¿Y EL FUTURO QUÉ?
Hoy tienen lugar las elecciones para escoger al presidente que conducirá los destinos del país durante los próximos cuatro años y, tal vez, por ocho, sin que se otee la posibilidad clara de que uno cualquiera de los opcionados supere el cincuenta por ciento del favor de los electores, para evitar la segunda vuelta, todo ello en el marco de una campaña política atípica desde todo punto de vista. En efecto, casi todos los postulantes al solio de Bolívar han hecho un proselitismo caracterizado por discusiones a puerta cerrada y en recintos con un número reducido de personas y que, no siempre de forma plena, fueron reproducidos por los medios de comunicación masiva; muy poco, pues, se ha visto de las pretéritas jornadas en las cuales los aspirantes salían a la plaza pública y, a punta de ideas y alocuciones, movilizaban a sus partidarios.
Así mismo, parece incuestionable que los verdaderos protagonistas de esta cruzada eleccionaria han sido los autores de las encuestas -objetivas o acomodadas- mediante las cuales, por todos los medios, se ha tratado de persuadir a la población y de conducir la favorabilidad del voto en pro de ciertas demandas, todo ello con el despliegue inusitado de una calculada publicidad y de abundantes recursos económicos, donde ha jugado papel preponderante la inicua utilización de las redes sociales. También, detrás de los pretendientes aparecen expertos en mercadeo, en hacer tareas cosméticas y en manipular a las masas, que tratan de venderle a una sociedad líquida y sitiada –para recordar las palabras del sociólogo Sygmunt
Bauman– la imagen positiva de unos aspirantes precarios y volátiles que no se comprometen con nada ni con nadie.
En consecuencia, hasta ahora solo se ha visto una preocupante pobreza de ideas y, en medio de la insuficiencia reinante, muy poco se dice sobre los grandes problemas nacionales: la asfixiante desigualdad social, el hambre, la corrupción, la violencia, la guerra, la delincuencia armada, la debilidad institucional, la falta de educación, las penurias en materia de la salud, el desempleo, la falta de oportunidades, las maquinarias electorales, y, sobre todo, de la agobiante situación económica que sacude al país, etc.
Además, ello es producto de que los actuales postulados (por muchas canas o arrugas artificiales que les pongan) no son verdaderos líderes sociales comprometidos que conozcan a profundidad su terruño y la difícil coyuntura internacional; no son hombres de Estado con capacidad de liderazgo y una personalidad proclive a conducir a un pueblo en medio de las dificultades. Por eso, ninguno de ellos exhibe las dotes suficientes como para jalonar el necesario cambio por el cual clama, a gritos, una sociedad hundida en el caos, el escepticismo, la desesperanza, la injusticia social y el evidente desgobierno.
Adicional a ello, se evidencia la presencia de fenómenos que mucho daño hacen a sociedades en construcción como la nuestra: la polarización ideológica, el revanchismo, el mesianismo, el falso caudillismo y el dogmatismo; en otras palabras, en la medida en que avanzó la disputa electoral y ello se va a acentuar en las semanas previas a la segunda vuelta, se observó un agudo enfrentamiento entre aspirantes de cuños ideológicos contrapuestos proclives a todo, menos al diálogo.
Así las cosas, pocas perspectivas tienen el fortalecimiento de las instituciones y la paz en un país lleno de odios y de intereses económicos y políticos encontrados, porque las posiciones radicales existentes solo auguran el predominio de banderas opresoras propulsadas por quienes - si no se cumplen sus designiosamenazan con desencadenar la persecución, la exclusión de los opositores y la profundización de unas heridas sociales que están lejos de cicatrizar.
En fin, a modo de balance del actual debate presidencial, se debe afirmar que los pretendientes a conducir esta nave a un puerto seguro han demostrado que no están preparados para enfrentar el porvenir porque hasta ahora solo se han preocupado por los afeites y las cosas banales
No son hombres de Estado con capacidad de liderazgo. Por eso ninguno exhibe las dotes suficientes como para jalonar el necesario cambio por el cual clama, a gritos, una sociedad hundida en el caos.