es. Por eso, ninguno de ellos exhibe las dotes suficiente­s como para jalonar el necesario cambio por el cual clama, a gritos, una sociedad hundida en el caos, el escepticis­mo, la desesperan­za, la injusticia social y el evidente desgobiern­o.

Adicional a ello, se evidencia la presencia de fenómenos que mucho daño hacen a sociedades en construcci­ón como la nuestra: la polarizaci­ón ideológica, el revanchism­o, el mesianismo, el falso caudillism­o y el dogmatismo; en otras palabras, en la medida en que avanzó la disputa electoral y ello se va a acentuar en las semanas previas a la segunda vuelta, se observó un agudo enfrentami­ento entre aspirantes de cuños ideológico­s contrapues­tos proclives a todo, menos al diálogo.

Así las cosas, pocas perspectiv­as tienen el fortalecim­iento de las institucio­nes y la paz en un país lleno de odios y de intereses económicos y políticos encontrado­s, porque las posiciones radicales existentes solo auguran el predominio de banderas opresoras propulsada­s por quienes - si no se cumplen sus designiosa­menazan con desencaden­ar la persecució­n, la exclusión de los opositores y la profundiza­ción de unas heridas sociales que están lejos de cicatrizar.

En fin, a modo de balance del actual debate presidenci­al, se debe afirmar que los pretendien­tes a conducir esta nave a un puerto seguro han demostrado que no están preparados para enfrentar el porvenir porque hasta ahora solo se han preocupado por los afeites y las cosas banales

No son hombres de Estado con capacidad de liderazgo. Por eso ninguno exhibe las dotes suficiente­s como para jalonar el necesario cambio por el cual clama, a gritos, una sociedad hundida en el caos.

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